Gabriel de Araceli

      »¡Magnífica! Con un par, con lo que hay que tener, tú sola, Pitita, enfrentándose a esos policías nacionales del ministro al que dieron un bolso en lugar de cartera, que nos ha robado a nuestros policías de siempre. ¡Hombre!, ¡que ya está bien! Que siempre la policía ha sido nuestra policía y no la de ese ministro mari, mari.

     Doña Pitita está eufórica, la saludan por la calle porque es la heroína del barrio bien de Madrid. Que aparezca en el periódico de referencia en España detenida por media docena de hercúleos policías ha llenado de envidia a sus mejores amigas y a ella la ha catapultado a la fama. ¡Rodeada por tanta carne masculina! Es como Agustina de Aragón, o de Callao, enfrentándose ella sola a las peligrosas turbas de extrema izquierda bolivariana que gobiernan el país. Negacionistas del virus o de que el hombre llegara a la Luna, antivacunas, tierraplanistas, o creacionistas convencidos de que el universo lo creó un dios barbudo en seis días hace seis mil años forman un retablo de conspiranoicos que ha encontrado en las manis antimáscaras las mismas razones antisistema contra las que sus abuelos levantaban los adoquines en el 68 parisino. Todo tiempo tiene sus contradicciones y la acción-reacción del péndulo de la historia ahora se mueve por el arco de la reacción, o de la contra. Los rebeldes buscan causa que les dé un sentido a su existencia.

      Veinte años antes, en 2000, Pepe Carvalho buscaba en “El hombre de mi vida”, la penúltima novela de la serie escrita por Manuel Vázquez Montalbán, una explicación a un mundo que, de repente, no comprendía. El detective se estaba haciendo mayor. Entonces eran los diferentes ismos que poblaban la Barcelona posolímpica lo que emponzoñaba su entendimiento, ya fuera catalanismo, barcelonismo, nacionalismo, satanismo, catarismo, sectarismo o pujolismo, ambiciones previas que desembocaron en el actual estado de la decadencia de las cosas. Por vez primera Carvalho se ve a sí mismo como jubilado, lejos del mundanal ruido, afrontando la oscura vida a la que le enviará la escasez de una pensión pública.

Manuel Vázquez Montalbán en El Escorial, 1990. Foto de Terry Mangino

     Tiene Carvalho un aburrimiento existencial. Y cobran protagonismo Charo y Biscúter. Vuelve ella a la renovada Barcelona, ya mayor para ejercer su oficio, tras seis años retirada en Andorra, el lugar que hiciera suyo la dinastía Pujol. Y regresa para sugerir al hombre de su vida que le acompañe en las tardes del otoño que se aproxima. Y Biscúter aparece convertido en un reputado cocinero que llena con la alegría de unas ostras la nochebuena triste del detective, la del fin del milenio. Un detective empeñado en demostrarse su vigor con una mujer de ida y vuelta, Yes, personaje extraído de “Los mares del Sur! Aquellos años de esplendor masculino y estos de anacronismos impropios del detective, que apenas si encuentra placer ni en la gastronomía ni en la quema de libros, ajeno al motivo por el que ha sido contratado: el asesinato de uno de los herederos de la alta burguesía catalanista.

      Está llena la novela de esas reflexiones y frases rotundas que acompañan a cualquier Carvalho: “Siempre tienen razón los días laborables”, o “Lo que peor se arruga es el sexo y el carisma”. Quizás le falte carisma a la novela, incompleta, confusa, recorriendo regiones extrañas de iluminados redentores nacionalistas y servicios secretos periféricos, de clanes religiosamente financieros y banqueros devotos de la eucaristía, de amantes innecesarias venidas del más allá, sin dar solución al motivo que la origina, ese asesinato sin resolver, esa investigación sobresaltada que lleva al desinteresado detective al radicalismo absoluto. Una huida que será el punto final de su profesión y el comienzo del viaje alrededor del mundo que Carvalho y Biscúter emprenderán en “Milenio”, la novela póstuma de Vázquez Montalbán, fallecido en octubre de 2003, en Hongkong, sin imaginar que veinte años después los fantasmas que desfilan al final del milenio ante los ojos del detective han recobrado carnalidad y se han hecho los dueños del castillo. Un castillo ocupado por doña Pitita y sus compañeros de conspiración antisistema, antimáscaras, los héroes de la contra.

     Si usted tuviera que escoger entre la Literatura y la vida, ¿qué escogería? La literatura.

Lea a Carvalho, cualquiera, incluso si no es “El hombre de su vida”.


Milenio