Rafael Alonso Solís
En la Puerta del Sol, hace solo unas semanas, un par de mujeres jóvenes, casi unas niñas, se desgañitaron durante horas proclamando a Madrid como el lugar donde se enterrarían el fascismo y el machismo –en un ingenioso, y tal vez no buscado, hallazgo que emparentaba a ambos entre la pancarta y el grito–. Fascismo y machismo como pasiones turbias que se nutren de forma recíproca, visiones cocinadas en los rincones más oscuros de la caverna y conceptos intercambiables en los que se pasa del uno al otro sin esfuerzo, porque nacen de la misma puesta de huevos incubados por las mismas serpientes. Fue en la Puerta del Sol donde el 15 de mayo de 2011 se fraguara un movimiento por el que miles de personas se instalaron en la plaza pública, alzando la voz con la ingenuidad de quien atisba una oportunidad inesperada, para sorpresa de la clase política y despiste de los medios de comunicación. Hacía un par de siglos que la misma Puerta del Sol había sido calificada por Ramón Gómez de la Serna como “la vitrina del pasado pintoresco… un ser que va tirando con cierto optimismo inconsciente”, percatándose de esa sucesión de coincidencias que a lo largo de la historia ha permitido la celebración de efemérides monárquicas, la manifestación de auroras boreales, la presentación en público de alzamientos militares y el asesinato, mediante disparos certeros, de algunos líderes políticos. Ahora vuelve a ser el lugar en el que desembocan los ríos subterráneos de la ciudad; donde los turistas se hacen fotografías con cabras cubiertas de lentejuelas y los artistas en paro se convierten durante unas horas en estatuas de imposible equilibrio por unas pocas monedas, para volver a su estado real al final de la tarde; donde los pensionistas llaman la atención ante su propio maltrato, en el crepúsculo de su ciclo vital. Ahora se anuncia otra vez lo que tanto puede ser una nueva oportunidad para reinventarse como la confirmación de que la Historia –no solo la de España, sino todas– termina siempre de mala manera. ¿Tumba del fascismo? Por desgracia, los gritos teatrales, incluso los lanzados con el arrojo de las dos niñas recordadas al principio de esta columna, únicamente sirven para templar por un rato la conciencia y volver a casa a buscar el refugio cariñoso de la frasca. A estas alturas resulta muy difícil saber qué discurso no es populista, en el sentido la banalidad de los mensajes, de su componente mesiánico y de su histrionismo. Por eso el anuncio de la pretensión de asaltar los cielos o de echar a volar suele quedarse en nada cuando detrás no hay otra cosa que el gusto por la interpretación y la tentación por manipular los sentimientos en busca del voto. ¿Tumba del fascismo? Si no cambian el guion o los guionistas, los tambores de guerra que suenan en Caracas o en Madrid pueden ser el prolegómeno de una batalla que ya se ha perdido en Argentina, en Brasil y en Washington.
Todas las fotografías de Terry Mangino

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