Palabras y fotos de Ángel Aguado López

 Es enorme el cúmulo de lecturas que Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) devora durante su formación infantil y juvenil. Libros que después refleja en sus obras, plagadas de referencias a todos esos autores que amoldaron sus gustos primerizos y siembran de reflexiones presocráticas, pensamientos profundos y recuerdos académicos sus novelas. Prosa densa, extensa e intensa, que a veces debe cortarse con el machete de la perseverancia, con la disciplina del penitente, con la fe del converso torrentino para penetrar en la espesura de sus palabras, para avanzar con paso titubeante de iluminado por sus páginas pétreas reforzadas con el granito semántico de lampreas de Porriño, o de napoleones que nunca existieron, o de James Bond, el KGB , la CIA y el capitán de navío Blacas entre los muslos ardientes de Irina Tchernova: “La saga fuga de JB”; “La isla de los narcisos cortados”; “Quizás nos lleve el viento al infinito”.

Gonzalo Torrente Ballester en el Café Novelty, Salamanca, 1990. Foto: AAL

 Llega don Gonzalo a Madrid en 1929 y frecuenta la tertulia bohemia, decadente y anarquizante de su paisano Valle Inclán, ya de edad provecta y de salud afectada, en el Café Nueva Montaña, en lo que era el Grand Hotel de París, Puerta del Sol esquina a calle Alcalá. Trabaja apenas un rato en el diario anarquista La Tierra, en 1930. Un periódico de línea difusa o confusa, que arremete duramente contra el gobierno de Azaña por los sucesos de Casas Viejas (enero, 1933), instalado en la contradicción permanente de la utopía revolucionaria cenetista financiada por la derecha burguesa golpista. Torrente Ballester, ya casado con su primera mujer, Josefina Malvido, regresa a Ferrol en 1933 y se afilia al Partido Galleguista, de ideario nacionalista republicano ambiguo, que apoyará lo mismo al gobierno de Azaña sin condenar al franquismo asesino. Esa línea oscilante que le lleva a amistarse con Dionisio Ridruejo ya en 1937, y que presidirá un devenir ideológico poco o nada comprometido con el régimen salido del alzamiento espurio del 36, que le refuerza en su escritura absorbente y que le convierte en crítico literario prestigioso y en profesor de literatura en la eterna posguerra en institutos públicos en Madrid. Guionista habitual con Nieves Conde, otro hedillista crítico, suyo es el guion de “Surcos”, aquella película neorrealista que retrataba terriblemente la llegada a la capital de los expulsados del campo, la España vaciada.

Y así fue expulsado él por el régimen en 1962, que le echaron de la prensa oficial por apoyar a los mineros asturianos en su lucha por mejorar sus condiciones laborales, que le echaron de su puesto de profesor en la Escuela de Guerra Naval, que le echaron de Radio Nacional, que le echaron del periódico falangista Arriba. Y fue, previamente y gracias a una beca de la Fundación Juan March, en 1959, que terminó de escribir su trilogía “Los gozos y las sombras”, olvidada sin pena ni gloria en los anaqueles de las librerías. Eso, unido al ostracismo con que le obsequiaron sus antiguos camaradas y al desafecto de los lectores a su “Don Juan”, su gran obra sobre el mito del héroe amoroso, del que sólo vendió cinco ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, en 1963, según confesaba Torrente, le deciden a aceptar la oferta de la universidad americana de Albany y trasladarse en 1966 a USA, para impartir clases de literatura.

Y allí, en Nueva York, en 1967, se encuentra de nuevo con Ridruejo, ese ángel caído y enfermizo, amante fogoso de las hijas, niñas bien de la sociedad nacional católica y demonio acerbo de Franco, que le enviará al destierro, desde el cual le carteara Max Aub antes, en 1958, suplicándole un poquito de amistad y al que Ridruejo desdeñó: «He entrado en la política siempre por razones morales. Cuando estalló la guerra me limité, por de pronto, a implicarme en la tragedia de mi país», le contesta con mucho retraso Ridruejo a Max Aub en una larga epístola, en enero de 1959. La vida te da sorpresas. Quizás Ridruejo necesitara la amistad de Torrente Ballester en el extranjero, o el malditismo del Contubernio de Múnich, 1962, para forjarse el aura de exiliado que le elevara a la categoría de héroe proscrito: «No hay éxito comparable al del exilio. Y sólo los que permanecimos en el exilio interior o exterior hemos salvado la integridad», pondrá en boca del vasco Galíndez Manuel Vázquez Montalbán.

