Decenas, quizás cientos de miles de personas abarrotaban el centro de Madrid estos días de Semana Santa para ver el espectáculo de las procesiones religiosas. Un fenómeno sorprendente y novedoso de unos años a esta parte cuando la sociedad civil ha avanzado resueltamente hacia el laicismo y la Iglesia cuenta cada vez con menos fieles. A pesar de la declaración explícita de la no confesionalidad de España, Art. 16.3 de la Constitución: Ninguna confesión tendrá carácter estatal, sorprende la presencia de las Fuerzas Armadas y Guardia Civil en los desfiles procesionales que, en último término no serían sino una manifestación pública de una sociedad privada, la Iglesia. Contrasta esa cooperación oficial con el celo prohibitivo que la Administración impone en cualquier otro tipo de manifestación crítica con el catolicismo. La excusa: herir los sentimientos religiosos.

Folklorismo, exhibicionismo, escaparate de pasiones y de vanidades, superstición, identificación social, pertenencia a un club, a una clase o cofradía, muestra de símbolos externos de riqueza y religiosidad, erotismo implícito en esas señoras de negro riguroso y virilidad recia en los costaleros, el juego de la tentación, lo carnal y la seducción van mezclados en esa exposición pública de la Semana Santa, las mejores galas reservadas para el momento ideal, las procesiones. Porque lo más importante no es tanto lo divino como lo humano, lo terreno, que te vean, que te vean todos, y sobre todo que te vean guapo, fuerte, elegante, pudiente, perfumado y atractivo, dispuesto para la pasión del amor.

Gabriel de Araceli ©Todas las Fotografías: Ángel Aguado López