Gabriel de Araceli

 Guillermo Brown, ese niño travieso, rebelde, decidido, ese terremoto inoportuno en el mundo esclerótico de los mayores incapaces de comprender su desbordante fantasía. Guillermo Brown, hijo literario de miss Richmal Crompton, aparecido en 1920, al mismo tiempo que Agatha Christie —ambas nacidas en 1890— publicara su primera novela policíaca: “El misterioso caso de Styles”, donde presenta al detective Hércules Poirot. Guillermo Brown, Hércules Poirot, dos personajes complementarios de una misma identidad humana, la infancia y el mundo adulto, surgidos de las mentes febriles de dos señoritas bien de la pequeña burguesía de la Inglaterra victoriana: God sabe the queen.

Nunca se relacionaron entre sí Richman Crompton y Agatha Christie. Tampoco con los chicos del Círculo de Bloomsbury, sin embargo todos ellos contemporáneos. Aquel elitista y pretencioso grupo lleno de relumbrones literarios que asombraron al mundo moviendo sus caderas intelectuales en el primer decenio del siglo XX: la demente Virginia Wolf o el mago de la Economía John Maynard Keynes o el matemático Bertrand Russell entre otros portentos. O Gerald Brenan jugando al escondite viajero por las Alpujarras. O, de rebote, el himalayista George Mallory, que quizás escalara el Everest en 1924. Quizás, quizás, quizás…

Guillermo Brown, ese niño que flota en el tiempo, inasequible al paso de los años, que no crece nunca, siempre con la misma edad mágica de la inocencia, aunque sus aventuras se publiquen a lo largo de 48 años, siempre con la cara tiznada con un corcho quemado, su tirachinas y el traje de escolar lleno de costurones durante las 38 novelas que publicó su autora. Del periodo de entreguerras, de los felices años 20 a la terrible 2ª Guerra Mundial. Y aún después, con el invento de la tele, con la llegada a la Luna, inmortal Guillermo trasteando con toda esa sociedad y personajes representativos de cuatro décadas de transformaciones fundamentales en la historia que no cambian un ápice su personalidad. Guillermo asimilando los cambios sociales y geopolíticos que aturden al mundo, jugando a piratas y a pieles rojas con su perrito Jumble, con sus amigos los Proscritos: Pelirrojo, Enrique, Douglas y contra el enemigo Humberto Lane y su cuadrilla de adversarios. Y esos granjeros antipáticos que ven a Guillermo como al enemigo del mundo urbano y le persiguen sólo por el peligro indefinido que supone cualquier niño.

Guillermo y sus fraternales opositores Roberto y Ethel, ya unos jóvenes imbuidos en sus devaneos románticos y de afanes muy distintos a los suyos. Esos hermanos mayores que no comprenden al pequeño, al que consideran un estorbo y un problema. Y ese padre, el señor Brown, producto a medias de la Inglaterra victoriana y keynesiana, que mira desconcertado y con prevención el comportamiento de su hijo pequeño, tal vez nacido a destiempo en la utopía del confort inglés soñado tras el Armisticio, sin duda un error de cálculo en su matrimonio acomodado.

Guillermo y las niñas: Violeta Isabel, un contrapeso, la rival femenina que simboliza la prosperidad de las clases emergentes urbanas frente a la sociedad rural y campestre de Guillermo, que pretende imponer sus opiniones y siempre se enfrenta a las acciones del protagonista. Y Juanita, la niña que siente especial debilidad por Guillermo, aunque él no está interesado, aparentemente, por ella, pero que reacciona herido en su honor cuando Humberto Lane aparece en el horizonte de la princesa.

Todos los capítulos de los libros de Guillermo tienen una composición clásica de relato según los cánones comúnmente aceptados de la narrativa funcional, es decir: planteamiento, nudo y desenlace. Las premisas quedan establecidas claramente en los primeros párrafos y después, Crompton, con su delicada técnica resuelve el capítulo con elegancia y con la solvencia necesaria para atrapar al lector. Su lenguaje es sencillo, sin necesidad de un léxico refinado, son cuentos pensados para niños, tienen que ser ágiles y bien resueltos. Por eso no cansan, por eso absorben sus páginas, por eso son divertidas, por eso no sufren el paso del tiempo. Guillermo, como la infancia, son eternos.

Richmal Crompton (1890-1969) fue hija de un sacerdote anglicano, aplicada estudiante de lenguas clásicas, sufragista y feminista. Y maltratada a la edad de 33 años, en la flor de la vida, por una poliomielitis que la dejó con una severa invalidez. Que aún después, con cuarenta años, sufrió de nuevo el revés de un cáncer al que plantó caro y al que sobrevivió casi cuatro décadas. Y que, durante los terribles bombardeos nazis sobre Londres, luchadora ella, participó en tareas de voluntariado ayudando a la población civil. Escritora de extensa carrera y obras dedicadas también al público adulto vio premiada su labor con un gran éxito de ventas en todo el mundo y en España significativamente. Richmal Crompton vio adaptados a la televisión a sus personajes de los Proscritos. La Crompton es sin duda la fuente de inspiración de otros personajes infantiles que han llenado las infancias posteriores de muchas infancias literarias, desde la saga de “Los cinco”, de Enid Blyton, hasta “Harry Potter”; sin olvidarnos de aquel niño entrañable que habitaba en Carabanchel, un barrio proletario de Madrid, hijo de Elvira Lindo: Manolito Gafotas y su odiado hermanito “El Imbécil”.

Thomas Henry Fisher (1879-1962) ilustró muchos de los libros de Guillermo. Su estilo único identifica al lector de tal forma con el personaje que cuando se lee un libro de Guillermo no ilustrado por él parece como si Guillermo hubiera perdido parte de sí mismo, como si fuera otro niño más soso y menos emprendedor, más domesticado, más ordinario, carente de la espontaneidad y descaro del protagonista. Thomas Henry Fisher fue también un destacado artista pintor, con obra en museos británicos. Sólo se vieron en una ocasión Richmal Crompton y Thomas Henry. Todas las ilustraciones de los libros se hicieron sin que entre ellos se intercambiaran opiniones ni consideraciones sobre las características físico-psíquicas de los personajes y acciones de los libros. Y todos fueron excelentes. Eran otros tiempos, sí.  

Fue la Editorial Molino, fundada en Barcelona en 1933, la que publicó en 1952 la primera novela de la serie: “Travesuras de Guillermo”, traducida por Guillermo López Hipkiss, un interesante autor y escritor al que los avatares del momento que le tocó vivir privaron de éxitos propios. El éxito de Guillermo fue enorme en aquella España de los 50 del siglo XX, quizás porque la infancia española necesitaba un héroe ajeno al oficialismo nacional-católico que emanaba el régimen perpetuo, transmutado en aquellos personajes falangistas de Roberto Alcázar y Pedrín. El fundador de la Editorial Molino tuvo que exiliarse a Buenos Aires, donde también se publicaron varias novelas de Guillermo. En mayo de 2021 fue comprada por Penguin Random House a su anterior propietaria, RBA Editores. Una larga y azarosa vida la del mundo editorial. Casi tanto como la de Guillermo Brown.

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