Carmelita Flórez

Sostiene Pereira que una novela es buena si es capaz de atrapar al lector por los huevos desde la primera palabra y ya no lo suelta hasta el punto final. Bueno, eso así pronunciado nunca lo sostendría Pereira, que es un señor muy educado, serio, amigo de las formas, de las buenas palabras y maneras, tanto que usa corbata negra. Pereira fue reportero de “Sucesos” en un periódico lisboeta importante. Un oficio que requiere mucho estómago y compostura porque a diario el informador se enfrenta con la crueldad de la vida y las barbaridades sorprendentes que el ser humano es capaz de cometer contra todos sus semejantes. Pero ahora Pereira trabaja en un pequeño periódico, el Lisboa, como redactor jefe de “Cultura” y todas las semanas traduce algún cuentecito de algún escritor francés para llenar el suplemento cultural. Hace unos años perdió a su mujer, ¡la maldita enfermedad pulmonar!, pero tiene su retrato en la entrada de su casita y todos los días habla con ella y le cuenta su visión de un mundo cambiante que no es el suyo. El fascismo recorre Europa y en la vecina España se está librando una guerra civil desde hace dos años a la que se han apuntado muchos voluntarios fascistas portugueses, los Viriatos, seguidores de la dictadura de Salazar. Pereira no entiende muy bien por qué los republicanos portugueses luchan contra otra república y defienden la causa de una monarquía, cuando fue en 1910 que se derribó al rey portugués. La redacción de su periodicucho es un cuartito estrecho en el que apenas cabe un ventilador ni entra el aire. El calor es asfixiante el 25 de julio de 1938 en Lisboa. Para colmo, se siente vigilado por la portera, que sin duda es una confidente de la policía política y persigue sus pasos. Se ha buscado un joven ayudante, un filólogo, para que le escriba necrológicas con antelación, o sea, antes de que se mueran los homenajeados. Monteiro Rossi, su atolondrado colaborador, no sabe escribir obituarios y está cegado por el amor de una chica revolucionaria, Marta, que le vuelve loco con la libertad y la lucha por los derechos de las personas y los trabajadores y el apoyo a la república española.

Sostiene Pereira que la literatura francesa es lo mejor que puede ofrecerse a los lectores de periódicos y ha traducido cuentos de Alphonse Daudet y Balzac, sus favoritos. Cuando publicó el cuentecito “Honorine”, que acaba con un: Vive la Françe!, recibió la reprimenda de su director, un burgués, por entregarse a la causa de la libertad en lugar de a la causa de Portugal. Así que pasa las tardes en el Café Orquídea charlando con Manuel, el camarero, merendando omelettes a las finas hierbas y bebiendo limonadas azucaradas. Su salud se resiente y tiene que reposarse en balnearios donde conoce al doctor Cardoso, un positivista afrancesado, que defiende las ideas libertarias de la Republique y sueña con irse a Francia.  

El tranvía de Alfama que Pereira toma a diario para ir a su trabajo.

Sostiene Pereira que la defensa del derecho a la información debe guiar el oficio del periodista. Y que el compromiso con la verdad y la libertad de expresión deben ser los bastones donde se apoye su trabajo. Todo eso que antes jamás había pensado lo va madurando gracias a las conversaciones erráticas que mantiene con sus huidizos ayudantes. Esos jóvenes idealistas que se enfrentan clandestinamente al totalitarismo de la dictadura de Salazar y al que corre por Europa anunciando la confrontación mundial. Así que, Pereira, que nunca antes se había interesado por los derechos civiles, sostiene, y siempre ha sido un señor muy cauto y pacífico se convierte en un activista pro-libertad y publica en su periódico un manifiesto denunciando la falsedad del régimen portugués y se hace un luchador antifascista oponiéndose a todo aquello que coarte la libertad del individuo. Eso le costará muy caro, pero mejor revelarse contra la brutalidad del salazarismo y denunciar sus abusos a la opinión pública, para que el ciudadano lo sepa, aunque tenga que huir sólo acompañado del retrato de su mujer a la que tanto quería, sostiene Pereira.


Visiten las bibliotecas públicas, en ellas encontrarán grandes novelas y ensayos para pasar el verano. Y son gratuitas y atendidas por especialistas que les recomendarán lo mejor para recrearse con el placer de la lectura.



Novela y Cine

“Soldados de Salamina” se publicó en 2001. Se ha convertido en un clásico que ha superado el paso del tiempo y en una referencia de la novela española actual. Encumbró a su autor, Javier Cercas, al parnaso de los novelistas españoles. El fusilamiento fallido de su personaje Sánchez Mazas, la búsqueda de la verdad que emprende su protagonista, un periodista, la búsqueda del héroe miliciano que decidió no disparar, Miralles, y la presentación de otro novelista marcado por la tragedia de su mala salud, Roberto Bolaños, hicieron de ella un éxito de ventas y de crítica. Cercas consiguió mantenerse ajeno a las presiones del éxito y repetir triunfo con otros dos grandes títulos: “Anatomía de un instante” y “El impostor”.

Funicular de Lisboa

De la novela se hizo una película dirigida por David Trueba en 2003 y protagonizada por su musa de entonces, Ariadna Gil. Una adaptación digna de estudio porque los protagonistas del relato cinematográfico cambian respecto al relato novelístico, de hombre a mujer, sin que por eso se pierda el espíritu aventurero que sigue fiel a las tramas narrativas del texto.

 “Sostiene Pereira” tampoco es una novela reciente. Se publicó por primera vez en 1995 y de ella se han hecho infinidad de ediciones. Antonio Tabucci (Pisa,1943-Lisboa, 2012), su autor, era en esa fecha un reputado novelista, pero su obra no había trascendido las fronteras de Italia. La película, interpretada por el gran Marcello Mastroianni, se rodó en 1996, dirigida por Roberto Faenza. Fue un éxito similar al de la novela. Tal es así que la imagen de Pereira va asociada a la imagen de Mastroianni. Quizás porque ambos sufrían en su rostro la infelicidad de la desdicha del amor roto. Pereira, ausente su mujer enfermiza. Mastroianni, tantas mujeres y todas efímeras.

«El hombre que mató a Liberty Valance» la rodó John Ford en 1962. Cuenta la historia de un abogado, Ransom Stoddard (interpretado por James Stewart), que obligado por las circunstancia se convierte en valedor del pueblo frente a la tiranía de los pistoleros que quieren imponer la ley del revólver y la violencia. Una metáfora de la maldad del fascismo o de la brutalidad de los tiranos a los que se enfrenta un solo hombre. Stoddard es como Pereira, o como Miralles el miliciano. El destino los convierte en héroes de su pueblo que guían los destinos de sus conciudadanos.

Nada mejor que adentrarse de nuevo en las lecturas de las novelas o en el visionado de cine clásico para disfrutar de un buen relato, de esos que te agarran por los huevos en estos calores del verano, sostiene Pereira.



Palabras claves para comprender los cuatro relatos: periodismo, derecho a la información, libertad de expresión, denuncia de las dictaduras fascistas, héroes anónimos olvidados de la Resistance.