Siglo XXI: el origen

Rafael Alonso Solís

Por aquellos tiempos se comenzaban a escribir los guiones en los que encajar las primeras tragedias del siglo XXI, se anunciaban misas por parte de casi todos los credos, y el aire pasaba de frío a caliente de acuerdo con oscilaciones que no se explicaban con facilidad por la física clásica, pero tampoco por la que se guarda en los cajones de sastre del misterio. A veces, el corazón se quedaba helado en las primeras horas del amanecer, mientras que otras el fuego del desierto inundaba las calles tras el choque entre la estrella de David y las barbas de los profetas. Hacía décadas que el oro había encontrado nuevos escondrijos y que la cueva de Ali Baba había instalado delegaciones en diversos lugares del planeta, más allá de las alfombras voladoras y al abrigo de los narradores de leyendas apócrifas. refugiados2De hecho, los inventores de palabras tenían miedo de escribirlas, y si lo hacían las sometían a una dura revisión antes de publicarlas, por temor a cruzar las líneas rojas de la corrección y a someterse al juicio inmediato de la frivolidad. Al fin y al cabo, al igual que la vida de las partículas elementales, la verdadera libertad de creación sólo es posible en la soledad más absoluta, sin la sombra de la crítica ni la influencia de los avatares de salón. Puede que, por motivos similares, los artistas comenzaran a ocultar sus obras antes de que los jueces pudieran pasarlas por la piedra de la ley del talión, una ley que cada vez se ajustaba mejor a las necesidades de unos pocos, mientras aumentaba el número de los casos susceptibles de aplicación, la mayoría incapaces de contratar a los abogados expertos que pudieran defenderlos. Ya era habitual que en las fronteras  abundaran los guerreros armados, cubiertos por brillantes uniformes y ayudados por tecnologías de vanguardia, para resistir el empuje de las inmensas manadas de seres humanos que empujaban, con inocencia, las vallas. Al principio llegaban de África, tras cruzar los mares en barcazas cargadas de hambre y de incierta esperanza. Más tarde desde cualquier parte, montados sobre animales a punto de desfallecer, hacinados en carros de madera los mas débiles, repartidos otros sobre los hombros de los más fornidos para salvar los ríos de la vieja Europa, cada vez más vieja, más necia y más cruel, disimuladas sus arrugas de bruja con maquillaje de fin de siglo, a pesar de que los afeites se envasaban en las factorías del que casi estaba comenzando. Por las noches, a medida que escaseaban los perros que los cuidaban, por falta de comida para todos, algunos niños desaparecían, cada vez en mayor número, y nadie parecía saber adónde habían ido, cuál era el motivo de los raptos, o cuál el destino de la tierna carne infantil. Mientras tanto, los políticos profesionales se reunían en horas de oficina, se acusaban de falta de estilo en la postura adoptada en la foto y hacían inversiones de futuro. En esto llegó el apocalipsis.no_guerra1