Ángel Aguado López


Jesús Torbado cultivó su escritura en la vorágine de las redacciones que cada día confeccionan las noticias. Sus maestros fueron el periodismo y el libro de estilo. Esos consejeros que te enseñan cómo escribir, que te recomiendan evitar el uso de frases subordinadas o epítetos grandilocuentes: «Ponlo todo en el primer párrafo, porque, ¿quién lee el segundo?» le dice Walter Burns —el desalmado director del Chicago Examiner, interpretado por Walter Matthau en la película “Primera Plana”— a Hildy Johnsson, su periodista estrella —Jack Lemmon—. «Usa frases cortas. Usa un lenguaje vivo. Elimina toda palabra que sea superflua. Haz economía de la escritura. Pónselo fácil al lector» leía Hemingway con dieciocho años, en 1917, cuando llegó de aprendiz al diario Kansas City Star.

Torbado fue uno de esos periodistas formados en la escuela de la puta calle cubriendo baches e información local, como su maestro Delibes, como Manu Leguineche, como Vargas Llosa, García Márquez, Vázquez Montalbán, Francisco Umbral, Manuel Vicent, como Aramburu o Juan José Millás.

Torbado nació en 1943, en la terrible posguerra y en la despoblada España interior. Se forma en la disciplina de un colegio dominico, vivero en el que aprendía la infancia pobre castellana con el secreto deseo de apesebrar su futuro en la nómina eclesiástica. Pero le pudo su inquietud y rechaza los hábitos y el yantar seguro yéndose por esos mundos a respirar aires frescos. En Madrid estudia un rato Periodismo antes de cumplir los veinte. Malos tiempos para la épica: 1961, el año del Contubernio, el año en el que muere Hemingway; 1963, el fusilamiento de Grimau. La juventud universitaria de origen bien, militante de la utopía reclamaba el cambio y corría delante de los grises. Y 1963, mucho antes del mayo francés —sous les paves, la plage—, emprende, incansable Torbado, un viaje por Europa, para aspirar la libertad, para llenar de vida su escritura. Y quizás por eso, en 1965, con apenas veintidós años gana el Premio Alfaguara con su novela “Las corrupciones”, el mismo año que el franquismo arrebató sus cátedras a Enrique Tierno a López Aranguren y a Agustín García Calvo. Don Manuel Fraga Iribarne ejercía de ministro plenipotenciario de Información y Turismo: ¡la calle es mía!

“Las corrupciones”. El itinerario vital de un aventurero exseminarista que pierde la fe en el santísimo y viene al Madrid franquista de una sociedad pacata y constreñida que le expulsa a París, después a Suecia donde vive la bohemia juvenil sin encontrar acomodo a sus ansias de libertad. Estímulo autobiográfico, reflejo de aquellos años de absorción de ideas y contacto con los restos del naufragio existencialista, esperanzas de revolución social, los barbudos de Sierra Maestra, el mahoísmo, la crisis de los misiles… después sería la primavera de Praga y Willy Brandt, ¡están cambiando los tiempos!, y la invasión de Checoslovaquia para que todo siga igual en Occidente, peor en el otro mundo.

 Y final de un régimen que le persigue ya muerto el dictador, la censura, el tribunal de orden público, el TOP top llama a su puerta. Y a la vez su consagración de masas, 1976, con la obtención del Premio Planeta: “En el día de hoy”. Una fantasía, una novela adecuada para el momento de la transición democrática, que especula con todo aquello que no fue, con la supuesta victoria de los malos españoles en la tragedia nacional. Un éxito rotundo en su momento.

Guionista ocasional de cine, redactor de televisión, columnista, reportero de guerra. Con Manuel Leguineche* escribe en 1977 un reportaje-relato extraordinario sobre los auto-confinados que huían de una muerte segura, que eternizaron su exilio interior durante el franquismo escondidos en sus propias mazmorras domésticas: “Los topos”. Muchos años después, 2019, serviría de inspiración para la película “La trinchera infinita”.

Y “El Peregrino”, 1993, premio Ateneo de Sevilla, sobre el secular uso comercial del Camino de Santiago y la legión de golfos y advenedizos que lo puebla, ayer como hoy, sobre esos buscones que se llenan las alforjas a costa de los crédulos caminantes, de esos iluminados corrompidos por su verdad que quieren imponer a los ingenuos sus falsedades. Esa perpetua maldad humana que invade los itinerarios de los hombres en su viaje por el mundo. Prosa lenta y espaciada, sin prisas, extensa como corresponde a un corresponsal que desde el frente nos describe lo que ve para que lo leamos tranquilamente en el albergue compostelano de las páginas del libro. Y es inevitable referirse a “El hereje”, publicada por Delibes, su maestro, en 1999. Ambas novelas inspiradas en esa sociedad medieval o renacentista carcomida por el virus de la religión y de la superstición. En esta ocasión Torbado marcó el camino a su preceptor.

La obra de Torbado ofrecía una alternativa literaria a la obra de la generación anterior, la de los 50: Luis Martín Santos (1924-1964) o Ignacio Aldecoa (1925-1969) o Carmen Martín Gaite (1925-2000) o Juan Benet (1927-1993) o Jesús Fernández Santos (1926-1988) o Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019) son mayores que él, padecieron la contienda, muertos prematuramente algunos, de origen patricio, con un prurito de egocentrismo y vanidad que no admitía la competencia de un escritor forjado en el tecleo de la olivetti desvencijada de un periódico. Pero los sobrevivió con su amplio universo de obras y personajes. Sus novelas históricas son profundos documentales en los que se funde la vitalidad viajera del autor con las circunstancias penosas que sufrieron los protagonistas de una actualidad incómoda para la patria oficial. Así sucede en “El imperio de la arena”, 1998, la crónica dramática de una guerra colonialista absurda, la de Sidi Ifni, silenciada por el franquismo, que dejó centenares de soldaditos españoles muertos en las tórridas dunas de África, allá en 1957. Un fastidio que se repite en la actualidad: el neocolonialismo que la corte alauita alienta aventando a sus desheredados a traspasar la frontera con Ceuta como advertencia: vamos por el Sahara.

Por eso es tan interesantes la prosa de los periodistas y sus libros-reportajes y sus crónicas, porque incomodan a los gobiernos revelando a la opinión pública lo que los poderes ocultan. Eso es el periodismo, lo demás es propaganda. Y por eso siguen vigentes los libros de Torbado, porque su literatura es una mezcla de realidades e incógnitas que el lector debe saber.  

*Recientemente ha aparecido una biografía sobre Manu Leguineche en la que se glosa toda su trayectoria profesional y humana, escrita por Víctor López y editada por Ediciones del Viento: El jefe de la tribu.