Gabriel de Araceli: textos y fotos

Las letras no embotan las armas (Miguel de Cervantes)

El terror se ha hecho dueño de la actualidad. Almorzamos todos los días compungidos por las imágenes de muerte y destrucción que vomitan los telediarios. Un paisaje de desolación, de cadáveres, de refugiados que huyen de la guerra atroz de Ucrania convive con nosotros mientras engullimos la sopa y la pescadilla frita. El monstruo de Putin y su cohorte de generales sanguinarios concita el rechazo y repulsa de un Occidente solidario con el sufrimiento de esas víctimas infantiles que nos saludan con una sonrisa desde el autobús que los llevará a un país libre. O sufrimos con aquella imagen de la embarazada herida tras un bombardeo a la maternidad. Murió. También el bebé.

La degollación de Herodes. Barro modelado y pintado obra de José Ginés Marín, 1789-1794. Museo de Bellas Artes de la Real Academia de San Fernando, Madrid.

Fue otra época, otra historia cruel, otros asesinos. Aunque los asesinos son siempre los mismos a lo largo de la historia. Sólo cambia el momento, pero todos los dictadores invocan las mismas cuestiones morales o religiosas o patrióticas para cometer las mismas atrocidades, las mismas barbaridades, los mismos crímenes con que conseguir sus propósitos espurios, aunque para ello deban destruir un país o masacrar a miles de inocentes ajenos a sus bizarros deseos. Era Madrid, julio de 1936. Un grupo de militares africanistas organizados por el general Emilio Mola, “el Director”, se levanta en armas contra el poder constituido. Se desencadena la Guerra Civil que durante tres años asolará España convirtiéndola en algo parecido a las imágenes que vemos ahora de Kiev o de Mariúpol, o de Járkov. Dolor y destrucción. Si ahora el Kremlin trata de tomar una ciudad portuaria entonces se trataba de ocupar la capital del Estado por unas columnas de mercenarios africanos —chechenos ahora— que avanzaban por Extremadura llenando de horror, sangre y de muerte su avance. En noviembre la situación es crítica en Madrid. El gobierno constitucional huye a Valencia y ordena la defensa de la ciudad, en un caótico intercambio de mensajes, al general Miaja, que nombra jefe de Estado Mayor a un oscuro teniente coronel sin apenas experiencia bélica, exprofesor de la Escuela de Infantería de Toledo: Vicente Rojo Lluch.   

General Vicente Rojo

Rojo es un racionalista, un estudioso de la actualidad que se ha dedicado como docente a elevar el precario conocimiento táctico y técnico que existía en la enseñanza militar. Fue el número dos de 390 cadetes de su promoción, 1914, en la Academia de Infantería de Toledo (recordemos que Franco fue el 252 de 312, tres años antes). También es un hombre conservador, católico practicante, patriota amante de España, culto y entregado a la defensa de su país desde el orden constitucional. Ha sido tentado por compañeros de armas para que se adhiera al movimiento subversivo. Pero fiel a sus principios morales y a la ley se mantiene leal a la República y no participa en ningún conciliábulo golpista.

Desde ese momento, 6 de noviembre de 1936, Rojo será el protagonista de la defensa de Madrid y asumirá durante el resto de la contienda un papel clave en el desarrollo de todas las batallas que se libran a lo largo de tres años de lucha feroz, salvando infinidad de dificultades, desobediencias, intrigas, envidias profesionales y alguna traición. Considerado como el gran estratega del ejército republicano, reconocidos sus méritos por historiadores como Martínez Reverte, Alberto Reig Tapies (Franco: el César Superlativo. Pág. 62) o Paul Preston (La Guerra Civil española. Pág. 191 y posteriores) se verá obligado al exilio en enero de 1939 y permanecerá varios años como cronista de la terrible 2ª Guerra Mundial, que en se momento se libra, en un periódico de Buenos Aires. Hasta que su enfrentamiento con el nacionalismo vasco, también presente en el exilio argentino, le hace partir nuevamente a Bolivia en 1943, donde es nombrado profesor en la Escuela de Estado Mayor de ese país, con reconocimiento del grado de general.

