España es una inmensa tumba donde se acumulan los cadáveres de la intransigencia

El 18 de agosto de 1936 moría asesinado por las hordas franquistas Federico García Lorca, en Víznar, Granada. Aún hoy no se sabe el lugar donde están enterrados sus restos. No es el único español que permanece sepultado en alguna cuneta anónima víctima del levantamiento militar antirrepublicano.

Gabriel de Araceli

 Este reportaje se escribió en el mes de agosto de 2003 tras conversar con Vitoriana, Josefa Cortázar Vinuesa y Frutos Palomo —nombres supuestos—, familiares o vecinos de las víctimas de la represión franquista que se llevó a cabo en el municipio de El Arenal, Ávila, al comienzo de la Guerra Civil. La recuperación de esta información diecinueve años después se debe a la actualidad de los hechos que se narran en él, recordados en las jornadas de “Memoria Histórica”, llevadas a cabo en ese pueblecito castellano, en julio de 2022.

El país que olvida su historia está condenado a repetirla

Tía Vitoriana tenía 12 años el 8 de octubre de 1936, fecha en la que ella asegura que fue cuando los fascistas ejecutaron a cinco vecinos de El Arenal y a dos de San Martín del Pimpollar en los alrededores del Parador Nacional de Gredos, en Navarredonda, pueblos todos de la provincia de Ávila.

A sus —nos encontramos en 2003, recuérdese— 79 años, Vitoriana —ya fallecida— aparenta una gran lucidez y tiene una memoria prodigiosa recordando todos los detalles de aquellos meses trágicos de la historia de su pueblo. No obstante, se rectifica posteriormente en la fecha: «fue antes, el 27 de septiembre, en plenas fiestas». Josefa Cortázar Vinuesa, otra testigo de aquellos terribles días dice que «fue el 23 de septiembre de 1936 cuando los ejecutaron».

A los ejecutados los recuerdan ambas con claridad: «Tío Cecilio Pulido; tío Nicasio Chinarro, el de tía Cele; tío Frutos Palomo; Mateo Cano (hijo) y al mozo de tía Basilisa, de 19 años, Andrés Sánchez. A este le mataron el último, para que viera el espectáculo. Los dos vecinos de San Martín pasaban por allí. Para su fatalidad, se toparon con la cuerda de presos cuando regresaban de la siega en la que habían empleado el verano. Los fascistas les robaron el dinero ganado y los mataron para evitar testigos».

»Durante los primeros días del alzamiento fascista —así lo cuentan los entrevistados—, aún bajo la República, se intentó que no hubiera entre los vecinos ninguna reyerta hostil ni sangrienta. Sin embargo, algunos de los jóvenes simpatizantes franquistas exacerbados por los acontecimientos y henchidos de valor, arrogantes, bajaron hasta Arenas de San Pedro, Ávila y allí asesinaron a una mujer embarazada, esposa de un militante republicano. La respuesta no se hizo esperar, desde Arenas subieron con ansias de venganza reclamando a los ejecutores del crimen bajo la amenaza inminente de quemar el pueblo por “los cuatro costados”. Fueron seis, al parecer, los entregados, rápidamente asesinados en Arenas. Y esto el desencadenante de la sangrienta represión posterior que los fascistas emprendieron con todos aquellos que simpatizaban, o se habían significado, con la causa legítima de la República.

Josefa Cortázar Vinuesa —goza de excelente salud ahora, agosto de 2022, a sus 102 años— recuerda que «tras el golpe de estado del 18 de julio, la zona de Gredos pasó a manos franquistas en poco más de un mes».

Los motivos que desencadenan la sangrienta represión sobre los vecinos leales a la República parecen hoy pueriles y difíciles de entender en tiempos de paz. Frutos Palomo uno de los ejecutados y desaparecidos, era panadero. El trueque era algo corriente en aquellos tiempos a falta de dinero con el que comerciar. «Tú me das dos sacos de harina y yo te doy tres tiras de tocino, tú me das una arroba de vino y yo te la cambio por un saco de patatas». Negocios simples y fáciles de cumplir. Pero, en tiempos revueltos, ¿qué mejor forma de saldar algunas deudas molestas que aprovechándose de la impunidad de los vencedores para liquidar al acreedor? Así piensa que sucedería con su abuelo el nieto de Frutos: «Nos consta, está escrito en antiguos documentos domésticos de contabilidad, que a mi abuelo le debían dinero o mercancías. Así que, suponemos, que esa fue la causa de su desaparición, no pensamos que tuviera enemigos en aquel momento».

