Gabriel de Araceli

Se ha muerto Arturito Pomar, tenía 84 años. Arturo Pomar Salamanca fue ajedrecista, un niño prodigio en la España baldía, vengativa y estéril que dejó el general Franco tras una cruenta guerra fratricida. El franquismo lo utilizó en los 50 del siglo XX como estandarte de un progreso inexistente, lo exhibió por colegios y en el NODO como un logro de su política y después lo olvidó como a un perro que molesta y se abandona en una gasolinera. De haber sido americano o soviético hubiera sido campeón del mundo, millonario y reconocido universalmente. Pero era español, es decir, nada.

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Aquí fue un exiliado interior como tantos otros a los que la madrastra España resecó las tripas y les sacó las mantecas. Como Arturo Barea, el radio-escritor que en marzo de 1937 emitía desde EAQ Transradio para el mundo la resistencia del Madrid asediado por los moros de Varela; como Arturo Duperier, el astrofísico que cambió un más que posible Nobel de Física en 1957 por las promesas de amor que le hiciera el ministro Ruiz Giménez en 1953 si retornaba de la pérfida Albión, y que se quedaron en un piso oscuro en el barrio de la Concepción. Los tres Arturos, los caballeros de la mesa redonda, víctimas de la España cainita y rencorosa a la que pertenecemos y que nunca cambiará porque este país está forjado desde hace dos mil años con las semillas del odio y de la soberbia.

Arturo Pomar jugó con los más grandes de su época. Hizo tablas con Alekhine con doce años (con negras), era 1944. Participó en el Torneo Interzonal de Estocolmo, 1962. Se tuvo que pagar de su bolsillo el viaje y la estancia entre los hielos suecos. Allí luchó contra todos los campeones soviéticos, que eran un bloque impenetrable, rocoso, que trabajaba en equipo. Los rusos le temían, le planteaban aperturas cerradas que le desgastaban enormemente, llegaba agotado a la siguiente partida. Pero aún así ganó a Geller, el jefe de los rojos. Y jugó contra el rutilante Bobby Fischer una partida mítica. Durante nueve horas Arturito (con negras) y Fischer se liaron a navajazos sobre el tablero, se cañonearon, se ensartaron a la bayoneta, se persiguieron, se disputaron cada milímetro y terminaron en tablas exhaustos y rendidos tras setenta y siete agónicos movimientos.

A Arturo Pomar lo abandonó su país. Era como Gary Cooper, luchaba solo ante el peligro. Descanse en paz.

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Enlace para ver la partida que jugaron Bobby Fischer y Arturo Pomar en Estocolmo, 1962