Gabriel de Araceli. Fotografías de Terry Mangino (para mi padre, que hoy hubiera cumplido 98 años)
PASCUAL IZQUIERDO PRESENTA EN MAYO, que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, su libro “Historia de este instante” y enciende con su palabra austera de poeta castellano a los asistentes al pequeño auditorio de la Librería Sin Tarima, apenas una cave, ¡existencialiste, bien sûr!, del barrio madrileño de las Letras. Sus recitativos alteran el pulso a doña Beatriz, lectora impenitente de poemas amorosos, que sueña un octubre de labios abiertos a la risa y al beso, al color de la cereza, al pincel y a la fragua. «¡Ay! —piensa doña Beatriz escuchando el arroyo verbal y aguileño del poeta— ¿dónde estarán aquellos besos perdidos en la niebla?», y luego mueve sus ojos a otra parte, a otro lugar de la geografía humana. Esa “Historia de este instante”, ese libro que la conmueve, ese recorrido irrepetible, para siempre domiciliado en el olvido eterno. En un rincón, confundidos con el runrún en sordina del túnel del metro, paralelo a la cave, Gustavo Adolfo y Quevedo, que no viven muy lejos, le escuchan. Don Francisco, con ademán aprobatorio, mueve el mostacho. Mientras, Bécquer piensa que «aquí hay busilis».
Y se oye la voz, profunda como un tajo de ronda, de Jesús Urceloy, un trueno, un bardo rotundo, que llena de violonchelos los versos amétricos e imparisílabos del poeta, «donde importa más el sustantivo que la cualificación, que hablan de la vida con la mayor brevedad posible. Es este libro de crepúsculo, escrito hace quince años, maravilloso, el declinar se convierte en delicia, donde la sentimentalidad navega por encima de la palabra» dice Urceloy, y sus palabras reverberan las bóvedas de la cave existencialiste. Jean-Paul, semioculto en la penumbra, lo rechaza todo. Sin embargo, doña Dorotea, que oye al poeta desde la primera fila, la belleza aún incólume, sueña ser aquella muchacha que fue, que con la sonrisa de sus caderas derrumbaba los índices bursátiles. ¡Ay!, qué cosas piensa doña Dorotea. ¡A su edad!
«No hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo» dice Pascual. «Entre los infinitos poetas consumidos sólo vos sois un consumado poeta» le responde don Alonso Quijano a don Lorenzo de Miranda, aquel que fuera hijo del Caballero del Verde Gabán, venidos ambos desde el capítulo XVIII de la segunda parte del «Quijote» para escuchar tan sabrosas pláticas poéticas.
«La vida es una mala obra de teatro porque el protagonista siempre muere —dice el poeta—, que deambula por ella como por esos mapas que plasman los accidentes de un país secreto en el que nadie sabe qué significan el musgo en los tejados, la niebla en las vaguadas, la nieve en las cornisas, la luz en los sembrados».

Jesús Urceloy, Pascual Izquierdo e Ilia Galán en la Librería Sin Tarima, en la C/ Magdalena de Madrid, el pasado 13 de mayo de 2019
«Vemos al poeta desnudo, hasta sus pliegues más íntimos. Es un libro donde se funde el fulgor de los besos y el frío de las cenizas y las sábanas que huelen a orfandad» señala Ilia Galán, poeta que acompaña al poeta en la presentación del libro. Y doña Beatriz y doña Dorotea sienten un rubor íntimo, un no sé qué que las embriaga de humedades, de perfumes olvidados, y tras las palabras y los aplausos se abalanzan sobre el poeta, que se infla a firmar libros, reclamándole su dedicatoria. «A doña Beatriz, a doña Dorotea, con el ascua del deseo, con aroma de azucena y de jazmín, con la sombra huidiza y el ansia de sus besos» les escribe el poeta, y ellas, ¡tan contentas!, se van a soñar un íntimo fulgor de nieve derretida en su intimidad recobrada por el verso.
Hay que saber callarse a tiempo, sentencia Pascual y cierra en ese instante la «Historia de este instante». Y la comienza el lector con su lectura de los renglones imparisílabos: Para Bruno, pétalo en flor que esta primavera inaugura el esplendor nupcial de los almendros.
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