A los denunciados por los fascistas los encerraron en el ayuntamiento. «Posiblemente los torturarían y vejarían». Las dos entrevistadas, testigos de los hechos, no recuerdan cómo iban vestidos los denunciados aquellos días, seguramente por los estragos de las previsibles palizas. «A los detenidos los subieron en un camión», relatan. Veneranda —ya fallecida, llegó a los 92 años—, hija de uno de los denunciados y entonces, 2003, septuagenaria, recuerda que «fue frente a la escuela». La maestra, para ahorrarles el horror a los niños los hizo salir por una ventana, pero ella se escapó y tuvo la desgracia de contemplar cómo a su padre lo encañonaba un vecino.

Josefa Cortázar Vinuesa se ofreció para llevar un refresco de yemas de huevo batidas que una vecina preparó para los denunciados, pero al final le recomendaron que no fuera para evitar que le cortasen su preciosa melena de quinceañera. El camión se dirigió lejos del pueblo para eludir testimonios, al otro lado de la sierra de Gredos, a Navarredonda, donde pernoctaron una noche. Y donde Cecilio Pulido, augurando su próximo final entregó a Vitorino, dueño de la posada su postrer legado, una gorra de visera nueva, rogándole que se la diera a un ciego cantor de coplas y romances que por allí paraba «para evitar que se pudriera porque era de calidad».

La Guardia Civil parece que tomó a los denunciados declaración, sin encontrar causa alguna que justificara su detención. Así que los devolvió a los captores sin demandarles cuál era la autoridad que ostentaban y su legitimidad para semejante actuación. Ellos decidieron ejecutarlos rápidamente, sin dejar rastros. En una pinada cerca del parador los reos cavaron su propia tumba, les infligieron aún más humillaciones y los asesinaron. Un cabrero de Navarredonda vio, oculto, los asesinatos y fue quien dejó nota, una señal grabada en un pino.

Josefa Cortázar Vinuesa era entonces una joven de 15 años —ya se ha dicho que ahora, 2022, es centenaria y goza de extraordinaria salud—, pero recuerda igual que tía Vitoriana el nombre de los verdugos: «Teófilo Fuentes (alcalde franquista en el posterior nuevo ayuntamiento); Juan Chinarro (suegro del alcalde); tío Segundo Chinarro; tío Justino Chinarro (hermano del anterior); tío Elías; el padre de Emiliano, el de la pensión». El grado de participación en los asesinatos varía según las fuentes. Algunos de los anteriormente citados fueron delatores, otros omitieron su ayuda, otros intervinieron directamente en las ejecuciones.

«A tío Cecilio lo denunciaron por envidia, era un hombre inteligente y sensible que había enseñado a varios vecinos a leer y escribir. Su delito fue que organizó una mesa de caridad durante los primeros días de la guerra para los vecinos necesitados. Era simpatizante de la UGT». Dejó viuda y dos hijos de corta edad, Veneranda y Julio. Su hija Veneranda recuerda con silencio el horror que le provocó la separación de su padre, miedo que la marcó toda su vida.

Cecilio Pulido, asesinado por los falangistas el 23 de septiembre de 1936, en los alrededores del parador de Gredos, Navarredonda, Ávila. Sus restos aún no se han recuperado. Tenía 35 años de edad.

La noticia de la ejecución la llevó al pueblo aquél ciego que conocía al tío Cecilio. Atravesó la sierra llevando la gorra visera para entregarsela a su viuda. Estaba en deuda con tío Cecilio, que le contaba historias y cantares. En el certificado de defunción que el Ayuntamiento de Navarredonda expidió consta la fecha del 19 de septiembre de 1936, firmado por el secretario, un tal señor Cándido, e indica que el fallecimiento fue por causa de guerra —algo habitual en la burocracia oficial del régimen franquista—. Decían que tía Vitoriana conocía el lugar exacto del enterramiento. Su secreto se lo llevó a la tumba.

Frutos Palomo, el nieto del ejecutado, asegura que hubo más de ochenta personas asesinadas y desaparecidas, enterradas en diferentes lugares. «En el alto de la Mesa mataron a once, en la Media Legua hay cinco, a la familia Fatigas —la de El Cachuli, un personaje del papel couché que se hizo famoso por los escándalos del ayuntamiento de Marbella al comienzo de este siglo, Gil y Gil de alcalde, donde fue concejal— la diezmaron, mataron a sus abuelos y a un tío. Sólo se sabe de una familia que pudo enterrar a sus muertos. Pero los verdugos les advirtieron: A ellos los enterráis vosotros, pero a vosotros no os queda familia para enterraros».

Ni Veneranda, ni Julio pudieron nunca saber dónde estaban los restos de su querido padre Cecilio. Fallecieron antes. Quizás la cuarta o la quinta generación puedan recuperarlos. Los restos de al menos sesenta víctimas de los crímenes franquistas del pequeño municipio abulense de El Arenal andan aún dispersos por montes, majadas, pinares, bancadas, piornos y castañares, sin tumbas, sin lápidas, sin losas, sin honra, sin memoria. No son los únicos. La piel de toro está llena de muertos anónimos abandonados por las cunetas. Tras Camboya —otros asesinos, los Jemeres Rojos— España es el segundo país del mundo con más muertos anónimos sin recuperar víctimas del terror homicida de sus salvadores, rehenes de aquel dictador bajito que murió en su cama.


