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SOBORNOS, de cómo el dinero inglés impidió que España entrara en la 2ª Guerra Mundial

Gabriel de Araceli

    Investigar documentos desvelados de la historia reciente de España es hoy un ejercicio de riesgo. Más si cabe cuando se refieren a un momento tan delicado como el que va de junio de 1940 al verano de 1943. Y más aún si en él están implicados personajes que la hagiografía oficial de la vieja guardia de Franco considera valedores de la patria. Y si el que firma el libro SOBORNOS es un historiador llamado Ángel Viñas el peligro de verse asaeteado por una legión de francotiradores leales al Régimen eleva al autor a la altura de temerario y a los hechos narrados en él de tan presuntamente ciertos como incómodos para los historicistas del Caudillo.

    En 2013, pasados setenta años de los acontecimientos a los que se refiere el libro, quedan desclasificados documentos del National Archives Kew, con sede en Richmond, Reino Unido, pertenecientes al período de la Segunda Guerra Mundial. Salen a la luz testimonios (EPRE, evidencias primarias relevantes de época) sobre las actuaciones que los servicios secretos británicos realizaron en España encaminadas a evitar que Franco entrara en la contienda al lado de la Alemania de Hitler. En ellos se testifica con datos contrastables cómo los diferentes servicios de inteligencia ingleses, con la ayuda interesada del negociante Juan March, sobornaron a unos cuantos generales y personajes muy próximos al dictador con inmensas cantidades de dólares para convencerles de que no era beneficioso para el país deslizarse bajo la sombra bélica del nazismo. Con todo ese material desclasificado, Ángel Viñas ha esculpido un retablo histórico de una vastedad documental apabullante y se ha adentrado en una época truculenta en la que la humanidad se vio sumergida en la violencia y en la que la civilización universal a punto estuvo de derrumbarse.

    No es fácil seguir el fervor histórico y meticuloso que Viñas acostumbra verter en sus obras. SOBORNOS está impregnado del empeño esclarecedor del autor desde la primera a la última línea. Tal es así que la historia cobra carácter monumental, épico, como si quisiera reducir a cenizas, con evidencias a otros propagandistas del Generalísimo. Como si Viñas hiciera de su libro cruzada y redención de las falsedades interesadas con las que se ha enmascarado durante décadas la incomodidad histórica del franquismo y la falacia de su neutralidad elástica, su hábil prudencia en Hendaya. Un Viñas combativo, autor de un estudio monumental, SOBORNOS, en el que se explica cómo los guerreros aequales, tanto abrazaban la fe del primus inter pares, el Caudillo, como las enormes cantidades de dólares que los servicios secretos ingleses les inyectaban a través de March.

 

«En la vida y en la guerra

es siempre peor

el traidor que el enemigo»

 

   El honor y el amor a la patria son para los sobornados conceptos difusos y compatibles con la riqueza material sobrevenida. ¿Por qué no? Aunque los protagonistas sean los mismos generalazos que acompañaron al Caudillo en su cruzada: Aranda, Vigón, Varela, Kindelán, Galarza, Orgaz, etc. Incluso el mismo hermano del Generalísimo, Nicolás. Ninguno de ellos le hizo ascos a los aguinaldos de la Pérfida Albión. Porque, a fin de cuentas, para ellos se trataba de un acto de patriotismo enfrentarse a Serrano Suñer y a su Falange y salvar a la paupérrima y desvencijada España de la tragedia de la guerra mundial. Personajes grandilocuentes y soberbios en un país de falangistas corruptos y militarotes divididos entre anglófilos y germanófilos. Protagonistas exagerados en un escenario arrasado por las intrigas diplomáticas y la miseria económica.

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Ángel Viñas durante la presentación de SOBORNOS, el 15 de diciembre de 2016, en el Ateneo de Madrid. «En la vida y en la guerra es siempre peor el traidor que el enemigo» dijo César Navarro, presidente del Ateneo.

Serrano Suñer, que dotó de un Corpus Iuris al Movimiento de su concuñado. Serrano Suñer, el todopoderoso ministro de Asuntos Exteriores, encargado de las entrevistas con Hitler y Von Ribbentrop, astuto y maquiavélico, manipulador y falso en sus memorias, la arrogancia y la ambición desbordada, odiado por todos (algún militar planteó en esas fechas la posibilidad de “cargarse” a Serrano) y temido por muchos, al que el Caudillo cesa por miedo a enemistarse con sus generales.

Franco, receloso, frío y prudente, que no se fiaba ni de su sombra y que jugó la baza de aventurarse en la guerra mundial arrastrado por sus sueños imperiales de colonizar su Marruecos de juventud. Jesuitenschwein –cerdo jesuita– le llamó Hitler.

Samuel Hoare, el embajador inglés, hombre inteligente y ambiguo, diplomático tenaz e incansable, cuya misión era comprar tiempo, que juega siempre a favor de Inglaterra sin importarle la moralidad de los personajes o de los hechos. «Una rata que huía antes de que se hundiera el barco» para sir Alexander Cadogan, subsecretario permanente del Foreign Office.

Churchill, el estadista invencible, gestor de la gran victoria de la Gran Bretaña.

Alan Hillgart, el espía inglés, pulcro y discreto, tan hábil negociador como resignado soldado al servicio de su graciosa majestad.

Juan March, el último pirata del Mediterráneo, la inteligencia primaria y la efectividad en los negocios, sin más ideología que la del dinero. «Es sin duda un bribón de la peor especie» dijo de él Hillgart. «Habría que fusilarlo» coincidían en diferentes épocas tanto Indalecio Prieto durante la República, como los generales de la Victoria.

    Inglaterra, la gran superpotencia mundial ultrajada por los nazis, que ve a la Península como un objetivo militar y al general bajito como un aliado temporal de sus intereses. Y que practica con ella la política económica del palo y la zanahoria, sin entrometerse en sus asuntos internos ni importarle en absoluto los padecimientos de los españoles.

    Y España, el viejo, harapiento, desnutrido y arruinado país, que sufre la penuria y la miseria, que a Hitler solo interesa para recuperar la deuda contraída por Franco durante la Guerra Civil. España, a la que Inglaterra abandona a la suerte de su dictador una vez que la amenaza de significarse en la contienda se ha desvanecido.

    El libro SOBORNOS, además, hace un análisis de la realidad social de ese momento crítico de la historia de España. Con un jefe del Estado (SEJE. Su Excelencia el Jefe del Estado, lo denomina Viñas) ausente, aislado del país, ignorante de los padecimientos de sus súbditos (que no ciudadanos), adulado hasta la náusea por un ejército de servidores viscosos. «Franco ha perdido el sentido de la realidad y vive en una especie de ensoñación permanente» escribe Hillgart en sus reportes de espía. Lo que hoy llamaríamos el Síndrome de la Moncloa. Para Kindelán, al que los ingleses apodaban crook, chorizo, sinvergüenza «Franco es el enemigo número uno de España». Una administración en la que reina la corrupción (de aquellos polvos salieron estos lodos), donde la cúpula de la dictadura es esencialmente cleptómana, y en la que se incrustan tanto los resolutivos nazis como la frialdad flemática del diplomático Hoare. Aunque la estrategia desarrollada por el embajador británico: salvar todas las vidas que se pudiera a cambio de dinero, resultara finalmente eficaz y evitara que España entrara en la 2ª Guerra Mundial.

    Y el que quiera saber más que lea el libro de Ángel Viñas: SOBORNOS.

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