La competencia profesional del general Rojo ha sido largamente estudiada en referencia a la exigua capacidad táctica y militar del jefe vencedor de la contienda, un africanista empeñado en el ataque frontal rifeño. Las opiniones del alto mando de la Wehrmacht, así como las de los jefes italianos del Corpo di Truppe Volontarie, que prestaban ayuda interesada al ejército rebelde, se mostraban muy críticas con la estrategia militar que desvió el objetivo principal, la toma de Madrid, por uno secundario como Toledo, con el rearme defensivo de la capital que ese retraso supuso. O la estrategia desarrollada en las posteriores batallas del Jarama y Guadalajara, donde la iniciativa y visión guerrera de Rojo se mostró superior, evitando en su momento la derrota en Madrid; o la imposición al general Varela de permanecer anclado en sus posiciones y no avanzar hacia la capital tras la batalla de Brunete, cuando el ejército republicano, exhausto, hubiera sido presa fácil.  

La degollación de Herodes. Barro modelado y pintado, obra de José Ginés Marín, 1789-1794. Museo de Bellas Artes de la Real Academia de San Fernando, Madrid.

HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Rojo se ve obligado a cumplir prisión domiciliaria tras su vuelta a Madrid, en marzo de 1957. A pesar de haber pactado con el ministro Martín Artajo un regreso digno, el terrible fiscal coronel Enrique Eymar le incoa un expediente informativo acusándole de “auxilio a la rebelión”, por el que es condenado, en diciembre de ese mismo año, a cadena perpetua, interdicción civil e inhabilitación absoluta. Franco escribió de su puño y letra: «Negarle el pan y la sal», quizás en represalia por las derrotas que le infligieron en Madrid, en el Jarama, en Guadalajara.

Así pues, su vida, en su domicilio de la calle Ríos Rosas, 48, 1º A, se reduce a recopilar los miles de folios, de cartas, notas, ensayos, crónicas y artículos que fue redactando durante su estancia en Argentina y Bolivia. Fruto de ese hercúleo esfuerzo, de esa escritura torrencial nacen sus memorias de la Guerra Civil y una novela inconclusa titulada con el signo de interrogación: ? En el Archivo Histórico Nacional, en Madrid se conserva todo el legado documental de Rojo. Sólo una parte se ha estudiado. Y está pendiente de un trabajo de investigación detallado para darle forma. La escritura fue una catarsis, una evasión, su tabla de salvación en el ostracismo al que fue castigado por el régimen franquista, que le impidió incluso mantener su amistad con el doctor Marañón, una vida reducida a escasas visitas al café con antiguos compañeros también represaliados, siempre vigilado de cerca por un policía de paisano.

No hay ninguna placa en la fachada de la calle Ríos Rosas 48 que recuerde la memoria del general Rojo. La vivienda está muy cerca de los Nuevos Ministerios y del conjunto del Museo de Ciencias y la Residencia de Estudiantes, obras de Secundino Zuazo, y de Arniches y Martín Domínguez, todos ellos expedientados y sancionados por el franquismo.

Su Historia de la Guerra Civil Española es un inmenso acopio de información escrita entre 1958 y 1962, que a Rojo no le da tiempo de corregir y ordenar serenamente. Rojo la ofrece a varios editores, entre ellos a Carlos Barral, que parece interesado en su publicación, pero el momento histórico impide su publicación. El general fallece en 1966. Presionado porque el tiempo se le acaba y llevado por el afán de informar sobre los hechos acaecidos a veces su redacción se hace prolija y su prosa extensa y farragosa. Y fatiga al lector al que le cuesta encauzar ese torrente de datos que bullen del encomio del general. Incluso, en un descuido debido al editor, se repite  en el libro textualmente un capítulo en el que habla, con respeto, del coronel Gorev, asesinado en 1938, meses después de su heroísmo en Madrid por Stalin, dato que ignora Rojo. Otros personajes no salen tan bien parados, como el jefe de los brigadistas Kléber (Stern), al que considera indisciplinado y llevado por su afán de protagonismo partidista al servicio de la Unión Soviética.

