Carmelita Flórez

Ángel Cabrera fotografiado por Alfonso, sobre 1914.

El camino, el viaje, la curiosidad por descubrir qué habrá detrás de las montañas. La emoción de traspasar el horizonte y contemplar otro paisaje distinto y después otro amanecer y sorprenderse con la riqueza que conforma la existencia. Y la introspección, la mirada al interior de uno mismo, rebasar las barreras que nos limitan y adentrarnos en nuestro infinito yo. Y contárselo a los demás. Fue el amor por la ciencia, por el estudio, por los seres vivos lo que llevó al zoólogo Ángel Cabrera Latorre a escribir sus 200 libros científicos y sus más de 400 artículos en periódicos y publicaciones de todo el mundo. Ángel Cabrera Latorre y sus andanzas por el Magreb-el-Aksa o por la Sierra del Guadarrama describiendo a los lobos, Canis lupus signatus los llamaba él, o por la desconocida Patagonia en busca de dinosaurios. Un digno compañero de Ulises, de Marco Polo, de Colón, de Elcano, de Cosme Churruca, de Darwin, de la Comisión Científica del Pacífico de la que fue ilustre catalogador de su legado. Ángel Cabrera Latorre (1879-1960), hijo del primer obispo de la Iglesia Anglicana en España, aventurero y periodista, viajero incansable, divulgador, artista mayor, miembro reconocido de varias sociedades internacionales, riguroso científico brotado de la fuente de Ignacio Bolívar Urrutia —director del Museo de Ciencias Naturales de Madrid entre 1901 y 1934—, al que el matemático Rey Pastor propuso y Ramón y Cajal confirmó como el mejor candidato para ocupar la cátedra de Zoología vacante en el Museo de Ciencias de la Plata. Y que en 1925 se trasladó a la Argentina para nunca más volver a la patria esquiva.

Junto a Ángel Cabrera, Francisco Ferrer y el director del museo, Ignacio Bolívar, aparecen la reina madre, María Cristina, y la infanta Beatriz de Sajonia-Coburgo, prima de la reina Victoria Eugenia de Battenberg. 2 de diciembre de 1913.

Y enamorado galán hasta el fin de su mujer, de María:

 «Para mi amada esposa dedico este libro, como recuerdo de las excursiones que juntos hemos hecho para cazar o para estudiar muchos de los seres que en él se describen».

 Así comienza su obra “Fauna Ibérica. Mamíferos”, publicada en Madrid, el 2 de abril de 1914.  Un trabajo de gigante no mejorado y que aún hoy causa admiración por su preciso contenido científico. A ella siguieron Genera Mammalium (1919); Manual de mastozoología (1922); La Navegación (1923); Los mamíferos de Marruecos (1932); Zoología (1938); Mamíferos sudafricanos (1943); Caballos de América (1945), etc., etc., etc.

«Al apearme, a la luz de las estrellas… no pude menos de recordar las palabras de Abd-el-Kader, el emir guerrero y poeta: “Si supieras tú los secretos del desierto, pensarías lo mismo que yo; mas los ignoras, y la ignorancia es la madre del mal». «En cuanto a los moros, los hijos del pueblo que hizo un vergel de la tierra donde nacieron mis padres, sólo puedo decir que para mí han sido siempre afectuosos y hospitalarios… me he sentido siempre un alma mitad árabe, mitad europea… hay que tenerme por sospechoso de parcialidad por ese país de Islam». 

Es el prefacio de su libro “Magreb-el-Aksa. Recuerdo de cuatro viajes por Yebala y por el Rif, de 1924, en el que relata sus cuatro recorridos por Marruecos entre 1913 y 1923.  Un período agitado de la historia colonialista de España. Cabrera emprendió esas expediciones explorando un vasto territorio desconocido y misterioso, adjudicado a España en virtud de los acuerdos franco-británicos de 1904. En su relato no hay ninguna mención a la situación bélica que se vivía por entonces en tierra africana, ni siquiera sobre la dictadura de Primo de Rivera, iniciada unos meses antes.

