Agustina de Champourcín

Rafael Sánchez Mazas comenzó a escribir su novela Rosa Krüger en la embajada de Chile en Madrid, en donde se encontraba refugiado tras el inicio de la Guerra Civil. Era el año 1937 y los acontecimientos bélicos habían convertido a Rafael en un cuentista, un émulo de Scheherezade que todos los días escribía unos capítulos para entretener por las noches a la extensa parroquia de víctimas del conflicto, oyentes que con su historia encontraban un momento de alivio bajo el tronar de los bombardeos con que Franco hostigaba a los barrios proletarios de la capital, que no a los distritos burgueses.

La novela no sería publicada, sin embargo, hasta 1984. Mazas había fallecido en 1966. En vida nunca se interesó por la publicación de esta obra, de la que hizo varias correcciones y de la que se perdieron nueve capítulos o unidades narrativas de los 300 que componen el relato. A veces el capítulo no es más que unas líneas, otras son varias páginas que se inician con un titular explicativo. Fue su mujer, Liliana Ferlosio, la que a instancias del escritor Andrés Trapiello, se decidió a reunir los diferentes escritos dispersos de la novela, con las notas, escaleta del relato y comentarios que el autor fue fraguando durante su redacción. Sobre la novela hay una primera cita en la correspondencia de Dionisio Ridruejo. Es en el número 1 de la revista SEMANA, de fecha 27 de febrero de 1940, que incluía un pequeño adelanto de la novela de Mazas. Trascurridos cuarenta años de su publicación, su lectura remite a un mundo mágico de personajes fantásticos sin más objetivo que la diversión y el placer a través de esa historia del enamorado protagonista, Teodoro Castell, un romántico joven que queda hechizado al contemplar, efímeramente, a una joven con la que se cruza apenas unos segundos en un andén de la gare de Toulouse, el 7 de septiembre de 1921, hacía las siete de la mañana, el tiempo narrativo de la historia. Un encuentro que le perturbará emocionalmente y del que no podrá curarse si no es lanzándose durante catorce años a la búsqueda de aquella mujer perturbadora. El mismo Orson Welles utiliza un hecho similar en una secuencia de su Citizen Kane, 1941. Bernstein, uno de los amigos íntimos del protagonista Charles Foster Kane, relata el encuentro emotivo que tuvo, al cruzarse en una estación del metro de Brooklyn, con una pasajera de la que se enamoró sin que cruzaran palabra alguna y a la que nunca ha olvidado ni vuelto a ver. Un recurso que Welles utiliza para explicar el enamoramiento febril que su personaje siente por su esposa. Es imposible que Welles conociera la obra inédita de Mazas. Casualidades de la creación literaria.

El autor

 La figura de Rafael Sánchez Mazas ha adquirido con el tiempo caracteres épicos y novelísticos que han distorsionado su condición vital y le han convertido en sí mismo en un personaje. Ficción o realidad a veces se confunden en su biografía desde que Javier Cercas lo convirtiera en protagonista tácito de su novela “Soldados de Salamina”, llevada al cine por David Trueba. Ese personaje, que se salva de los dos fusilamientos de las tropas de Líster, es el mismo que después, nombrado por el Caudillo ministro sin cartera en el primer gobierno tras la Guerra Civil —del 10 de agosto de 1939 al 15 de agosto de 1940—, renuncia al puesto en protesta por la política ajena al bien social que emprende el dictador no asistiendo a los consejos de ministros. «Retiren ese sillón», ordenó al poco la lucecita del Pardo, molesto por la descortesía del poseedor del carné número 4 de Falange (todos los números anteriores habían fallecido), también poeta hacedor de la frase ¡Arriba España! y de una estrofa del “Cara al sol”. Mazas testificó a favor del dirigente socialista Julián Zugazagoitia en el juicio que la dictadura le incoó tras la contienda por… ¡Auxilio a la Rebelión! Zugazagoitia, ministro de Gobernación en la República desde 1935 a 1938, fue capturado en París por la Gestapo y deportado a España. De nada le sirvió a Zugazagoitia el testimonio de Rafael. La insensibilidad de “Paca la Culona” lo mandó fusilar en 1940. Mazas estudió Derecho en el Colegio María Cristina, de San Lorenzo del Escorial, en el mismo lugar donde también lo hicieran Manuel Azaña o Dionisio Ridruejo, con el que le unía una amistad a pesar de la diferencia de edad, 18 años mayor Rafael. «Rafael será lo que será —que además no es cosa fácil de descifrar— pero estará siempre salvado por su evidente, literalmente, colosal inteligencia». O «tiene tanto talento que si te pones a su lado y hay un poco de silencio, se le oye», son algunas de las frases que Xavier Echarri —falangista también, periodista y director de Arriba, La Vanguardia, etc., y conocido fascista— le escribe a Ridruejo en una epístola fechada el 9 de mayo de 1946. Amigo de Indalecio Prieto, que también lo fue de José Antonio, fue liberado por mediación de este tras ser detenido al comienzo de la Guerra Civil por milicianos. Y solicitante, junto al ministro monárquico José Ibáñez Martín, del indulto para el poeta Miguel Hernández Gilabert, de lo que se hace referencia en carta dirigida a Ridruejo, entonces director general de Propaganda y que se conserva en el Archivo de Salamanca, de fecha 7 de enero de 1940. Tampoco le sirvió al poeta la mediación de tan altas esferas ante la imperturbabilidad de esfinge de su Excremencia. Murió en la cárcel.

