Escribir poesía, leer esa emoción inexplicable que te asalta como un bandido emboscado entre las palabras y las rimas. Aurora Vélez podía haber subido un ocho mil, pero decidió alistarse en la columna Leclerc de los versos y llenó con su pluma un desierto de páginas a las que devolvió la alegría del agua, la emoción de un poema. Los poetas son de otra pasta: un tercio humanos, un tercio divinos y un tercio magos. ¡Se les ocurren unas cosas! En lugar de un conejo se sacan de la chistera la belleza de las letras, o les da por convertir en oro un papel aburrido y blanco, ¡qué sé yo!, están ahí, calladitos, y de pronto, ¡zas!, toma verso. Aurora para esto es muy suya, además de contarnos lo que pasa por el mundo cuando encuentra un rato coge un pergamino y su pluma de ganso. Bueno, a veces sólo es un papel al que le añade con su Bic unas gotitas de hierba buena, un poco de canela en rama, dos pizcas de emoción y todo el cariño e intención de sus palabras y le salen unos versos como estos:
Por una vez no hace frío
y Provenza puede ser Vizcaya.
Cantigas de agua y viento sur.
La melena verde de mis
plantas mira desmayada el
temporal.
Para qué emocionarse al pie
del silencio si no
hay nadie que nos
acaricie la nuca.
Frío licor la tarde
tiempo de fresas.
El paladar de aire
huido hasta la punta
de la vela.
Mástil desconchado
como el perfil de mi balcón
de niña.
Pies de pluma en equilibrio,
pies de plomo
en el exilio.
Ahora Aurora ha publicado un libro: De exilio y verdín. Y en la Feria del Libro de Madrid estará firmándolo en el stand de Torremozas, el fin de semana del 28 y 29 de Mayo, si le queda alguno, digo yo, si no se los han quitado antes de las manos. Bueno, lo mejor es que se entiendan con ella y que les lea sus versos. ¡Se emocionarán!
Gabriel de Araceli