España necesita una ley que integre las diversas memorias, pero solo a las víctimas de la represión franquista se les debe reparación moral y reconocimiento después de tantos años de vergonzosa marginación.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza


EL SILENCIO DE LOS NOMBRES

Ana Mª Pulido

En el hondo corazón de los pinares, las viñas, riscos, prados y barrancas de nuestro pueblo habitan cuerpos despedazados que un día fueron la vida en todo su esplendor. Jornaleros, segadores, labradores, albañiles, concejales, panaderos… madres bien plantadas, orgullosas de su prole y su destino, que en un instante lo perdieron todo: “Las heridas por arma de fuego” se los llevó por delante junto a una tapia de un cementerio, en una cárcel lejana o en un solitario paraje agreste rodeado de tierra descarnada. ¿Por qué fuiste tan cruel, hermosa tierra arenala? ¿Cómo permitiste que se amontonaran esas carnes tersas en tus entrañas? Eran una promesa de vida. ¡Tenían tanto camino por recorrer..!

¿Y qué sentiríais, hijos sacrificados de El Arenal, en ese último segundo, antes de que la tierra os engullera en su seno? ¿A quién se dirigiría vuestro postrer pensamiento? ¿A unos críos que quedaban huérfanos, a una esposa recién estrenada, a un novio que apenas había robado un beso, a unos padres ancianos que nunca ya se levantarían de ese mazazo?  Pensaríais, quizás, en la casa que habíais levantado con tanto sacrificio, cada piedra una fatiga… Abuelo mío, ¿pensaste en tu parra bajo la que te sentabas a tomar el fresco ?, pensaste en mi padre adorado, el pequeño Julio o en mi tía Vene, y en la pobre abuela Margarita, ¿pensaste en ellos antes de que te atravesara la bala certera? Quiero compartir tu dolor de aquel instante. ¡Ay! No hay bastantes lágrimas en un océano para llorar la crueldad de la sinrazón que fue aquella guerra fratricida. Vosotros, todos, gente sencilla del pueblo del Arenal: Miguel, Juan, Vitoriano, Frutos, Antonia… ¿Qué sentiríais frente a los fusiles?, ¿terror, rabia? Acaso frío, impotencia… Pero ¿por qué? ¿Por qué esta masacre sin sentido? Si vuestras armas eran un puñado de ideales, y algunos erais apenas muchachos, jovenzuelos tan inocentes que os metisteis en la guarida del lobo por generosidad o falta de malicia. ¿Para qué toda esta sangre vertida impunemente?: SILENCIO.

El silencio de estos nombres que hoy desenterramos de la arena del olvido y veneramos, como veneramos las canas que no pudisteis peinar, las caricias que no tuvisteis de vuestras esposas, hijos o compañeros del alma. Cuántos os fuisteis sin conocer la llamada del amor primero y con el paso del tiempo la serenidad del fruto maduro. Os perdisteis el primer paso vacilante de vuestro hijo; no pudisteis contarle un cuento a vuestra nietecita hasta verla rendirse al sueño. No os emocionaron esos ojos curiosos de los niños que se comen el mundo, ni pudisteis acompañarlos a su primer día de escuela o acariciarles la frente cuando estaban enfermos; ni se os subieron al hombro o a caballito y se os privó injustamente al final del camino, de partir con dignidad rodeados por vuestros seres queridos. Os fuisteis solos o junto a otros seres igualmente aterrados, de órbitas desencajadas, sudor helado, en un lugar cualquiera, brutalmente asesinados como alimañas que no merecen vivir, arrojados a la nada como despojos. Sí, abruptamente os borraron del planeta, marcando a tres generaciones con un estigma infame. Así, vuestros nombres se convirtieron en malditos, condenados al silencio y el olvido, en muchos casos a ser pronunciados con miedo, en un susurro fugaz.

 ¡Abuelo, hoy quiero gritar tu nombre alto, claro y con orgullo!: ¡Cecilio! y tienes que saber que tu hijo Julio se fue de este mundo hace unos meses. En su lecho de muerte te nombró y dijo que cuánto le habría gustado conocerte un poco más y ver tu nombre en una lápida digna. Quiero que sepas que se fue lúcido y en paz, con 90 años, conservando solo imágenes dulces de ti. En el reino de la barbarie, la inocencia de sus cinco años se apiadó de él y no conservó recuerdos de aquel día terrible en que te llevaron a la sierra para no volver. Tuvo una segunda oportunidad con una nueva familia que le compensó tu pérdida. Te alegrará saber que fue una vida buena y que tu parra sigue existiendo, nos reúne cada verano y te nombramos con emoción sin haberte conocido. Porque tu breve vida de 35 años tuvo sentido y la de todos esos cuerpos que yacen repartidos por nuestro pueblo serrano, a la sazón hombres y mujeres de bien, también tuvo sentido, aunque solo sea para que sus nombres hoy, 86 años después, aparezcan como un fogonazo de justicia en la oscuridad.

