Ángel Aguado López

SIN PAR. Leer a Ridruejo es pasearse por la incandescente historia que asoló este país en la primera mitad del siglo XX. Ridruejo, un muchacho levantisco, niño feliz de la Castilla soriana de 1912, el único varón vivo tras los fallecimientos de su padre, cuando él tenía tres años (cuarenta años mayor que la madre), y los repentinos decesos de sus dos hermanos mayores. Rodeado siempre de mujeres, enamoradizo y admirador faldero en demasía, entregado a los placeres voluptuosos del amor, como en Salamanca, donde le instalan en un piso “regentado” por las chicas de la Sección Femenina, 24 añitos lucían entonces su palmito, no excesivamente atlético, «Mucho Ridruejo y pocas nueces», exclamaba jovial de sí mismo. «Periquito entre ellas, la compañía de las mujeres me ha sido grata siempre». ¡Ay, las muchachas castellanas tan deseadas por él! Que pleiteaba de adolescente con sus hermanas en conversaciones filosóficas con petulancia de argumentos marxistas ante el temblor de su madre. Inicia su educación patricia en el Colegio de María Cristina, en 1928, con los agustinos, en “El Escorial de arriba”, donde también estudió Manuel Azaña. «A mí, Azaña, contracorriente, me era simpático». Que ocupó cargos protocolarios en el Movimiento (o Partido Único, en Salamanca, muy a su pesar). Que viajó a Berlín (en la delegación comandada por Serrano Suñer que negoció la Conferencia de Hendaya, 23 de octubre de 1940) y a Roma y saludó a Hitler y al Duce con ¡24 años! Que conoció el confinamiento en 1942 en Ronda y Llavaneras, castigado por el Régimen por atreverse ¡qué ingenuidad, qué inocencia la suya, qué audacia juvenil!, a reprender al general bajito por su falta de política social y el aprovechamiento interesado y espurio que robó del ideario de su Falange. Detenido nuevamente en 1956 conoce la cárcel de Carabanchel como su hogar, en dos ocasiones. Y se apunta al bombardeo reivindicativo del Contubernio de Múnich, en 1962, por lo que tiene que exiliarse en París. Y es arrestado nada más regresar a España dos años después. Y, ya, para nota, es detenido el 26 de noviembre de 1974 junto a Felipe González, sí, ¡Isidoro!, y José María Benegas, sí, ¡Txiqui!, entre otros, cuando trataban de coordinar la Junta Democrática de España, que tanta trascendencia tuvo durante la Transición.

El jardín de los frailes, donde se desarrolló la infancia lectiva de Dionisio Ridruejo y Manuel Azaña.

“CASI UNAS MEMORIAS”, sus recuerdos escritos en 1974, está dividido en tres partes: La primera es el relato de su infancia feliz en su pueblo de Burgo de Osma y los acontecimientos prósperos y relaciones fructíferas que mantiene con el ambiente intelectual y artístico madrileño por donde discurrió su juventud: «Yo era un jovenzuelo fervoroso “de ida” que se soñaba reformador del mundo».

La segunda parte la conforman las memorias terribles de la guerra y posguerra, los acontecimientos vividos de 1935 a 1947, donde relata sus responsabilidades burocráticas y administrativas que le tocaron representar en el organigrama ideado tras la unificación de todas las falanges y juntas obreras de unificación nacional y social, aquellos reinos de taifas que nacieron como setas en la vieja Castilla llena de cid campeadores. Y alguna algarada menor que tuvo que representar como mitinero ante las tropas nacionales en el frente del Guadarrama. Poca cosa.

Y la tercera son las memorias literarias y conversaciones o influencias de ensayistas o escritores que marcaron su devenir literario. En un epílogo se recoge una entrevista realizada en 1957, tras su salida de Carabanchel a la que le llevó su ímpetu reformista. Así como algunos documentos y epístolas significativas que muestran su temperamento encendido en defensa del bien social y su soñada revolución pendiente, como la que le dirige al general Franco que le costó el confinamiento. O las que envía a Serrano Suñer, con el que mantuvo una relación complicada en virtud de las responsabilidades que ambos ostentaban. No cuenta en este libro un hecho clave en su vida, su participación como cronista en la División Azul, que se narra en “Cuadernos de Rusia”, publicados en 1978, tras su muerte. Este memorándum, la segunda recopilación de la obra, está editado, seleccionado y ordenado por Jordi Amat.

Se utilizó para este ensayo un ejemplar prestado por una biblioteca pública. Según la planilla de préstamo inserta en la contrasolapa, tan sólo dos personas se interesaron por su lectura en los últimos cinco años. No es mucho el interés que despiertan los libros.