Y regresa don Gonzalo a España en 1973 y dos años después le eligen académico de la RAE. Influiría acaso Dámaso Alonso, su encuentro también con él en su exilio americano. Y se instala en Salamanca donde permanecerá veinticinco años dedicado a la enseñanza y a flanear, a gandulear por el Café Novelty rememorando sus tertulias juveniles. Y a gozar del fervor del público que le llega, los recovecos que el destino depara a los mortales son inescrutables, por la adaptación televisiva de su trilogía olvidada “Los gozos y las sombras”.

Charo López—Clara Aldán, Carlos Larrañaga—Cayetano Salgado, o Eusebio Poncela—Carlos Deza, los personajes centrales de su trilogía, convierten a Torrente Ballester en un escritor de éxito en 1982, a sus 72 años de vida, y don Gonzalo se vuelve un fenómeno literario reconocido universalmente. Es un frenesí el que vive entonces, que le llueven los premios nacionales, los planetarios, los de hijo adoptivo y los honoris causas de medio mundo, que hasta el mismo Fidel lo recibe en La Habana, se acabó la diversión, llegó el comandante, mandó parar, que hasta el mismo Rey emérito, el 23 de abril de 1985, le entrega el Premio Cervantes y le agasaja con chorizo de Cantimpalo, «cuya grasa brillaba de forma obscena bajo un sol de primavera», según testifica Manuel Vicent en compañía de Jesús Aguirre, dos pájaros cantores que trinaban juntos, pío, pío, aquel día en la Universidad de Alcalá. 

Cachondo mental, don Gonzalo llega al paroxismo del humor con “Crónica del rey pasmado”, una recreación hilarante sobre la expectante vida amatoria de Felipe IV y la voluntad decidida de la Iglesia, a través de la Inquisición, en joderle al joven rey las ganas de follar. Una obra que, en clave de humor, desvela las extrañas maneras de conciliar el poder del valido, el Conde Duque de Olivares, con los calentones del monarca efebo y la represora moral católica. Fue llevada al cine por Imanol Uribe en 1991, con Gabino Diego y Javier Gurruchaga en los papeles principales. Un éxito de taquilla y de risas. O “La novela de Pepe Ansúrez”, esa novia enamorada del protagonista tontorrón, aspirante a escritor, que va “olvidando” las bragas por los despachos de los banqueros en su afán de sacarle las castañas literarias del fuego a su amante.  O “Filomeno a mi pesar”, premio Planeta 1988, crónica festiva de los turbulentos años de preguerra, guerra y posguerra civil narrados por un señorito, aspirante desganado a escritor, de origen nobiliario, transformado en banquero, viajero y amante de una criada. O “Off Side”, extraordinario laberinto de tramas abigarradas construido con técnica polisémica, personajes caudalosos y lenguajes postmodernos en un Madrid aprisionado por la vulgaridad oficial del raquítico Movimiento. O “La boda de Chon Recalde”, una crítica gratificante sobre las dificultades de encontrar al marido ideal en una sociedad marcada por los prejuicios de clase y conveniencias provincianas. O “La muerte del decano”, una novela negra, o gris marengo, sobre las acechanzas académicas que conlleva desear la mujer de otro.

Imanol Uribe y Torrente Ballester intercambian opiniones sobre el guion de «El Rey Pasmado», en Salamanca, 1990. Foto: AAL.

Asustan al lector de hoy las similitudes existenciales dramáticas que compartieron personajes de esa generación atormentada por la tragedia nacional: Torrente, Galíndez, Laín Entralgo, Julio Caro Baroja, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Nieves Conde… todos marcados por la guerra que les tocó vivir y todos brillantes y apesadumbrados en el torbellino tumultuoso de la historia. Esa Región borrascosa a la que volvió Juan Benet en 1967 y que sigue presente en la realidad de este país 85 años después.

Las nuevas generaciones agasajan a Torrente en el Novelty. Foto: AAL

Y quizás también se asemejaba Torrente Ballester en lo esencial a Albert Camus, otro escritor universal, aunque distantes por un océano de culturas y ambiciones. Camus, un héroe de la Resistance elevado al parnaso de la mitología chauvinista por el éxito nobelístico e inmortalizado por la muerte estúpida en un accidente de tráfico; Torrente, un opositor inerte al franquismo apartado en el rincón oscuro de un instituto de Orcasitas impartiendo clases de bachillerato a un alumnado con espinillas y fragor en la bragueta. Sin embargo, ¡se parecen tanto en lo único!: Ambos fornicaban en demasía (don Gonzalo tuvo once hijos en sus dos matrimonios), leían y escribían. ¿Acaso hay algo más en la vida?

Sí, leerle.

Ángel Aguado López es Premio de Novela Ciudad de Salamanca, 2018, por su obra PATAGONIA