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La Magnani era una mujer de armas tomar. Entonces las mujeres no llevaban tanga, no lo necesitaban. Miraban a los hombres desde sus tacones, desde sus medias de cristal arrugadas en sus muslos, desde sus ojos amenazantes, marcando paquete con sus sostenes cónicos, desde sus faldas de tubo que les apretaban las nalgas-morcillas. Y los tíos se acojonaban, aquella caterva de paletos cejijuntos embutidos en un traje vuelto del revés, con zapatos de Segarra, toscos se derretían porque el magma flamígero de una mujer se deslizaba por las paredes del hombre arrasándoles todo. La lava de l’amour phisique que escupía la entrepierna femenina…

–Ya estás con tus cochinadas –y Terry Mangino no supo qué decirle a Carmelita Flórez. Se sentía como un parvulito pillado en el recreo con el chupachús prohibido en la boca.

Sonrió a Carmelita disculpándose. ¡Qué guapa estaba Carmelita!, con su boina del 68, la beauté est dans la rue, est dans les femmes, est dans Carmelita, pensó. Carmelita se tocó la oreja derecha, su jersey hemingway desnudaba su hombro, el tirante del sujetador una raya sobre la fertilidad albina de su piel.

–No, verás, Carmelita. Estaba escribiendo sobre la Bergman y el Rossellini –le dijo–. Y siguió tecleando su historia.

En 1950 Ingrid Bergman se trasladó a Sicilia a rodar bajo las órdenes de Rossellini, del que había visto una pelicula: “Roma, città aperta”. La Bergman quedó tan atrapada por el film del italiano que le escribió derretida una epístola rogándole que la contratara. Rosellini, tras visitar a la sueca en los USA, cita a la que acudió el marido de ella, un dentista, así lo hizo y la invitó a visitar una isla volcánica cerca de Sicilia. Allí rodaron Stromboli, una historia tremenda de amor en la Italia tan profunda como católica de los 50. Una tragedia entre un miliciano herido y una venus hiriente en una isla sobre la que se proyecta la amenaza de un volcán rugiente y la incomprensión de un entorno que les condena por el pecado de quererse.

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«El volcán rugiente, en el fondo, no era más que una metáfora de un coño. La mantis religiosa, el coño que la Bergman proyectaba invisiblemente sobre Rossellini para fagocitarle, para absorberlo, para comérselo crudo» pensó Terry al que Carmelita no perdía ripio.
–Bueno, y qué –le soltó la Flórez–. No me digas que eso tiene algo de extraordinario. Una tía encoñada que se quiere tirar a un tío. ¿Qué tiene de particular?
–No, ya lo sé, cariño –balbuceó el Mangino confuso–. Es que había algo más –y el Mangino siguió tocándole las teclas al ordenata.

Rosellini mantenía una relación con la gran Anna Magnani, una de esas actrices inmensas y de un temperamento del demonio. Y la Bergman estaba casada y tenía una hija. Además, era una star en un Hollywood tan fascinante como pacato. Bueno, pues a pesar de todos esos condicionantes ambos se enamoraron tan tórridamente que abandonaron a sus respectivas parejas y se liaron de una forma salvaje. La Italia católica y la conservadora Norteamérica reprobaron aquel escandaloso romance y acusaron a ambos de lascivos pecadores, casi unos comunistas. Pero se impuso el amor. La Bergman dejó al dentista y el Rossellini dejó a la Magnani. Y claro, la Magnani, une panthere en colère a punto estuvo de arrancar el cuello a los dos enamorados con la saña de una mujer despechada, una mujer italiana, una caníbal romana del Trastévere. Aunque pudo más la pasión. La Bergman y el Rossellini se restregaron con una lujuria tan ardiente que tuvieron tres hijos y siguieron amándose y restregándose durante siete años más. Después, cuando las lavas del volcán se enfriaron y la guadaña de la costumbre cercenó la alegría del frenético fulgor la Bergman regresó arrepentida a Hollywood y consiguió el perdón de la América ultra, incluso ganó un óscar. Y Rosellini siguió siendo uno de los mitos admirados del cine italiano. Como la Magnani, que interpretaba papeles con tanta pasión como odio parecía irradiar desde sus ojos de tigresa insatisfecha.

