Cuentos de verano (3)
PASCUAL IZQUIERDO
El profesor, ajeno a los síntomas de aburrimiento que muestran los alumnos, prosigue imperturbable su lección.
—Escisión desfundamentadora y síntesis paródica.
A pesar de la aparente impenetrabilidad de los sintagmas, se estudia —se trata de estudiar— la obra completa de Gil de Biedma.
—Radicación telúrica del conocimiento desde el mito inicial de la revelación fundante.
El ilustre catedrático habla con voz enérgica y pausada, no exenta de solemnidad circunstancial, separando de manera muy elocuente y discursiva las palabras y las sílabas, rindiendo —con claro dominio del énfasis— la debida pleitesía a la posición que cada una ocupa en la dinastía del lenguaje.
Pero el bostezo ya se ha instaurado como signo perceptible en el rostro de buen número de alumnos. Sobre todo, muestra su claro predominio en el sector de jóvenes que ocupan los últimos asientos. Se trata de un grupo dinámico de postadolescentes que se mueven en otros registros expresivos y ya evidencian en su comportamiento que han perdido el respeto que se le debe a los lenguajes esotéricos que muy pocos comprenden. Porque ellos participan de otro tipo de códigos visibles.
—Continuidad del esquema fundante de la alegoría y su desagregación metafórica.
El ilustre catedrático advierte muestras de zozobra en las bocas de los alumnos aposentados en los últimos pupitres. Mira con su vista levantada y sólo vislumbra signos y colores que pertenecen a una posmodernidad más que difusa. Desde las nieblas de su púlpito analítico cree atisbar el trazo de un bostezo mayúsculo, de una boca completamente abierta como si fuera la oquedad donde habita Polifemo. O como si fuera una de esas grandes simas zamoranas que se ubican en los Arribes del Duero.
Cierto revuelo de toses y murmullos, de frases en voz baja, que cualquier enseñante catalogaría dentro del apartado de los indicios racionales de protesta, se produce en las filas rebeldes. El ilustre catedrático, que tiene todavía llena la boca de frases que ni él mismo entiende, mira con ojos severos a los suburbios del aula donde se está incubando la sublevación.
—Ascesis y frustración: fragilidad inasequible de las presencias en el ápice irracionalista de la iluminación diurna.
Pronuncia estas palabras con la unción sacerdotal que todo iluminado por la lengua le debe a los códigos indescifrables y al principio se produce un silencio estrepitoso en el aire diáfano del aula, como si hasta los insectos microscópicos que pueblan las partículas hubieran suspendido su vuelo para tratar de descifrar tan excelso e insondable mensaje.
Pero, tras este breve y profundo paréntesis, parece que una súbita zozobra se apodera no sólo de los últimos pupitres sino de todos los bancos de la clase. No sólo en ese extrarradio donde la presunta actividad intelectual puede derivar hacia la subversión y la protesta, sustentada en la incapacidad de desarrollar un esquema de interpretación que se tenga como tal, sino en todos los bancos y pupitres del aula. Una zozobra general, un relámpago de incomprensión y cólera, parece haber estallado en el ánimo colectivo de la masa discente.
De pronto, un chico con barbas ralas y coleta extendida, que recubre parte del cabello con un pañuelo verde y muestra unos ojos extraviados en los límites de la interpretación consciente, proclama con voz rotunda y bien timbrada:
— N s ibl q hb om l cmn d l tles?[1]
Un silencio apoteósico, fugaz e inesperado se instala de pronto en el corazón de los discentes. Pero, tras analizar el mensaje, verifican que están en completo acuerdo con lo que dice el chico que tapa su cabello con un pañuelo verde. Un aplauso espontáneo subraya el apoyo total que le brinda al joven del pañuelo el conjunto de la clase.
El ilustre catedrático vacila y muestra signos de flaqueza. Explora con sus ojos erráticos si existe en el espacio volumétrico del aula un lugar donde esconderse. Porque él nunca hubiera imaginado que alguien pudiera emplear un lenguaje más enigmático que el suyo.
