Rafael Alonso Solís
A PRINCIPIOS DE ESTE AÑO jugué con el título de una columna para imaginar a Madrid como tumba o incubadora del fascismo. A Madrid, a sus cronistas y a los autores de las letras de sus chotis siempre les ha gustado asumir cierto protagonismo literario, hasta convertirse, incluso, en un género. Tal vez porque, como el Lucero de la Reina Castiza, Madrid tiene querencia por presumir con toses de guapo, que para eso estamos donde estamos, don Ramón. Ya iba para cerca de ocho años que en la Puerta del Sol se había levantado una protesta basada en la indignación y teñida de ingenuidad. Una convocatoria feminista había vuelto a reunir en el mismo sitio a miles de personas, sobre todo mujeres, pero también muchos hombres. En una esquina, frente a una dulcería famosa y cerca de la salida del metro donde aún se venden célebres billetes de lotería, dos adolescentes gritaban convencidas de que Madrid iba a ser, una vez más, la tumba del fascismo, y lo hacían con tanta firmeza que a uno le parecía que era verdad, que iba a ser verdad. Pocos meses más tarde, exactamente el 15 de mayo de este año, me acerqué a Sol con tiempo suficiente para ocupar un buen puesto en la concentración. Pero el tiempo me sobró y tuve que emplearlo en buscar algún rincón en el que hubiera una mínima acumulación de personas. Llegué a pensar que me había equivocado de día, pero no era así. En torno a un par de pancartas trasladadas desde París por un representante de los chalecos amarillos, cuarenta o cincuenta personas desarrollaban una tímida asamblea para recordar tiempos mejores. ¿Qué había pasado entre el 15M de 2011 y el de este año? Mi incapacidad para los análisis políticos me protege de aventurar explicaciones. En cualquier caso, no creo que lo sucedido tenga mucho que ver con la flecha del tiempo. Si tras las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo Madrid no ha sido la tumba del fascismo, sino el lugar donde la serpiente ha puesto sus huevos y los ha estado incubando durante meses, es porque el fascismo tiene muchos más votantes de lo que se cree y ejercen el voto con disciplina, a sabiendas de lo que pueden conseguir con él. Enfrente, basta hacer un recorrido por las redes sociales para comprobar la limitada capacidad para la discusión inteligente de quienes se acusan unos a otros de la responsabilidad de los resultados y prescriben purgas desde el sofá. Ahí suele radicar la diferencia entre la izquierda y la derecha en lo que se refiere a la mejor utilización del sistema. Las elecciones deberían tener dos convocatorias: una para saber qué es lo que sale, y otra para reajustar las promesas a la realidad. Mientras tanto, el mejor análisis de por qué Madrid puede ser el epicentro de la incubación, en lugar de la sartén donde romper los huevos, lo ha hecho un cómico. Y lo ha hecho con toda seriedad.
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Madrid, tumba o incubadora del Fascismo
Había que tener ganas de fornicar para hacérselo con un personaje tan sanguinario como el fundador de la Legión. Cojo, tuerto, manco y degenerado, un psicópata capaz de matar a sangre fría por una indisciplina menor. El mismo Queipo de Llano, que no fue precisamente un ángel del señor, se asombraba de la ferocidad conque los dos caballeretes fundadores del tercio trataban a sus hombres:
«La duquesa de la Victoria, una filántropa que organizó un equipo de enfermeras voluntarias recibiría en 1922 un tributo de la Legión. Le brindaron una cesta de rosas en cuyo centro se encontraban dos cabezas de moro cercenadas. [Garriga. La señora. Pág. 40]. Cuando el dictador Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926, se horrorizó al descubrir a un batallón de la Legión en espera de ser inspeccionado con cabezas clavadas en las bayonetas. [José Martín Blázquez. I Helped to Build an Army Civil War Memmoirs of a Spanish Staff officer. Londres 1939. Pág. 302]». [Franco, caudillo de España. Paul Preston. Pág. 49].
Pues este patriota fue el novio de la Gámez, una cupletista que entonaba marchosa el “Ya hemos pasao” al que ahora se adhiere la extrema derecha, que reclama para el presente aquellas hazañas legionarias (Para una ubicación precisa del momento histórico al que se refiere el cuplé véase la película: “Canciones para después de una guerra”, 1971, censurada y estrenada en 1976, de Basilio Martín Patino).
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