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Emilio Pascual Martín es un ingenioso hidalgo, doctor de las letras y creador sin fin de las palabras. Admirado por todos, cuando habla, que es poco porque es de natural callado, los que a su alrededor se encuentran enmudecen con su verbo, ya sean hispanistas de Michigan o pilaristas de la calle _DSC2710_webCastelló. Lo mismo pronuncia una conferencia en Bratislava que en Alcalá de Henares que en el Perú. Ha escrito y leído tanto que parece la memoria ambulante de la Biblioteca Nacional («esto es una hipérbole» diría él). No sólo gana premios literarios: el Nacional de Literatura, el Lazarillo, etc., sino que, además, es ciclista, campeón de la montaña del criterium de Tejares.
También es editor y desde Oportet publica libros magníficos. Ahora está enredado en un Quijote que va a ser la más alta edición que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Como es austero y comedido, siempre entregado al estudio no se postula en la rex publica, pero su talento y sapiencia del idioma castellano no conoce límites y nadie duda de que es merecedor de un sillón en la Real Academia donde su esplendor pueda brillar en beneficio de la lengua y en regocijo de los lectores.
Y el que dude de lo que digo que lea lo siguiente:

VARIOS EFECTOS DEL LUMBAGO (con permiso de Lope)
Para Avelino, que también lo sabe

Estar hecho puré, migas, mojama;
curvo meandro tu figura esbelta;
una raíz cuadrada no resuelta;
ser a un tiempo elegía y epigrama.

No poder levantarse de la cama,
y en ella no poderse dar la vuelta;
no conseguir reírse a pierna suelta
sin convertir cada sainete en drama.

Estar suspenso, siendo inteligente;
dar la nota, sacando un cuatro grave;
andar con apariencia incontinente.

Ser esclavo del réflex, el jarabe
y un masaje que no pone caliente…
Lumbago es: quien lo pasó lo sabe.

EMILIO PASCUAL
Madrid, 13 de diciembre de 1993