Gabriel de Araceli

       El general Domingo Batet nació en Tarragona, en 1872. Fue instructor ayudante en el Expediente Picasso, en donde se escrutaba la participación en los sucesos, las órdenes de mandos y las responsabilidades de jefes y generales, los “africanistas”, en el Desastre de Annual —12.000 soldados españoles muertos, según fuentes. Las fechas del desastre fueron del 6 al 25 de julio de 1921, casi las mismas fechas, día por día que duró la Batalla de Brunete dieciséis años después, en julio de 1937—. En ese momento, Franquito estaba destinado a la protección de Melilla y no participó apenas en aquel hecho trágico.

       Franco intervino con sus legionarios con posterioridad al Desastre, en septiembre de 1921 —Millán Astray, el fundador de la Legión, estaba por esas fechas herido de guerra. Astray estaba siempre herido de guerra, le faltaba una mano, un ojo, todos los dientes, una pierna, el sentido común y la razón. Fue el responsable de las represalias y castigos —brutales y crueles— contra las cabilas que rodeaban Melilla y habían tomado parte en la batalla. A Franco no le gustaron mucho las imputaciones que instruyó, en el Expediente Picasso, Batet contra sus hazañas africanas. Pero como el golpe de estado de Primo de Rivera —13 de septiembre de 1923— zanjó el asunto, su participación —que fue escasa— y posibles responsabilidades en Annual quedaron olvidadas.

       Batet —que era en octubre de 1934 el jefe de la IV División Orgánica, en Barcelona, había sustituido en el mando al general López Ochoa— fue aleccionado por Franco, siendo Diego Hidalgo ministro de la Guerra, para provocar un baño de sangre en Cataluña, cuando la revolución de octubre de 1934. Lluis Companys, que era un exaltado nacionalista, estaba también dispuesto a llegar al derramamiento de sangre de los demás para conseguir su catalanismo, como Gil Robles por su españolismo. Pero Batet fue más prudente y con una pequeña intervención de su artillería evitó cientos de muertes y el apaciguamiento de los revolucionarios, Companys incluido. A Batet, el gobierno de la República le condecoró con la Laureada de San Fernando, la más alta condecoración del Ejército español, por su pacificación de Cataluña.

Macia centrado a su derecha Batet a su izquierda ompanys

Batet, tercero por la izquierda, junto a Francesc Maciá y Lluis Companys, ambos fueron presidentes de la Generalitat, en un acto en 1933.

       Eso de que no hubiera muertos no le gustó mucho a Gil Robles, líder conservador del partido Acción Popular y posteriormente de la CEDA, admirador de Mussolini —hay diferentes puntos de vista, opiniones sobre Gil Robles según sea Javier Tusell o Stanley G. Payne el que las suscriba— y observador en el Congreso de Nuremberg, exaltación del nazismo, en 1933. Tampoco le gustó a Franco, que desde Madrid coordinaba la represión brutal de Cataluña y Asturias. Franco se la guardó a Batet. Ya tenía dos balas en su máuser destinadas al antiguo instructor procesal.

      En Asturias, Yagüe empezaba a enseñar modales de lo que haría dos años después en Extremadura. Sus legionarios y regulares sembraban el terror en las zonas mineras asturianas, octubre de 1934. López Ochoa, que era el general jefe de la zona, no vio con buenos modales sus prácticas sanguinarias y le llamó al orden. Yagüe era entonces comandante y de mala gana tuvo que aceptar las órdenes de un superior, que, también, estaba por encima en el escalafón que Franco. Ochoa tenía más antigüedad en el servicio. De no haber sido por López Ochoa, las barbaridades que Yagüe hubiera cometido en Asturias habrían sido terribles. A López Ochoa aquello no le salió gratis. Concitó el odio de Yagüe, de Franco, de Gil Robles. Y de las masas de izquierda, que le creían responsable de las atrocidades cometidas por los legionarios y regulares.

      [En el libro “Los Enemigos de la República”, de Chaves Nogales, que estuvo allí, en Asturias, este hace unos análisis un tanto partidistas de las actuaciones de los mineros en la revolución, de los dinamiteros, a los que él acusa de sembrar el terror con la dinamita. No dice nada, extrañamente, de la represión sanguinaria de los militares.]

        En julio de 1936 López Ochoa estaba convaleciente en el hospital Gómez Ulla. Cuando se da el golpe de estado, las masas populares invaden el hospital, detienen a López Ochoa, lo ejecutan y someten a sus restos a todo tipo de vilezas. Su cadáver nunca se encontró, lo decapitaron, lo seccionaron y lo arrojaron por los basureros del Cerro Almodóvar, por los Carabancheles.

       Domingo Batet —en 1936 capitán general de la VI División Orgánica, Burgos— se entrevista días antes del golpe de estado con Emilio Mola en Pamplona, del que era superior. Mola le da su palabra de honor de militar de que no está implicado en ninguna conspiración y que será siempre fiel a la República. Batet lo cree y mantiene su lealtad republicana cuando se da el golpe de estado. Triunfante el golpe de estado, Franco lo detiene sin miramientos.
De nada valdrán las súplicas que a Franco le llegan del “virrey” de Andalucía, Queipo de Llano —entre ellos se odiaban, “Paca, la culona” llamaba Queipo a Franco. Queipo había fusilado, el 16 de agosto del 36, al general Campins, amigo de Franco, que dudó un rato, en Granada, de unirse a los rebeldes. No muy lejos de allí fue fusilado tres días después Federico García Lorca, del que aún no han aparecido los restos—.

        Franco condena a muerte a Batet por defender el orden constitucional vigente en ese momento y lo fusila en febrero de 1937. Franquito le reservaba dos balas, usó el máuser al que sus compañeros en la Academia de Toledo le recortaron el cañón cuando cadete como burla por su poca altura personal. Así se vengaba de todos, incluso de España. En una ocasión, su amigo Camilo Alonso Vega le preguntó por Batet, su antiguo compañero de armas. «A ese lo fusilaron los nacionales» contestó Franco.