Carmelita Flórez y Terry Mangino (también fotos)

—Sí. la reconocí después, visualizando las tarjetas de memoria de las cámaras. La guardiana del orden de aquel tramo de la manifa se empeñó en que no podía hacer fotos, y yo pasando de ella, claro, que no se pueden hacer fotos, oiga, caballero, y yo que yo hago fotos, señora, que esto es la vía pública, Atocha, y el derecho a la información no puede ser restringido por nadie y mucho menos por usted, señora, aunque lleve un palo, porque llevaba un palo como de escoba que me cruzaba delante a guisa de barrera con el que me impedía acercarme a las mujeres de la batucada, y yo regateando como si me acercara al área enemiga en una final de la champions, ella la defensa central, tremenda muralla, obstaculizando al delantero con mañas arteras y zancadillas, la muy ladina, eran un montón de señoras zurrándole a los tambores y yo tiré varias ráfagas con el angular buscando el mejor encuadre sin fijarme mucho en ninguna mujer en concreto y buscando la noticia porque me perseguía la bruja de la escoba. Sí, vi que las mujeres de la percusión me miraban indiferentes cuando no despectivas, ellas a lo suyo, golpeando con saña a los parches como si fuera, porque lo era, un hombre, y que en una esquina ella fijó sus ojos en mí, pero bastante tenía yo con sortear a la guardiana, así que me escabullí por la Cuesta de Moyano como si fuera a buscar un libro de Galdós, debo reconocer que sentí la mirada de ella en el cogote, donde también me pegó la cancerbera con la escoba.

—Los de tu profesión se creen invencibles e invisibles por llevar una cámara y que eso les garantiza la inmunidad y les abre cualquier muralla por elevada que sea.

—Y después, ya en la calle Alcalá, porque en el Paseo del Prado, donde comenzaba la manifa gorda, había pocas manifestantas, muchas menos que otros marzos, casi eran grupos de amiguetes, bueno, amiguetas, que se hubieran juntado para celebrar la despedida del viernes por la tarde y hacerse unas risas, nada que ver en comparación con años anteriores que no podías llegar a Cibeles desde Callao porque estaba todo abarrotado de público, ahora el tráfico abierto por los carriles de bajada hacia Atocha, muchos coches circulando, te decía que después, en la calle Alcalá esquina a Gran Vía, donde pone su caballete Antonio López, otra guardiana me preguntó que si era periodista, y le solté que sí, de la Associated Press, y ella se quedó como pasmada, que no sabía si la vacilaba, porque lo de la pancarta contra la abolición… acuérdate, en septiembre del veintidós, las trabajadoras del sexo se manifestaban frente al Congreso pidiendo que las dejaran trabajar, que no les tocaran el c…, y esta pancarta enfrente del Banco de España, donde tirotearon a Prim, justo lo contrario, así que seguí para arriba, para el Capitol, ¡qué gustazo pasear por el centro de la Gran Vía sin coches!, y ahora pienso que era ella, sí, por los ojos con los que me mira en la foto, que era ella la que le pegaba al bombo en la esquina de la fila de Atocha, donde me asediaba la bruja de la escoba, tal vez, de haber ido de su brazo ese mismo momento por Gran Vía nos hubiéramos dejado llevar de todas las fantasías y ensueños que hace ya tantos años no hicimos por pudor, quizás por inexperiencia, o por vergüenza, que entonces todo estaba por descubrir y sólo una mirada de sus ojos organizaba el universo en el que ella era el sol en el que giraban todas mis órbitas. Por qué no miré antes por el visor de la Nikon, por qué no la descubrí de nuevo… ¡Ay, que la perdí, entonces y ahora!

Trabajadora del sexo manifestándose contra la abolición de la prostitución. No, ella no asistió a la manifestación del 8 de marzo. Carrera de San Jerónimo, 11 de septiembre de 2022.

—No te crucifiques, Terry. Tu obligación es la información y a ella te debes. Cumpliste con tu deber y tu anhelo gráfico lo prueba.

— Ni siquiera eso, que la manifa que subía por Gran Vía parecía que huía de la de Atocha, como si fueran enemigas empeñadas en reprocharse mutuamente los mismos argumentos, cuando las dos manifestantas, no digas manifestantes porque te pueden ahorcar, reivindicaban los derechos de las mujeres, puro desencuentro, que se liaron entre ellas con lo de la ley trans y con la abolición y todo era confusión y yo ya me sentía apaleado con tanta mirada reprobatoria de las señoras, como si dijeran fuera, fuera, fuera que eres un hombre. Así que me entró la culpa reflexiva y me puse a pensar, tal vez porque el embrujo inconsciente de su mirada me hirió como Venus a Adonis en el cuadro de Annibale Carracci, que allí estaba de más, hacía un frío que te helaba el alma, y me fui para la redacción a editar mis imágenes. Y fue entonces, en la pantalla del ordenador, cuando la vi, en aquella esquina de una foto cualquiera con su mirada fija en mí, el espejo de Venus pintado en su mejilla, como diciendo qué esperas, olvidemos el pasado y volvamos al amor, ven a mí, deja todo que todo lo soy para ti, que debía haber mirado más a las mujeres y menos por el visor de la cámara, que nada cambiarán el mundo mis fotos y su mirada hubiera cambiado mi mundo. Sí, era ella y estaba allí, ahora yo voy por un camino, ella por otro, que tal vez me hubiera reencontrado con ella por segunda vez y para siempre, abandonando ella el tambor y yo la Nikon en el prado de Cupido, eternos nuestros rubores y jaleados, tal vez censurados por las feministas, pensar en nuestro mutuo amor… quizás nunca más volvamos a cruzar nuestras miradas.

—Anda Terry, hay muchos 8 M y mucha reivindicación en la que encontrarse. Tal vez pronto surja un nuevo lugar en el que avistes su mirada, en algún salón en un ángulo oscuro brillará de nuevo otra vez su luz para ti.

—Sí, era ella, allí en Atocha en el ángulo oscuro de la manifa tocando un tambor, su mirada me interrogaba, ¿por qué callé aquel día?


Terry Mangino lleva siempre a cuestas varias cámaras: Nikon D200, D5600, D3200, CoolpixA300 y Samsung Galaxy A53 5G

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