Carta dirigida a Dionisio Ridruejo y firmada por José Ibáñez Martín en la que se hace referencia a la gestión emprendida por este último y Sánchez Mazas solicitando el indulto para el poeta Miguel Hernández.

Padre de los Ferlosio: Miguel, Rafael, Chicho, Gabriela, Máximo, Mazas es más conocido por su lírica versallesca que por su prosa mundana. Es autor también de otra notable novela: “La vida nueva de Pedrito de Andía”, 1951, el trascurrir desde la adolescencia a la madurez de un joven de amor herido. Son novelas de contenido social y latido costumbrista, con lenguaje popular y terreno, lejos de los nuevos postulados experimentales que en ese momento empezaban a llenar los renglones torcidos de los escritores críticos con la legitimidad cultural impuesta. Su hijo, Rafael Sánchez Ferlosio, acababa de publicar con alborozo “Industrias y andanzas de Alfanhuí”. Y poco después, 1956, sería catapultado a las cumbres del parnaso literario con un éxito enorme: “El Jarama”, novela que Ferlosio aborreció y por la que se recluyó en su casa madrileña del barrio de Maravillas y en el Café Comercial durante quince años de reflexión, dexedrina y exilio interior, madurando su estratificado y reflexivo “Campo de Retamas” y decenas de columnas de opinión críticas con la cultura oficial. Sánchez Mazas es autor de innumerables artículos en Arriba y ABC. Sánchez Mazas también fue ensayista y académico de la RAE, sin que tomara posesión nunca de tan letrada poltrona. Su carácter pasota y algo displicente, que él cultivaba con premeditación y alevosía, le forjaran un aura de dios elitista de las letras. Se retiró del mundanal ruido a su finca heredada de Coria, Cáceres, dedicándose al cultivo de las letras y al consumo voraz de los libros hasta el final de sus días.

Carta pidiendo recomendación para el crítico literario Melchor Fernández Almagro.
Columna aparecida en el diario falangista ARRIBA, el 29 de febrero de 1940, año bisiesto.

La novela Rosa Krüger

Una excentricidad, un viaje, une joie de vivre, un lujo, el capricho de un grand voyeur, una recreación erótica, una eclosión literaria snob antes de que don Francisco Umbral escribiera su diario, una frivolidad, un divertimento exquisito. Un argumento simple:

A Teodoro Castell, un pobre aldeano de la Bonaigua, en el Valle de Arán, inexperto en el amor, se le aparece un ángel, niña de 13 años. Él tiene 16, y sufre un deslumbramiento emocional que le lleva a emprender una peregrinación en busca de remediar su alma de amor herida. Durante catorce años deambulará por las regiones del Mediterráneo occidental, por la cultura romana y la Europa del Rhin, por la Italia medieval, por la zona pimentonera de Cáceres, por Madrid, por Le grand Paris et ses modistes, Le Louvre, avec la reprise du second empire, por el Rosellón, Nize, Cannes, por la Provence, por Avignon, por la vallée du Rhône, por l’Alsace de Strasbourg, por los Alpes de Annecy o Menthon de San Bernard para aliviar su espíritu trastornado por esa aparición angelical.

