Agustina de Champourcín

El “Orgullo” femenino se dio de bruces con la división, ese filtro que enturbia todas las comuniones de las izquierdas. Se juntaron en Atocha, que aquello parecía la madre de todas las manifestaciones, miles y miles de personas levantado banderas moradas, ternos morados, labios morados, puños morados, pancartas moradas como si un dios padre nazareno hubiera llamado de pronto a sus amados/as seguidores/as. Pero fue un espejismo, un guiño efímero, porque un poco más allá se separaban, la facción Movimiento Feminista decidió seguir calle Atocha arriba, mientras que la facción 8M Movimiento Feminista ponía proa hacia Cibeles para adentrarse después por el mar caribe de la Gran Vía. La diosa prefería mirar a Hipomenes y Atalanta, sus leones, mucho más templados que toda aquella muchedumbre. A un observador lego le resultaría difícil diferenciar una de otra marcha morada, e indudablemente, quizás necesitaría de explicaciones prolijas para comprender los motivos de la disputa, del divorcio, de la conjura de los necios/as. ¡Pero no son todas feministas y protestan por obtener las mismas garantías, iguales derechos que los del hombre y beneficios para la mujer!, ¿entonces, por qué discuten entre ellas por un ¡ay, quítame aquí aquellas pajas!? No entiendo nada.

Ya lo dijo Einstein, eso dicen, al intentar explicar la idiosincrasia humana, quizás no fuera exactamente con estas palabras: «Por muy grande e inmenso que sea el universo es incomparable a la diversidad humana».

¡Con un par!


Fotos de Terry Mangino

tomadas en la Glorieta de Atocha y Paseo del Prado, allí donde se encadenó no ha mucho tiempo doña Tita Cervera, femenina ella, para evitar que el señor presidente de la Comunidad talara los plátanos centenarios que hay frente a su museo, bueno, el de todos.


Enlaces relacionados

Día de la mujer trabajadora 2017

8M 2022 en Madrid

Machismo, ¡no gracias!

El sexo con los ángeles