La Cueva de Zaratustra

Rafael Alonso Solís

En el Petril de los Consejos –calle, calleja o callejón, que también recibiera el nombre de Costanilla del Sacramento, y donde Galdós escenificara la Fontana de Oro– situó Valle Inclán la Cueva de Zaratustra, el lugar desde donde Max Estrella inició el trágico recorrido de su última noche, en la que las luces de bohemia soñadas por los poetas malditos se apagaron tras la ingestión del veneno de la mala casta, la pócima negra que, desde los orígenes de la ciudad, guisan en la oscuridad los súcubos producto de los amoríos entre la madera y la clerecía. La hermosa frase del principio sólo es en parte mía, ya que figura en la placa que el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha colocado a la entrada de Casa Ciriaco,casa_ciriaco2 donde predicaba Julio Camba, y donde aún se puede degustar gallina en pepitoria, mojada con el tinto, barato y respetable, de los viñedos madrileños, claudicar ante la tentación de una torrija seca y dulzona, y respirar las angustias con las que Mateo Morral se acompañó a sí mismo, la noche anterior a su fallida intentona, con la que trató de frenar la dispersión genética de los borbones. En la misma esquina situó Montero González su novela Pólvora Negra, tras haber bebido de la frasca perpetua con la que se embriagaba don Francisco de Quevedo y Villegas, mientras tomaba el aperitivo en el callejón de San Ginés, basado mayormente en albóndigas y croquetas de carne de jumento, de vez en cuando aderezadas con la grasa de ajusticiado fresco, con lo que se conseguía rebajar el sabor a cuadra y el olor a boñiga, al tiempo que se les daba a aquellas pelotas una inspiración de essan_ginespadachín dominguero. Mateo el anarquista cometió, como poco, tres errores. El primero, no percatarse de que con tanta sacristía profunda por los alrededores, y con tanto chivato buscándose la vida por las esquinas, era muy difícil que su magnicidio pudiera tener éxito. El segundo, esperar que una solución política a cualquier problema de convivencia pudiera venir a través de un acto terrorista, lo cual parece que aún no ha sido asumido por la especie, a pesar de los años transcurridos. El tercero, estrechamente relacionado con el anterior, no comprender que la historia se escribe mal a través de atajos. Con el tiempo, por encima de todas las vicisitudes, los borbones han seguido reproduciéndose, se han bronceado en la costa y han estudiado en las mejores universidades, bien es cierto que gracias a cursos resumidos. En cualquier caso, jamás han dejado de tener trabajo, a diferencia de la mayoría de los mortales, y han podido practicar la caza mayor, se han disfrazado de elefantes blancos, han cobrado comisiones, han pilotado aviones de campaña y motos de gran cilindrada, han yacido con gente del arte, y se han acabado mezclando, en una demostración de su profunda vocación popular, con el pueblo llano. Sin bombas, pero sin dudas, ya va siendo hora de que les indiquemos la puerta de salida.