Es un caballero andante en busca de su Dulcinea idealizada. En términos cinematográficos sería un “road movie”: chico busca chica, chico encuentra chica, chico pierde chica, chico encuentra de nuevo a otra chica, detonante, nudo, sorpresa y final a la medida del amor. A veces es un folletín de media tarde para porteras, la base de un serial radiofónico que se eterniza en las palabras vespertinas que el narrador, el propio Sánchez Mazas leía cada noche a los refugiados de una guerra incivil, de la que no se hace ninguna mención en el texto. Y también es una forma de exhibirse y mostrar al lector, al oyente la inmensa cultura literaria clásica y humanística que posee Sánchez Mazas. Y hay frases enteras escritas en catalán del Valle de Arán, o un soneto a Unamuno, o en francés, muchas: “Alors, ton âme est un infante en robe de parade”, como el espíritu del protagonista. Y hay mención constante a grandes autores que emprendieron sus viajes interiores: Baudelaire, Marcel Proust (quince años después de su muerte), Verlaine, Stephane Mallarmé, Alejandro Dumas o Rainer María Rilke. O a obras clásicas de la pintura como “Susana y los viejos”. O a novelas viajeras como el Conde de Montecristo, el Orlando Furioso o la Guerra de Troya o la Odisea de Penélope, Telémaco y Ulises.  

Y para aromatizar más aún la atmósfera amorosa de los poemas leídos recurre Mazas al idilio con las Musas con las que comienza sus cuatro primeras partes: Clío, Calíope, Polimnia y Talía, como aval mitológico del relato, completado con el de un personaje que toma el nombre de la diosa Persephone, la reina del inframundo que desvía al hombre de su recto caminar. Y para enredar más la historia, dotarla de tensión argumental y mantener la atención del oyente, Mazas recurre al horror del incesto dudoso que persigue la conciencia virginal del protagonista. Y hay un par de secundarios que amueblan el alma vacía del amante. Y aparece como recurso literario la figura del Papa Pío XI y el rey Constantino I de Grecia, el abuelo de Sofía, para ubicar temporalmente el relato. Y hay un cuento ajeno incrustado dentro del principal a la manera cervantina de “El curioso impertinente”: Historia de Peter King de Brandt. Un recurso que el autor utiliza para dilatar la acción y darle gusto a la audiencia. Era muy larga la guerra y muchas las noches que había que espantar entre los obuses caprichosos de la muerte.

Lac d’Annecy, en la región de Rhône-Alpes, ciudad por donde transcurre la novela.

 Pero surgen las dudas sobre la licitud o conveniencia de publicar una obra sin contar con el plácet del autor. Siempre el mejor crítico de su obra que en vida la rechazó o juzgó innecesaria su edición y la depositó en el trastero de los ensayos sin esperar su resurrección. Algo que ahora ha ocurrido con la novela inédita de García Márquez, “En agosto nos vemos”, aventada por sus herederos. O con la que Manuel Vázquez Montalbán desechó en su momento: “Los papeles de Admunsen”, que apareció hace un par de años entre los folios durmientes del baúl de los recuerdos del autor barcelonés. Y que ahora llega a las pantallas, perdón, a las librerías como curiosidad estilística novedosa de gran éxito.

“El destino no está quieto nunca, con nosotros camina como un inseparable, como un indecible compañero para conducirnos hacia la luz o hacia la sombra”. Así es la novela: “el contraste de felicidad y desventura que la vida ofrece”, una aventura, una odisea, un camino, una peregrinación que emprende Teodoro Castell en busca de su rosa de Kamchatka, para aliviarse del hechizo hiriente de su Rosa Krüger.

Menthon de San Bernard, paraje por donde transcurre la novela.

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