El Sabina, Joaquín, cumple 70 añazos

Gabriel de Araceli

El Sabina, Joaquín, en mayo de 1990, en la plaza de Puerta Cerrada, Madrid. Foto de Ángel Aguado

     Aquel verano de 1989 Madrid estaba resultando aburridísimo. El 15 de julio los comercios echaron la tranca y colgaron el cartel de “Cerrado por vacaciones”. El ministro de Defensa, Narcís Serra, quería montar un campo de tiro en Anchuras, un pueblecito perdido de Ciudad Real, para que los F18 lo bombardearan sistemáticamente. Y Perico Delgado perdía el Tour por llegar tarde a la primera etapa, una contrarreloj individual. Los fotógrafos sesteábamos el sopor bajo el chorro del aire acondicionado del periódico, las Nikon F3 abandonadas en las bolsas. Eran otros tiempos, sí. Un Madrid ignorado por el turismo, sin coches, ni siquiera existía el AVE, las televisiones privadas se estrenaban en un alarde de programación intelectual obsequiando con culos y tetas, ¡lo nunca visto!, a las audiencias.

     Y en mitad de aquella modorra canicular saltó una noticia que llenó de vidilla y chascarrillos las redacciones y a las televisiones. Un guarda jurado, un segurata, se había llevado de un furgón blindado 298 millones de pesetas, sin pegar un tiro, dinero de los bancos. ¡Con un par!

     Dionisio Rodríguez Martín, El Dioni, agarró la pasta, la que pudo, no toda porque era mucho dinero y se dio el piro al Brasil. No le dio tiempo a disfrutarlo, apenas dos meses estuvo divirtiéndose con las mulatas de bandera, aquellas que confundían el corazón con la billetera, hasta que el destino chungo, cruel y canalla le cambió el champán por la cazalla, le pilló la bofia y le extraditaron a Madrid, a la trena, directamente.

     Pero El Dioni, nariz a lo Indiana Jones, peluquín de lujo, se había convertido en un héroe. Había robado a un banco y aquello se consideraba como una justicia popular que por una vez el débil se cobraba de la odiada banca. ¡Robar a un ladrón, cien años de perdón! Al Dioni le defendió un letrado famoso también por sus travesuras, Emilio Rodríguez Menéndez, y ambos protagonizaron años y años de circo mediático que llenó las teles basura de indigesta carnaza presta para el consumo. La cifra que El Dioni se fundió en aquellos dos meses puede resultar ahora ridícula, por mucho que pagara por un francés dos veces lo que en Madrid ganaba currando un mes. Apenas si llegó a los 800.000€. Una propina comparada con lo que se apartaban poco después para sí cualquier tesorero o exministro repeinado. Y comparado con lo que la Banca se apoderó para su rescate y no devolvió al Estado, 56.000 millones de €, lo del Dioni parece calderilla.

     El Dioni cumplió una pequeña condena inferior a los tres años de cárcel y ya en libertad se operó de estrabismo, se compró un par de zapatos de cocodrilo y se dedicó a exhibir su palmito pinturero por las televisiones.

    Al Sabina, Joaquín, aquello le resultó muy cachondo y en mayo de 1990 le dedicó al Dioni una canción que fue todo un éxito: ¡Con un par!

     Fue sobre todo éxito para El Dioni, que estaba tan contento por ser el protagonista de un tema del Sabina, casi más que con las mulatas, aunque tuviera que explicarle a su mamá qué era aquello del francés que tan caro le costaba.

—Un idioma, mamá, un idioma —le explicaba a la autora de sus días El Dioni.

     El Sabina, Joaquín, ha cumplido 70 años. Por la Plaza de Tirso de Molina, donde vive, hay un montón de argentinos que organizan visitas en busca del Sabina, como si fuera un Pokemon. Pero él se resiste y no se deja ver. Está marcándose una lambada en Copa Cabana. O componiendo sonetos con Ángel González en el Café Barbieri, al lado del zoólogo Ángel Cabrera, que los dibuja con sus acuarelas. Porque, en el fondo, todos son animales de costumbres.

PATAGONIA se presentará el próximo jueves, 14 de febrero de 2019, a las 19:30H, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid, C/ José Gutiérrez Abascal, 2, y al acto están invitados todos aquellos que aman los libros y la ciencia.


    Los personajes de carne y hueso a veces se convierten en protagonistas literarios y pasan a los libros y se confunden entre letras y párrafos, adquieren dimensiones fabulosas. Esto que viene a continuación es un párrafo de PATAGONIA. El Sabina nunca ha llevado zapatos de cocodrilo, aunque sea un buen lagarto, ja, ja, ja…


     —Y en esa mesa de ahí les daban las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres a Ángel González y a Sabina. Sé que no lo soñé, yo los veía, escribían sonetos, bebían chatos de vino, hablaban de la vida, o del paso del tiempo, o sobre los sueños rotos.

      Sucedió de repente. Esa espuma de azucenas en los labios que deja la cerveza, esas manos de Simón iguales a las de Adán. Loca por conocer los secretos de su dormitorio o fue por refrescar su frente enamorada en el pecho del hombre, no supieron qué les impulsó a hacerlo, pero se descubrieron en el delirio del beso y en el fragor de las caricias, allí solos entre la multitud del café, templando con mahous sus lenguas chasqueantes. El Uli soplaba el saxofón. ¡Menudo jari que se organizó! El Bacon y don Mario y la niña mala de las travesuras y don Rigoberto y el Sabina y el Ian Gibson y el Ángel González y el Barbieri entero aplaudían puestos en pie. ¡Qué elegancia, qué chuleta, genio y figura cuando el Simón la besó en la boca con espuma y la Julieta le comió los morros! Desde el rincón de una mesa don Ángel Cabrera dibujaba a los amantes con acuarela y tinta china (Humanus pecatorum, diría).

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