Qué leer en los tiempos del virus X


Gabriel de Araceli

—Huele mal, mamá, huele mal.

    Suena a través de la pared con el vecino la voz de Carlota. Sus dos años la convierten en un angelito que alivia la soledad del encierro, trae un poco de alegría durante el asedio del virus.

—No huele a nada Carlota, y tómate la leche.

 

      A 57 muertos nadie los reclamó durante la pandemia, ya habían muerto en vida, olvidados por los suyos, sin el consuelo del adiós, de la mano sobre el hombro, del beso de la despedida. Cuando sus cadáveres empezaron a ser un problema el gobierno regional madrileño decidió asumir el costo de los entierros. Nadie escucha las palabras de los niños. Posiblemente algún niño pregonara el olor de algún muerto sin que nadie le prestara atención hasta después de muchos días cuando el hedor se hizo insoportable. El angelito tenía razón: Huele mal. La vida huele mal.

     Manuel Vázquez Montalbán se murió sin hacer ruido lejos de todos, en Bangkok, el 18 de octubre de 2003, apenas unos meses antes de que su último Carvalho, MILENIO, se publicara, hijo póstumo y huérfano de un mundo ajeno y desconocido para la edad provecta del antiguo espía. Desprende MILENIO el olor a naftalina de los recuerdos perdidos, de las cartas de amor juveniles encontradas en los anaqueles de la memoria. Carvalho comienza el siglo despidiéndose de un mundo imposible de reconocer para sí mismo. Entonces, ¡qué sería ahora! Va acompañado de su leal Biscúter, su Sancho amigo, que a lo largo de la novela, como en el Quijote, se carvalhizará en un trasvase de personalidades, biscuterizándose Carvalho hasta perder el detective el protagonismo de las diecinueve anteriores novelas y pasar a ser un secundario admirador de la sabiduría del escudero. Son la mangosta y la cobra hipnotizadas entre ambas por la mutua contemplación. Y de Dulcinea, de Charo, de la madame retirada que gobierna su tienda de macrobióticos y complementos dietéticos en el puerto olímpico apenas si hay el recuerdo de alguna llamada telefónica para solicitarle fondos. La constatación de la inevitable derrota hormonal de la entrepierna. Es un hombre maduro que ve próxima su decadencia, al que las superpotencias, las guerras, hambrunas, tragedias, terrorismos, las pelagras institucionales religiosas, ya sean cristianismos o islamismos, espionajes, globalización, emigraciones, epidemias, nacionalismos periféricos y demás virus que le amenazan en su itinerario global le pillan fuera de juego, convertido en un escéptico, en un resignado superviviente que intuye un futuro de refugiado en alguna residencia de ancianos, diana de virus coronarios, un pirómano retirado que sólo quema un libro —inacabado, encima— a escondidas y en el que apenas si sobrevive la gula como vicio arrepentido de todos los vicios y pecados.  Y es su huida un repaso a su militancia juvenil en la izquierda radical, una búsqueda por las estrellas de lo que no pudieron conseguir en la Tierra, una catarsis penitente de apariciones de personajes y lugares por donde ejercitó su oficio de sabueso huelesobacos.

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Manuel Vázquez Montalbán en El Escorial, 1990. Foto de Terry Mangino

     MILENIO se publicó en dos partes por decisión editorial: MILENIO CARVALHO I. Rumbo a Kabul; y MILENIO CARVALHO II. En las antípodas. Un guiño del editor quizás para emular las dos partes del Quijote, de sus salidas del campo de Montiel a Barcelona, en ese itinerario mimético del que parte Carvalho para repararse los entuertos, desfacerse de sus agravios y enfrentarse a los malandrines de su conciencia. Son casi 900 páginas de frases rotundas y narrativa fácil urdida por el oficio de MVM, la última vez que ejercitó la novela el autor, aunque apenas unos días antes de su fallecimiento publicara su última columna, el 3 de octubre de 2003, sobre un marciano que ahora parece ocupar las catacumbas del pleistoceno histórico, ahí enfrente, sin embargo: “De cómo don Mariano Rajoy se convirtió en un ovni”.

     Huele mal, sí, la historia de una vida a veces huele mal y uno se encuentra al final del camino con detritus escondidos, con las palabras de un angelito inocente que le revelan la verdad de la derrota. Quizás, los casi veinte años transcurridos le hayan hecho formar parte a Carvalho de esas estadísticas de viejecitos abandonados a los que delata su olor nauseabundo muchos días después de muertos. Aunque Carvalho siga vivo en la memoria de los amantes de la novela montalbiana. Quizás se fue pronto Vázquez Montalbán, tal vez fue inteligente y decidió apartarse en esplendor, bien comido, bien bebido, bien viajado, antes de que el paso del tiempo le señalara con la uña negra de la ignominia de la existencia. Jesús Galíndez, Muriel Colbert, don Angelito, Ulises, Homero, Bouvard y Pécuchet, La vuelta al mundo en ochenta días, Cinco semanas en globo, tal vez el coronel Kurtz en su guarida de Camboya o en su ascenso de comerciante por el río Congo, el Níger del Biscúter, henchido el escudero de sorprendente verborrea et diplomé en soupes et sauces pour L’Êcole de Gastronomie de Jacques Minceur.

     Un siglo XX que se acaba, un milenio que empieza, un viaje a ninguna parte el que emprende Carvalho para acabar prisionero de su memoria, de sus actos, entre las rejas de la vida a su regreso a Marte, a Vallvidriera. ¡Que le aproveche!


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«Luego le haré unos higos a la siria. Rellenos de nueces y cocidos en zumo de naranja. Bajas Calorías. En lugar de mucho azúcar le pondré miel.
–Lees demasiado, Biscuter.
–Tendría que echarle un vistazo a la Enciclopedia Gastronómica que me he comprado a plazos. Parece increíble lo complicado del espíritu humano. ¿A quién cree usted que se le ha ocurrido rellenar los higos de nueces y cocerlos en zumo de naranja?
–Probablemente un sirio».

(El delantero centro fue asesinado al atardecer)


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