…y Sevilla

Rafael Alonso Solís

He tenido la suerte de pasear por Sevilla hace unos días. Cuando el calor da sus últimos coletazos, al anochecer, la ciudad se convierte en una delicia y anuncia lo que ocurrirá tras el invierno, con la aparición de aromas que encienden los sentidos. En primer lugar –al menos en lo que concierne a mi sensibilidad a las moléculas volátiles–, la entrañable fragancia de la boñiga de herbívoro, que a uno le despierta el recuerdo de las tardes gloriosas en la Maestranza, que ni tuvo ni tendrá, qué lástima. En segundo, el de las flores futuras, aún soñando en algún rincón junto a los invisibles átomos del aire. El tercero, la fetidez del agua estancada, que parece emerger del subsuelo y hace preguntarse si hubo una oportunidad perdida, hace 25 años, cuando todo parecía que iba a ocurrir en Sevilla y los políticos sevillanos se instalaban en el poder para que a España no la conociese ni la madre que la parió. Algo de eso hubo –y tal vez mucho–, aunque el paso del tiempo haya cobrado su cuota y ni la realidad ni el futuro de la política andaluza apunte mejoras. Sevilla tiene rincones que parecen dibujados para la seducción –de ahí, quizás, la leyenda del burlador– y la poesía, pese a que la ciudad no haya tratado bien a sus poetas, como a Becquer, Blanco White, Aleixandre o Cernuda. Más allá de la melancolía implícita en el autor de las Rimas, los dos últimos tuvieron que huir de Sevilla, no sé si asustados por las amenazas que escupía por la radio Queipo de Llano o sólo por ser diferentes. El primero se refugió en un chalecito de la periferia de Madrid y en un pueblo de la sierra, donde le visitaban poetas jóvenes y donde recibió la noticia del premio Nobel. El segundo se exilio a Inglaterra y a Méjico, y desde la tristeza británica escribió Ocnos, uno de los mejores libros en prosa poética en lengua castellana. No me resisto a repetir lo que ya he escrito en los periódicos al celebrar su aniversario, que “pocos poetas han alcanzado mayor pureza expresiva desde la mirada desolada a su propio desarraigo… y que muy pocos escritores han conseguido plasmar la belleza que habita en el interior de las palabras como él, en los hermosos y sobrios lamentos de sus páginas en prosa”. Y Sevilla es, en opinión de alguno de mis amigos, una ciudad sin proyecto, y eso –o tal vez por eso– que siempre han mandado los mismos. Cada norte tiene inevitablemente su sur, y cada cara su cruz. Al caer la noche, me perdí por las cercanías del Hospital Virgen del Rocío. Cuando quise darme cuenta me encontraba en un paisaje que no se parecía ni al Parque de María Luisa ni al barrio de Santa cruz. Lo llaman “las tres mil viviendas”, y ni su estética ni su realidad se diferencian de “las casas vacías” del Baltimore que hemos visto en The Wire.