 El libro es también un exaltado homenaje a los milicianos, al soldado anónimo español, a los que atribuye el éxito de la defensa durante la contienda por encima de la exigua ayuda internacional recibida y vetada por la injerencia del Comité de No Intervención y la postura intransigente de Francia y Reino Unido. Y un compendio de opiniones sobre los protagonistas republicanos que se vieron responsabilizados de asumir decisiones incómodas: Negrín, Largo Caballero, Indalecia Prieto (“hombre astuto, inteligente y correcto. Políticamente su talla era superior a la de Negrín, era una garantía anticomunista”), su audiencia con Azaña, etc. O sobre Cipriano Mera, el albañil anarquista, héroe en la defensa de Madrid, elevado por méritos al grado de mayor (comandante) y que después se uniría al golpe del coronel Casado.

A Rojo le da tiempo a leer la obra capital de Hugh Thomas: “La Guerra Civil Española”, aparecida en 1961, de difícil obtención en España en esa época, y con la que mantiene encontradas diferencias en lo referente a la participación de los brigadistas internacionales en la defensa de Madrid y en la batalla del Jarama.

Destaca la dedicatoria del capítulo “Así fue la defensa de Madrid” a la mujer: «A la anónima mujer española, abnegada, heroica, ejemplar entre todos los horrores, la angustia y la desesperanza…Y hoy, cuando nadie recuerda lo que recibió de ella, sigue perpetuando, anónima, su vida sencilla; sigue erguida y en calma, sin rencor por el daño que le hayan hecho…». Sin duda unas palabras de amor a su esposa Teresa Fernández, el centro de su vida que sufrió la guerra y el exilio desde la trinchera de su hogar. Y un homenaje anticipado, sin saberlo, a todas las mujeres víctimas posteriores y constantes de las guerras, como las que ahora sufren las brutalidades rusas en Ucrania.

Susana y los viejos. Peter Paul Rubens, 1610. Museo de BBAA de la Real Academia de San Fernando, Madrid

La obra está prologada magníficamente por Jorge Martínez Reverte, historiador profesional que explica detalladamente las circunstancias políticas, sociales, militares e internacionales que se arrastran desde la Restauración borbónica y que confluyen, 62 años más tarde, en el trágico momento histórico del alzamiento bélico: la alternancia consensuada del bipartidismo en los gobiernos durante la regencia de María Cristina, la pérdida de Cuba y el final del imperio español, el funesto reinado de Alfonso XIII, la guerra en Marruecos, la dictadura de Primo de Rivera, la división polarizada en el Ejército, los nacionalismos periféricos, el papel intransigente de la Iglesia, la lucha de clases y el comienzo del movimiento obrero y el sindicalismo… y el advenimiento de la República y la asunción casi inmediata de sus enemigos.

 «En la década de los 30, en Europa había muy pocas manifestaciones de repugnancia en contra de las guerras. La guerra se consideraba un fenómeno natural. El odio, la liquidación del adversario eran moneda corriente en los escritos políticos, en los debates parlamentarios y en las páginas de los periódicos. El ejército español estaba tan dividido internamente como lo estaba el resto de la sociedad… era una España de sotanas, sables y señoritos… el golpe es desde su concepción y su inicio, un movimiento de carácter sangriento, de enorme violencia. O bolcheviques o fascistas. No hay militares que abracen la causa nacionalista. Azaña, Rojo, Negrín, todos los dirigentes republicanos viven su relación con el nacionalismo como una pesadilla», son algunas de las explicaciones que M. Reverte introduce en su análisis del texto de Rojo.

Rojo es ecuánime y templado en sus opiniones. Nunca desmerece ni acusa de traición a sus antiguos camaradas, nunca utiliza palabras de desprecio u opiniones malsonantes o cargadas de ira. Resuena su compañerismo, siempre fiel a la legalidad vigente, siempre bajo la lealtad a la República y actuando con su honor de militar. La lealtad y sumisión a la ley eran la garantía del orden que necesitaba la nación. Su catolicismo no está ligado al patriotismo. Incluso se muestra crítico con la carta que los obispos publican en junio de 1937 en defensa de la “Cruzada”: «Quien esto escribe es católico… pero también es español, es militar y es hombre». Rojo es un idealista que escribe con tono épico, afectado de patriotismo y lealtad en la defensa de las libertades del ciudadano, su escritura es emocionante y sentida. Escribe desde la tristeza de la derrota, desde el romanticismo de las causas perdidas.

  Como epílogo se incluyen unas notas del periodista Andrés Rojo, nieto del general, en las que se mencionan los avatares sufridos por el militar para la gestación de esta historia y el tiempo borrascoso en el que se desarrolló su vida.  



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