«Considérese hoy como un hecho bien probado que las especies animales actualmente existentes proceden de otras que existieron antes, las cuales, a su vez, se habrían derivado de otras anteriores a ellas», así comienza su “Caballos de América”, Editorial Sudamérica. Buenos Aires, 1945, un exhaustivo tratado de caballería que enumera las variedades equinas que pueblan el subcontinente americano. Texto inflamado de amor a la naturaleza y a lo que ahora llamamos ecosistemas y a su conservación, que bien podría haber firmado Charles Darwin, que le precedió 93 años en su viaje por los Mares del Sur. Vean si no, el apunte que Darwin hace en su cuaderno de bitácora:

«5 de julio de 1832, en el HMS Beagle. Largamos velas y por la mañana salimos del magnífico puerto de Río. Durante nuestro viaje hasta el Plata no vemos nada de particular, como no sea un día una grandísima banda de marsopas en número de varios millares. El mar entero parecía surcado por estos animales, y nos ofrecían un espectáculo extraordinario cuando cientos de ellos avanzaban a saltos, que hacían salir del agua todo su cuerpo. Mientras nuestro buque corría nueve nudos por hora, esos animales pasaban por delante de la proa con la mayor facilidad y seguían adelantándonos hasta muy lejos». (A naturalist’s voyage round the world in HMS Beagle. Traducido en 1920 por Constantino Piquer y publicado ese año en Valencia por Prometeo Sociedad Editorial.)

De 1922 y publicado por Calpe es “El mundo alado” *, un folleto de 116 páginas impregnado de amor a la naturaleza en el que describe las características de las aves, entonces poco conocidas. Con afán didáctico, lenguaje ameno y sencillo, despoblando su prosa de adornos este pequeño librito no pretende más que advertir de la necesidad de conservar las aves que pueblan nuestros campos y ciudades, nuestros aliados callados y seguros contra las plagas de insectos, como puede leerse:

El ruiseñor deja oír esas cascadas de notas que a todos nos admiran mientras elige una compañera, hacen el nido y ésta incuba sus cinco huevecitos; pero tan pronto como éstos se rompen y salen del cascarón los cinco pequeños ruiseñorcillos, el padre deja de cantar y sólo profiere una especie de ligero graznido gutural: la voz grave y preocupada del padre que comprende sus deberes y sus responsabilidades…

El somormujo es una pequeña ave nadadora que vive en toda Europa, en las lagunas y otras aguas estancadas. En Madrid se le ha visto algunos años en el estanque que hay delante del Palacio de Cristal del Retiro. Para hacer su nido, recoge juncos, ranúnculos y hojas secas, y forma con todo ello una especie de balsa redonda que flota perfectamente en el agua… si a pesar de todo, amenaza al nido algún peligro, pronto lo transporta a otro sitio más seguro.

Los herrerillos, los mosquiteros, las currucas, prestan al hombre un señalado servicio destruyendo los parásitos que el jardinero o el labrador no llegan siquiera a ver. El pequeño herrerillo, por ejemplo, destruye más de seis millones y medio de insectos al año, y para criar a sus hijos necesita por lo menos veinticuatro millones de insectos… Se ha dicho, con razón, que el pájaro es uno de los factores de la prosperidad de un país… los pájaros hacen mucha más falta en el campo y en el bosque que en los mostradores de las tabernas o en los sombreros de las señoras.

Todas las láminas son de Cabrera, declaradas bienes de interés cultural.

Cabrera viaja en 1924 a la factoría ballenera de Algeciras, entrada de cetáceos al Mediterráneo, con la misión de censar las ballenas y testimoniar su declive provocado por el hombre. En seis años, de 1921 a 1927, se cazaron 3600 rorcuales y 300 cachalotes en Algeciras, dejando a los cetáceos al borde de la extinción. Una misión bien distinta, la suya, de la que mueve al capitán Ahab en busca de Moby Dick.

Cabrera en la factoría ballenera de Algeciras, 1924.

