Palabras de Carmelita Flórez. Fotos de Terry Mangino

»Todo apuntaba a que su existencia sería la de buena madre y fiel esposa de educación religiosa en una capital de provincia ramplona de la Andalucía profunda. Pero con dieciséis añitos se puso el mundo por montera, y a pesar de la oposición de todos se casó, pecado de juventud, con un pintor bohemio y periodista doce años mayor que ella. Claro, aquello desembocó pronto en ruptura, a pesar de los tres embarazos consecutivos y muertes prematuras —quizás por eso— de los frutos de sus entrañas. Al menos, el desapego que sintió pronto por su marido —la vida le descubrió rápidamente que aquel matrimonio no tenía nada de amor, que fue un acto de insumisión a su destino— le valió para comenzar una carrera de columnista en el diario propiedad de su suegro en la que evadirse de su fracaso conyugal y expresar toda la furia femenina que gestaba en su interior contra una sociedad hostil hacia las mujeres. Y se puso a escribir, algo insólito en una señora por aquellas fechas, 1887, justo cuando don Benito terminaba de redactar su “Fortunata y Jacinta”. Quédate con este dato, porque existe un paralelismo sorprendente entre Carmen de Burgos y Emilia Pardo Bazán, dos señoras de postín y de amoríos exaltados con varones geniales. La una con Ramón Gómez de la Serna. La otra con don Benito Pérez Galdós. Esos amores asimétricos que tanto abundan en la literatura y que quizás algún día te cuente detalladamente. ¿Te enteras de lo que te digo?, Terry.

Carmen de Burgos pintada por Julio Romero de Torres, ¡Olé!

—Sí, sí, claro, que sí, Carmelita —Terry dio un respingo, dejó la edición de las fotos de la mani de aquel día de la mujer trabajadora y dedicó a su chica la mejor de sus sonrisas. Se volvió de pronto todo oreja escuchándola.

»Así que Carmen se puso a estudiar y en 1895, con 28 añitos, obtuvo el título de maestra de Educación Elemental. Y en 1898, el año del desastre, mientras estaba embarazada de su hija María, el de maestra de Educación Superior. Pero ahí no acabaría su carrera, que en 1901 consiguió por oposición plaza de maestra por Guadalajara. Aquello, su actitud, fue un hito en la historia de la reivindicación de los derechos de la mujer en España, paralela a las proclamas que las “sufragistas” inglesas —Richmal Crompton, la mamá literaria de Guillermo Brown era una de ellas. ¡Qué grande Guillermo! ¡Qué grande la Crompton!— y norteamericanas realizaban en sus países respectivos. Ten en cuenta que el derecho al voto de la mujer llegó en España en 1931. Y con el enfrentamiento personal de dos mujeres diputadas: Clara Campoamor, partidaria del mismo, contra Victoria Kent, que se opuso porque consideraba que la mujer española, mayoritariamente analfabeta, estaba sojuzgada por sus maridos y por la lepra del clero y votaría candidaturas claramente reaccionarias y contrarias a sus intereses. Como así pasó en las elecciones de noviembre de 1933, con la victoria de las derechas de la CEDADE coaligadas con Lerroux —la mirada que Carmelita dedicó a Terry se encontró con su sonrisa apócrifa. Bueno, pensó, por lo menos escucha, que ya es algo, raro en un hombre.

»Carmen de Burgos fue la primera corresponsal de guerra española, informaba sobre la eterna guerra de África, sobre la desdicha que corrieron los soldaditos españoles en el Barranco del Lobo, en 1909, una ominosa derrota que sufrieron los valientes infantes defendiendo los intereses de la Compañía Española de Minas del Rif, propiedad del Conde de Romanones, del negrero Marqués de Comillas —hijo— y participada por Alfonso XIII cuando no dedicaba tiempo a sus amantes. Aquella desdicha fue el detonante de la Semana Trágica de Barcelona, con una terrible represión sobre los manifestantes y la ejecución del anarquista y pedagogo Francisco Ferrer Guardia, acusado con pruebas falsas de ser el incitador de las protestas. En realidad, se trataba de un ajuste de cuentas que el Gobierno de Antonio Maura y la Monarquía se tomaban en venganza por el atentado que sufrió su majestad el 31 de mayo de 1906, en la calle Mayor de Madrid el día de su boda con la princesita inglesa Ena, practicado por el anarquista Mateo Morral, al que se creía discípulo ideológico de Ferrer Guardia. Pues sí, en ese ambiente tan áspero, tan machista y tan bélico desarrolló su profesión de periodista Carmen de Burgos. Y si quieres saber más sobre ese momento tan convulso estudia historia, que yo quiero hablarte de aquella reportera que estaba allí, al pie del cañón entre los artilleros informando del triste destino en donde recalaban los mozos de reemplazo. “Para Melilla embarcamos muy alegres y contentos, de todos los que aquí vamos sabe dios quién volveremos” cantaban los pobres reclutas presintiendo la muerte en tierra africana —y Carmelita Flórez no puede reprimir una mueca de disgusto y la tristeza de un gorrión en su jaula la recorre por su mirada perdida.

