Gabriel de Araceli (Texto y foto)

    Un poeta. A quién le importa un poeta, ¡maldita lírica!, en estos tiempos de independentistas montoneros y créditos irrecuperables regalados a la banca. La poesía, ¡valiente estupidez! Como si no tuviéramos bastante con esos árbitros espurios empecinados en joder al madridismo y esas carreteras radiales que hay que recapitalizar a toda costa con el dinero público. Aunque nadie proteste. La poesía. ¡Un poeta! ¿A quién, ¡coño!, le interesa un poeta olvidado, autoescondido, autoexcluido en vida? Como si no fuera suficiente con el trabajo precario, con el gobierno de la corrupción, con la Ley Mordaza, con el futuro incierto, con el yihadismo, con los recortes de derechos y los sueldos miserables. Aunque nadie proteste. Qué importa un poeta en estos tiempos de los móviles de mil euros. Un poeta…

El fotógrafo buscaba en su archivo retratos antiguos y apareció este de Luis Álvarez Piñer. El fotógrafo se quedó prendado de la serenidad de la mirada del poeta y decidió revelarla, sacarla a la luz de nuevo, investigar quién era ese señor tan sereno. ¿Cómo sería él?, no lo recordaba. Parece tímido y discreto, sería quizás transparente como la simetría de la foto, que se publicó en el diario EL PAÍS, el domingo, 28 de julio de 1991. «Me había acostumbrado a no ser y quería seguir no siendo» dijo en aquella conversación el poeta.

 

    Un poeta fue Luis Álvarez Piñer, nacido en Gijón en 1910, que fue alumno –siendo niño, en el instituto– de Gerardo Diego. Luis Álvarez Piñer, un poeta al que el general Franco encarceló por rojo y condenó a muerte por escribir versos en revistas republicanas, aunque solo, ¡solo!, cumpliera cuatro años de cárcel, Lorca no tuvo tanta suerte. Un poeta contemporáneo de Luis Rosales o de Leopoldo Panero, mentor de José Ángel Valente, profesor de literatura a su vez en un instituto, que un buen día de 1951, o malo para la poesía dijo: se acabó. Y protestó en silencio por el estado de las cosas y de las letras bajo el régimen franquista, se autoexilió y no volvió a publicar nada, aunque escribió mucho. Un poeta que en 1991 recibió un reconocimiento merecido, el Premio Nacional de Poesía por sus poemas, recogidos en el libro EN RESUMEN. Siempre en silencio, protesta interior, íntima, como su poesía. Un poeta tierno y sin adscripción, libre y jubiloso, notable, oculto y recatado. Ignorado por el gran público. Toda la poesía, todos los poetas están ignorados por el público, sean ellos grandes o pequeños, solo algunos estudiosos reseñan su obra y su vida en revistas mínimas con olor a alcanfor.

    «La poesía es una enfermedad secreta, una enfermedad del amor. No es extraño que los que nos rodean ignoren que estemos enfermos si lo que queremos en el fondo es que no se conozca nuestra enfermedad. De ahí, tal vez mi reserva» decía en aquel reportaje.

    Luis Álvarez Piñer falleció en Madrid en 1999. Tenía la bondad que concede la sabiduría, la excelencia que otorga la humildad. Era un poeta. Quizás en el siguiente soneto de Álvarez Piñer se vislumbra la caricia de Gerardo Diego, como si un enhiesto ciprés aflorara, sazón cantora, en el fervor triunfante del mediodía.

 

Qué plenitud. No hay alas. Mediodía.

Sólo luz es el día, en triunfadora

vertical, alto anhelo. El cielo ahora

hace pasión de luz la tierra fría.

 

Fruición de lo presente: Lejanía

que en la sazón de cada cosa aflora.

Alma o color, una sazón cantora

de la pura verdad que es la armonía.

 

Desde el desnudo azar de este aire sano

juega la realidad ilusionista

a eternizar la gloria del momento.

 

Alta revelación sin hito humano.

Así en su gozo el paraíso exista.

Qué plenitud, si duerme el pensamiento.

 

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