Otra voz se oye, esta vez pronunciada por una chica que viste ropas muy formales. Se trata de una joven que luce un largo pelo negro y posee un rostro que se camufla tras un discreto maquillaje.
—A i e star nted o K s dc[2].
¿Y a quién no? ¿A quién no le gustaría entender, sin necesidad de traductor, lo que se dice?
El ilustre catedrático se siente acorralado en los dominios que él mismo se ha empeñado en definir. Piensa durante unos segundos en imponer su autoridad docente y expulsar de la clase a todos los alumnos. Luego trata de comprender lo que sucede mientras se esfuerza en descifrar esos lenguajes misteriosos en los que, con una soltura para él asombrosa, se expresan sus alumnos. Los códigos cifrados que él ha tratado de articular durante más de cuarenta años de arduo y solitario trabajo se derrumban de repente por la irrupción deslumbrante y meteórica de la última modernidad, por la aparición inesperada de unos códigos más osados y abruptos que los suyos, de unos códigos para él más enigmáticos, para él también más sugestivos por su impenetrabilidad.
Hace un gran esfuerzo para alumbrar una frase de despedida, pero ya no se siente capaz de sobrevivir entre títulos indescifrables y jeroglíficos. El mensaje sonoro que surge de la alumna predilecta que se sienta en la primera fila y que siempre le escucha con reverencia y admiración le precipita por completo en la zozobra:
—Q t ay a t p e cl[3].
No es capaz de descifrar el significado completo de la frase, pero sí de Vista previaintuir su sentido. Recoge sus papeles y el voluminoso libro donde se hallan impresas esas categorías axiomáticas de la interpretación y el análisis literario. Procura no caer en el precipicio que marca el escalón de la tarima y se dispone a abandonar precipitadamente el Aula Magna. Pero mientras camina por delante de los pupitres vuelve el rostro a los alumnos y se atreve a farfullar:
—Conformación constitutiva del cotejo alegórico.
Llega la frase a los docentes con toda la ingente carga de desprecio que encierra. Pero la respuesta no se hace de rogar.
—L agr K n hbr n crtn[4].
Siente como un nuevo bofetón en el rostro. Y se siente impelido a responder con vehemencia:
—La complejidad en los planos del metaforismo…
—K n hb n crtn[5].
Desde la puerta, el catedrático ya no puede aguantar más. Trata de mantener la compostura, pero no puede evitar que un hiriente exabrupto salga de su boca:
— N m d l gn[6].
Se produce un momento de confusión entre los estudiantes. Pero, con inusitada premura, la joven de la primera fila responde:
—La voluntad enfática de la persistencia figural te invita a que te vayas a la mierda.
Una salva de aplausos rubrica el acierto de la intervención. Mohíno y derrotado, el ilustre catedrático cierra la puerta con cuidado y enfila el interminable pasillo que termina al final de la estupefacción.
[1] Nota del editor. En contra de la opinión del autor, quien no considera necesario traducir las expresiones que a continuación se pronuncian, como editores creemos en la conveniencia de facilitar al lector todas las claves de comprensión. Por esta razón, vamos a traducir en nota a pie de página las frases enigmáticas. Esta podría significar: «¿No es posible que hable como el común de los mortales?».
[2] «A mí me gustaría entender lo que se dice».
[3] «Que te vayas a tomar por el culo».
[4] «Le agradeceríamos que nos hablara en cristiano».
[5] «Que hable usted en cristiano».
[6] «No me da la gana».
Pascual IZQUIERDO
[1] Nota del editor. En contra de la opinión del autor, quien no considera necesario traducir las expresiones que a continuación se pronuncian, como editores creemos en la conveniencia de facilitar al lector todas las claves de comprensión. Por esta razón, vamos a traducir en nota a pie de página las frases enigmáticas. Esta podría significar: «¿No es posible que hable como el común de los mortales?».
[2] «A mí me gustaría entender lo que se dice».
[3] «Que te vayas a tomar por el culo».
[4] «Le agradeceríamos que nos hablara en cristiano».
[5] «Que hable usted en cristiano».
[6] «No me da la gana».
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