»Colombine, el pseudónimo con el que firmaba sus reportajes, sus reivindicaciones a favor del matrimonio civil, del divorcio, de la equiparación de derechos con el hombre, a favor de la objeción de conciencia contra el servicio militar, por la presencia de la mujer en la sociedad. Y su gran amor, ¡ay!, su relación durante dos décadas con Ramón Gómez de la Serna*, veinte años más joven, con el que se paseó por París, por Londres, por Lisboa, por Italia, tal vez emulando treinta años después los viajes que hicieron doña Emilia Pardo Bazán y don Benito, también ellos tan enamorados, tan tortolitos, tan arrebatados en su pasión secreta. Esos amores asimétricos que derivaron en una locura de la carne, Ramón encaprichado, por un instante, con María, la hija de Carmen, diez años más joven que él. El péndulo del amor que oscilaba entre la madre y la hija. Mucha Carmen para tomarla como una greguería, amiga de Galdós, de Blasco Ibáñez, de Juan Ramón, de Sorolla, de Gregorio Marañón, musa de Federico, pintada por Julio Romero de Torres. Falleció en 1932. Una lápida de granito sin decoración alguna cubre su tumba en el Cementerio Civil de Madrid. No la perdonaron. Ni el franquismo ni la Iglesia permitieron que su labor por los derechos femeninos perdurara durante la larga y negra noche de la posguerra. Fue relegada al pudridero de los perdedores donde escondieron a tantos luchadores por las libertades. Quizás a ella la ocultaron más por ser mujer, por defender la igualdad entre hombres y mujeres, por haberse divorciado, por sus amores libres con Ramón, por ser reportera, por ser brillante, por ser valiente. Tuvo que pasar casi un siglo para que vieran la luz de nuevo sus obras y llegaran al gran público y se conociera de ella.

»Y sus libros, sus artículos periodísticos, sus cuentos largos o novelas cortas, ¡que tantos escribió! Carmen destila esa sensibilidad única de las mujeres decididas que han amado mucho. La leemos y escuchamos el crujir de las hojas en blanco rasgadas por su estilográfica, por sus manos finas escribiendo en el prado recogido de su claustro interior:   “No quiero una vida de molusco pegada a una roca. No quiero saber en qué cementerio me han de enterrar” dice Matilde, su protagonista de “El Perseguidor” (1917), ese misterioso ser acechante que altera el universo de la dama con su amenaza indefinida; él, perseguidor perenne como su sombra; ella, viajera solitaria que deambula frenética para dominar su miedo a una pareja, al hombre abstracto, afirmando su feminidad en la soledad del camino, en ese deseo de independencia aun en los apartados parajes del mundo preservando para sí los momentos más dulces en soledad. Fluye la prosa única de Carmen con el gozo de quien escribe para la eternidad, regala sus renglones como la recompensa del beso, con el deleite de nuestros ojos tras ver los suyos, como el latido de sus labios en nuestros labios, para nosotros sus pétalos de letras perfumados.

»La mujer fría (1922). Blanca. Esa odalisca deseada por los hombres a los que ignora, a los que desdeña. La mujer fría y su noche, cómplice con su melancolía del alboroto de los amantes, dormidas sus voluntades hasta que el reloj de estrellas anuncia el amanecer, cuando, roto el encanto y el misterio desvelado, la mujer fría, Blanca, regresa a su palacio de invierno, a la soledad. Sólo una sensibilidad femenina podría escribirnos un cuento así. Ahora nos produce extrañeza su prosa poética, el aroma envolvente de sus versos, las caricias de sus palabras, como si rescatáramos un elixir arcano de la botica de los placeres olvidados: “Jamás su cuerpo, insensible a la temperatura, se había estremecido como la noche anterior, cuando pasaron sus manos carnosas y fuertes sobre el bruñido de su piel”.

»El veneno del arte. Ese dandi decadente, heredero de un linaje en ruina que sobre la chaise longue recibe amantes masculinos y femeninos, máscaras de carnaval arrinconadas después en una esquina. Paisajes de Patinir, Oscar Wilde y ella, María. Ambigüedad. Sus ensoñaciones eróticas nos sumergen en un ambiente de gozo refinado, en un tiempo detenido para el placer de la lectura: “El haz de rizos rubios cayó deshecho en cascadas de oro sobre la almohada, y sentí palpitar un seno de virgen sobre mi seno…” Fíjate, Terry, eso lo escribió Carmen de Burgos en 1910, quizás al volver de la guerra de Melilla, quizás anhelando el amor esquivo, como sus personajes. ¡Oh! Precisamente por eso.

Y Terry recoge el librito de los cuentos de Carmen y lee esas palabras delicadas que sólo escriben las mujeres. Quizás sus fotos de la mani de esa mañana denoten que ellas siguen alzando el testigo de Carmen, que su llama encendida derriba barreras, y ellas, aunque no sepan nada de sus empresas levantan la bandera contra el apartheid clamando igualdad, todavía luchadoras, aún enamoradas. Que sea de la vida o de los hombres es indiferente —piensa— porque las asiste la emoción, el delirio por ser libres y el fragor emocional que enarbolaba Carmen de Burgos. Colombine.

*Es muy recomendable visitar El Despacho de Ramón, en el Centro Cultural Conde Duque, en Madrid, donde se ha recreado su mundo onírico y literario con recuerdos procedentes de toda su vida de coleccionista, de hombre mundano y enamorado de la mujer. ¡Impresionante!

Las fotografías de la galería siguiente fueron tomadas por Terry Mangino en las manifestaciones del Día de la Mujer, el 8 de marzo de 2019 y 2020, en la Gran Vía, en Madrid. Pinche sobre ellas para verlas a lo grande.