El Mangino levantó los ojos del ordenador y se encontró con los ojos de Carmelita. Hacía calor, tanto que el jersey hemingway de la Flórez, sin su boina del 68, se rendía a sus hombros. rosselliniSí, la simetría de los tirantes del sujetador era perfecta, como trazada por Durero. Terry, confundido recuperó la visión sobre la pantalla y cambió de tema. No sabía qué decir. Improvisó.
–¿Sabes que la Sharon Stone ha publicado una foto en la que aparece sin maquillaje, muy natural y muy guapa? –le soltó a Carmelita temiendo que su titi no se creyera el regate.
La Flórez no dijo nada, para qué, se rascaba la marca del tirante del hombro y miraba al techo. El Mangino a lo suyo.
–Parece que la Stone está muy guapa –repitió–, que ha concitado la admiración y el aplauso de un montón de seguidores en el twiter. Ha subido una foto sin maquillar, a su edad, 57 tacos, todos los viejos babosos se la habrán meneado. ¿Sabes que la Sharon Stone estuvo por España?
Carmelita no decía nada, miraba y miraba a Terry con ojos de gata, entre ambos había una sabana de libros y alfombras interpuestas. Terry se sintió gacela. Siguió ocultándose en su teclado.
–Sí, la Stone intentó hacerse un huequecito en el cine español porque en su país, los USA, no pillaba bola. Aquí la llamaban Charito Piedra, hizo una peli, en 1988, con Ana Torrent y José Luis Gómez que pasó casi desapercibida, la calidad interpretativa de la Charito Piedra no llenaba las taquillas de nuestros cines. Una tía buena más, sin pena ni gloria a pesar de su rubio de gringa gélida y su mandíbula pecadora, ningún productor le ofreció nada. La Piedra se aburrió de comer paella y se piró a su pueblo.
Carmelita miraba a Terry sin decir ni pío. Terry no sabía si decir pío, mirar a Carmelita o mirar al ordenador. Decidió no meterse en un pantano y resistir al miedo de la mujer tecleando de nuevo.

Tres años después la Charito Piedra hizo la célebre «Instinto Básico», una película prescindible, con el también prescindible Michael Douglas, a no ser por una secuencia en la que un grupo de policías, todos muy machotes la someten a un interrogatorio en una fría sala de interrogatorios. Es una secuencia que se hizo famosísima.

El Mangino miraba de reojo a la Flórez. La Flórez miraba a Terry. En la sabana la gacela miraba inquieta a todas partes y no veía nada.sharon_stone
–Ahí, cinco tiarrones intentan liar a una rubia –siguió el Mangino–, Charito Piedra. Y ella, con una perversión afrodisiaca va lentamente desprendiéndose de su abrigo, fumando despectivamente y provocando a los troncos con sus miradas sostenidas y sus movimientos de hombros. Los rudos policías se las dan de pétreos y de dueños de la corderita hasta que, de pronto, empiezan a flaquear ante el plato de carne tierna que es la Charito. Y cuando ya todos están mojaditos ante los paquetes que les marca la Piedra va la Stone y se pega un cruce de patas efímero elevando bien las ancas. Y resulta que bajo la falda de tubo no lleva ni tanga ni na, les enseña a todos la raja depilada, un coño aséptico de muñeca virginal, como de plástico, inmaculado, tentador, mareante, casi de porcelana. Claro, todos los truculentos maderos se quedan de piedra, o de Stone. Y ella, triunfadora, gloriosa los observa con desprecio, con cara de tigresa, como diciendo: «Mi entrepierna es poder, gilipollas, vosotros no sois más que unos tíos de mierda, unos salidos que me chuparíais el pis si yo quisiera, babeando sólo de pensar en mi coño».

–¿Eso es todo? –preguntó Carmelita–, pues vaya.
–¿Te parece poco? –dijo Terry. Cinco tíos que caen rendidos porque una tía se cruza de patas.
Carmelita miraba a Terry compasivamente. La gacelilla de la sabana temblaba y temblaba.
–La Stone les sugiere su volcán y ellos, sólo de pensar en su lava quedan mudos, sin fuerzas, temerosos del poder que encierra su entrepierna. La amenaza se cumple, son como los pompeyanos atrapados por las cenizas del Vesubio, eternizados en una postura hierática inverosímil, sofocados por el calor de una pasión inesperada, por un fuego que bien pudo ser de amor o de deseo. Les pasó a la Bergman y al Rossellini, consumidos ambos por la incandescencia del deseo inextinguible. La Stone representa el papel de toda mujer y los polis representan el papel de todo hombre, marionetas en manos de un destino caprichoso y terrible, en manos del amor físico, esclavos del deseo
–Anda, calla, no digas tonterías –le dijo Carmelita sin dejarle terminar. Y se quitó el jersey hemingway porque no soportaba el calor. Su tanga negro era maravilloso, triangular, cónico, como un volcán invertido.
Terry parecía una gacelita atrapada en las garras de la Flórez.

Gabriel de Araceli