Sus recuerdos son retablos detallados donde aparecen infinidad de personajes de todos los ámbitos con los que mantuvo relación: militares, poetas, escritores, dirigentes políticos, falangistas, filósofos, dramaturgos, fascistas, periodistas, artistas plásticos, etc., etc., etc., protagonistas a lo largo de cincuenta años de un época fervorosa, apasionada esperanzadora o trágica del siglo anterior.

Bastaría una breve enumeración de esas personalidades para considerar la grandeza humana y el conocimiento singular con los que le obsequió la historia: Azorín, Baroja, Unamuno (sólo un encuentro casual en su pueblo), Maeztu, Ángel Herrera Oria («Te voy a dar un consejo que será importante para tu carrera política: Cuidado con la Iglesia, no te enfrentes con ella, es mal enemigo»), Machado (“de aspecto abandonado, apagaba las cenizas de los cigarros en la solapa del gabán”), Rafael Alberti, Miguel Hernández, García Lorca (habla con él en dos ocasiones), Emilio Aladrén (escultor, amante del anterior), Alfonso Ponce de León (el pintor surrealista muerto al comienza de la guerra, tiene obra expuesta, dos cuadros, en el Museo Reina Sofía), José Antonio Primo de Rivera («Vi a José Antonio poco más de una docena de veces. No fue nuestra relación —no podía serlo— una amistad personal. Me sobraba a mí reverencia y a él edad». Menciona las graves diferencias ideológicas entre José Antonio y José Calvo Sotelo, al que el fundador de Falange llamaba “el Hosco”); Azaña («Los placeres en proyecto son el origen del infortunio»); Juan March, Queipo de Llano (“sus charlas radiofónicas no me gustaban nada”); su entrevista con Alfonso XIII en Roma en 1938 (“los Primo de Rivera guardaban hacia él un cierto resentimiento”); su entrevista con el infante don Juan (“un muchacho de mi edad metido, con harta anticipación biográfica, en una responsabilidad seria”); Antonio Tovar, Pedro Sáinz Rodríguez, Eugenio D’Ors, Eugenio Montes, Serrano Suñer, Hedilla, Girón de Velasco, Fernández Cuesta, Pedro Laín Entralgo, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Luis Escobar (el marqués de Leguineche berlanguiano), González Ruano (“a mí los ebrios me han producido siempre encogimiento e incomodidad”), Pemán (“cursilería escalofriante del teatro patrocinado por los autores patrióticos”), Sánchez Mazas (“contaba con detalles novelescos su fuga de un pelotón de presos listos ya para ser fusilados”), Ortega y Gasset («Toda vida, todo proyecto de vida acaba en un fracaso») , Cela (su Colmena), Torrente Ballester (su Saga Fuga), Umbral (su Diario de un niño de derechas)…

O sus musas: Eva Fromkes, la mujer del pintor Mauricio Fromkes. En su casa de la calle madrileña de Espalter conoció a Pablo Neruda. Y también a Marichu de la Mora (de la que, por pudor, apenas si escurre leves detalles de su relación); Carmen de Icaza (hermana de Sonsoles, la musa de Balenciaga), Pilar Primo de Rivera, Carmen Werner, Mercedes Sanz Bachiller (viuda de Onésimo Redondo), Gloria de Ros, su esposa, Carmen Martín Gaite, de la que comenta, en 1971, sus “Usos amorosos del XVIII en España” … «El contacto femenino viriliza», afirma con conocimiento.

Sus guías de viaje por Castilla la Vieja, aparecidas en 1966, tuvieron un desarrollo accidentado marcado por su asistencia al Congreso de Múnich y su auto-exilio. Son una referencia en la literatura viajera para generaciones posteriores de escritores y lectores.

Rezuma lírica su vena épica, sin que se diferencie muy bien si su letra es producto poético, denuncia o verso narrado, siempre sincero y justo. Prosa magnífica, excelsa y llana, adquirida en la lactancia de su afortunada educación, en contacto con ese retablo de excelencias intelectuales, de eruditos relevantes, de refinados notables, de sabios que rodearon su formación, esas élites sociales con las que convive en su juventud inquieta. Dionisio es un profundo analista de una sociedad española carcomida por décadas de enfrentamientos y tensiones que la llevaron a la tragedia. Ridruejo se muestra siempre muy crítico con el devenir frustrante en que desembocaron aquellas esperanzas y con el jefe, que encarna un sistema represivo que él no tolera, y contra el que se levanta con la fuerza de un ruiseñor: «No teníamos contra Franco ningún prejuicio absoluto, pero de ningún modo lo considerábamos nuestro jefe».

Ridruejo, poeta, muchos de sus versos cargados de épica imperial se engendraron durante los viajes que efectuó por el Berlín y la Roma beligerantes.