El relato de Ahab, Herman Melville, Akab, rehén de sí mismo, se debate en el deber de justificar la tragedia que su temeraria aventura causó entre aquellos a los que llevó a la muerte. Quizás le resoplaran por la mente los remordimientos: «Se me tiene por misógino, por rechazar a las mujeres, no hay ni una mujer en mi relato, en esas seiscientas y muchas largas páginas que explican el cortejo, el amor que le hice a mi amante marina. En los barcos no hay mujeres, dicen que nunca conocí mujer, que mi matrimonio con esa jovencita de Nantucket, padre y esposo a la vez, fue una excusa por parecer hombre decente, que la dejé a los pocos meses de la coyunta, que no valía para eso porque nunca lo ejercí, que puede haber en mi carácter la sombra de la sodomía, encerrado en mi camarote con aquellos cinco extraños personajes. Pero ¡es mentira! Yo soy un marino, un capitán ballenero, el gran capitán Ahab y estoy casado con la mar, ella es mi amante caprichosa y cruel, la que me obsequia con crepúsculos encendidos de fuego en los trópicos y la que me maltrata con tempestades y derrotas de lavas de hielo en los polos», bien podría haber dicho el capitán Ahab de haber sobrevivido a la venganza de Moby Dick.

Sí, ¡por ahí resoplaban, por ahí resoplan! Ahora son frecuentes los avistamientos de ballenas azules en los mares de Guetaria, la cuna de Juan Sebastián Elcano. En su libro “Fauna Ibérica. Mamíferos” relata Cabrera la captura que se hizo allí en 1872. Una de las seis cazas documentadas que constan a lo largo de cuatro siglos en las costas del Cantábrico y Atlántico. Los balleneros vascos ya las cazaban en el siglo VII y casi se extinguen en el mar Cantábrico, de donde desaparecieron durante siglos. El mar, esa fuente de inspiración permanente: Jules Verne, “La isla misteriosa”, “20.000 leguas de viaje submarino”. La aventura por la tierra y por el cielo: “Cinco semanas en globo”, “De la tierra a la luna”, “Miguel Strogoff”. Jules Verne, nuestro forjador de sueños de la infancia: “La vuelta al mundo en 80 días”.

Láminas científicas pintadas por Cabrera

Y la vuelta al mundo que emprende Manu Leguineche en un Toyota Land Cruiser en 1965, “El camino más corto”, que le sirve para describir aquel mundo de confusión geopolítica y pan-nacionalismo africano o asiático que se desencadena apenas veinte años después del gran desastre de la 2ª Guerra Mundial para sacudirse el colonialismo europeo, Vietnam a la vuelta de la esquina. Un testimonio literario de un momento histórico que removió al mundo y cuyas consecuencias aún son visibles. Un reportero, Manu Leguineche, que creo escuela en el periodismo internacional, que con Jesús Torbado exploró el viaje interior que las víctimas secretas del franquismo realizaron en torno a sus auto-mazmorras, prisioneros de sí mismos: “Los topos”.

O la vuelta al mundo que emprenden Pepe Carvalho y Biscuter, en su “Milenio”, la Charo y Fuster les aguardan, el inspector Lifante al acecho, como prediciendo el final próximo del escritor, de Manuel Vázquez Montalbán, publicado apenas unos meses antes de su muerte en el lejano Bangkok. Una despedida de una época y de un mundo que ya no pertenece a los protagonistas y que no comprenden. Protagonistas y viajeros que ilustraron los sueños de nuestra niñez: don Quijote y Sancho, Ahab y Starbuck, Bouvard et Pécouchet, Ismael y Queequeg, Penélope y Ulises, el capitán Nemo y el Nautilus, Magallanes y Elcano, Darwin y el capitán Fitz Roy, Churruca y Gravina, Long John Silver y Jim Hawkins…

El viaje, el libro de aventuras, el reportaje novelado, la poesía épica y el rigor científico con que Cabrera nos obsequia. Y aquel otro viaje del poeta bueno que encontró su destino en la playa de Colliure, ligero de equipaje frente al mar, Machado. Cabrera lo encontró en La Plata en 1960, lejos de su Madrid que lo olvidó sin darle siquiera como homenaje el nombre de una calle. Se hace camino al leer.

*Obra recomendada por el biólogo y ornitólogo Manuel Andrés Gómez