La triste situación bélica que trastorna el mundo, la guerra de Ucrania, hace que sus escritos posean una actualidad como si hubieran sido escritos hoy mismo. La historia se repite una y mil veces por la ignorancia de los pueblos. Esa manipulación de la prensa y de la opinión pública, ese desconocimiento a los que somete ahora el dictador ruso a su pueblo son los mismos que sufre, en 1938, Starace, el jefe fascista que le recibe en Roma, que creía que la batalla de Guadalajara, marzo de 1937, había sido una victoria italiana porque así figuraba en la prensa oficial y propagandística del régimen de Mussolini. Y la demostración patriótica que se ha regalado el fuhrer ruso llenando su Plaza Roja, el pasado 9 de mayo, de seguidores es la misma que Ridruejo anotó en los desfiles que presenció en Berlín en su viaje de 1936.  O lo que detalla en su segundo viaje a Alemania, la invasión de Finlandia por la URSS, o el paisaje de desolación que encuentra en Dunquerque, 1940: «barrios enteros desventrados, donde las fachadas caídas dejaban ver las habitaciones como imágenes de vida íntima deteriorada repentinamente y para siempre». Modernidad absoluta y triste de sus recuerdos.

«La desmitificación de mis creencias y opiniones al tiempo que se producía el extrañamiento y depuración de mi conciencia religiosa y una especie de escepticismo melancólico frente a la política y frente a la misma historia, propició la adopción de una mentalidad humanista, la más acorde con mi carácter». Así termina Ridruejo sus memorias de la guerra y posguerra.

Quién sabe qué evolución filosófica hubiera determinado su pensamiento de haber participado en la catarsis de la democracia, dónde hubiera acabado ideológicamente el gran Ridruejo de no ser por su delicada salud que tanto le hizo padecer y se lo llevó prematuramente. Falleció el 29 de junio de 1975. Apenas dos meses antes de los cinco fusilamientos con los que “Su Excremencia” (así lo denominaba un reconocido cineasta del mismo Bilbao) rubricaba y daba fin a su dictadura. Dionisio Ridruejo: CON UN PAR.

Max Aub recurrió a Ridruejo para buscar un alivio a su exilio y procurarse el regreso y le escribió varias cartas, la primera en abril de 1958. Ridruejo, inmerso también en su disidencia, contestó a Aub con cortesía pero sin excesivo empeño porque también él era un proscrito para el Régimen.

Amante infatigable

Resulta que el amigo Ridruejo tuvo amores encendidos con una condesa alemana a la que conoció en su convalecencia en Berlín, en enero de 1942, tras regresar del frente ruso. Ridruejo cuenta que cuando volvió a España, dos meses después, pesaba 35 kilos para su 165 de estatura. Durante su confinamiento en Ronda la condesa y el poeta se lo pasaron tupendamente en el Hotel Victoria. De su reclusión forzada en Ronda habla maravillas Ridruejo en su libro «Casi unas memorias». Pero nada dice de Mechthild Von Hese Podewils-Dürniz, alias Hexe, la bruja, su amante alemana. Con ella tradujo al poeta Rilke al español. Otras fuentes dicen que fue Torrente Ballester y la Mechthild los que tradujeron al poeta austriaco. En realidad, la Mechthild era una espía al servicio del almirante Canaris. Pero parece ser que ambos se dedicaban muchos cariñitos y que Ridruejo apenas si engordaba con tanto coraje desplegado sobre la alemana. La cosa llegó a oídos de Marichu de la Mora, que era la novia platónica, no muy entregada pero encendida (esas contradicciones de sentirse mujer deseada y musa poética) de Dionisio, a pesar de que estaba casada —a veces en la distancia— con Tomás Chávarri, el padre de Jaime, el cineasta. Y ambas mujeres, celosas, tuvieron una «agarrada» durante una recepción en la embajada alemana en Madrid en 1943. Las dos coquetearon con los respectivos maridos de la otra. Aunque este dato no está muy claro. Según una fuente, la alemana estaba ya divorciada, según otras no. La alemana aristocrática tenía unas ideas sobre las relaciones de pareja muy diferentes a las que se usaban en la España mojigata, carca, integrista y falangista de la posguerra.

Gracias a que intercedió Serrano Suñer continuó Dionisio el confinamiento en la Costa Brava. Y allí reemprendió su relación con Gloria de Ros, una novia que había tenido en San Sebastián a la vez que frecuentaba a Marichu. Con Gloria se casó en 1944. Después se marchó a Italia de corresponsal de prensa, ya sin cargos oficiales. En fin, que Dionisio era mucho más grande en su hombría como persona y personaje que lo que aparentaba bajo su físico canijo.

Todo esto se cuenta en “La roja y la falangista”, obra de Inmaculada de la Fuente sobre las hermanas Constancia y Marichu de la Mora Maura y el tiempo torcido que les tocó vivir, editada por Planeta.


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