Nietos de las víctimas de El Arenal asesinadas por los falangistas en septiembre de 1936, sobre la pineda donde se supone yacen sus restos. Al lado del parador de Gredos, Navarredonda, Ávila.

La muerte erró porque sembró vida. Ellos viven en nosotros y en nuestra añorada tierra arenala. Su sangre regó los campos sembrados, las eras, prados y majadas, el Majomingo, la Mesa, Zahurdillas, la Media Legua. Sus cuerpos abonaron los pinares y castañares; hicieron florecer los cerezos; alimentaron los ríos. Resuenan en el cristalino Naharro, en el charco los Nogales y Las Culebras, en el agua clara de la Cantarilla. Se convirtieron en la nieve que cubre los Galayos cada invierno y brillan en el Camino de Santiago las noches de luna nueva. Perfumaron los bancales con flores de orégano y tomillo, son la flor de manzanilla en la sierra. Sus huesos son el polvo del camino a la Retura y a la Vega. Nos hablan en el viento cálido del atardecer que arrastra las hojas de la plazoleta y sube por las laderas hasta las cumbres de Gredos. Los escuchamos en las campanas de la iglesia que tocan a duelo o que doblan alegres por una boda. Nos acunan en los cantares de las rondas que se escuchan de lejos las noches de verano. En todo lo bello de nuestro pueblo estarán por siempre. Todos somos ellos y lo serán los hijos de nuestros hijos. Podrá la muerte acabar con la materia, pero deja intactos los recuerdos y los sentimientos. Sin quererlo los reaviva y los amarra para siempre. La muerte es asoladora, se lleva mucho, pero a cambio nos deja la eternidad de la memoria. La barbarie no pudo arrastraros. Vosotros ganasteis, vuestros nombres son eternos.



BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:


EL HOLOCAUSTO ESPAÑOL. Debate. 2007. «La crueldad de su contenido ha hecho que fuera muy doloroso de escribir», dice Paul Preston, su autor en la primera página del libro. Una historia del terror genocida desatado en la Guerra Civil que pocos lectores podrán terminar de leer sin sentir el vómito del miedo en sus entrañas.

Y del mismo autor UN PUEBLO TRAICIONADO, Debate, 2019. Un análisis de la España desde 1874 a nuestros días. O también LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, un clásico sobre la tragedia nacional.

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, de Hugh Thomas. Otro clásico que debe leerse para diseccionar aquel tiempo terrible.  

EL LABERINTO ESPAÑOL, de Gerald Brenan. Un retablo para conocer el difícil camino que ha recorrido este país desde los tiempos de la Restauración, escrito por uno de los grandes intérpretes de la sinfonía hispana. Inglés de nacimiento, malagueño de adopción: don Gerardo.  

LA REPÚBLICA EN GUERRA. Crítica, 2012. Ángel Viñas. El gran historiador desmenuza las terribles vicisitudes, presiones, privaciones y hostilidades que sufrió la República para enfrentarse al monstruo hostil del Comité de No Intervención y al repudio de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, que apoyaban con su abstención, sin embargo, al fascismo contra la democracia. Sazonado, además, con el lenguaje puntilloso de Viñas, un navajero —su familia regenta una cuchillería en el castizo Pasaje Doré, esquina Atocha, Madrid— sin filo incapaz de pinchar más que con las verdades de los testimonios históricos, los más sangrientos. Fascinante su lectura.

HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, del general Vicente Rojo. Protagonista directo de la tragedia, el último romántico de aquel tiempo convulso, el general estratega de la contienda, y, no obstante, perdedor. El otro, el caudillo, nunca le perdonó su humanidad. Le pudo el amor a su mujer, Teresa Fernández, y regresó a su casa de Ríos Rosas, 48, en Madrid, donde la hidra de siete cabezas lo engulló con veneno de ostracismo y silencio. El paso del tiempo le ha devuelto su protagonismo.

VIDA PASIÓN Y MUERTE DE FEDERICO GARCÍA LORCA. De Ian Gibson, el madrileño de Lavapiés nacido en Dublin. Obra capital, extensa, intensa, barroca, toda una vida te estaría leyendo, sobre la vida del poeta asesinado cuyos restos —pavor produce recordar quién fue su delator: Ramón Ruiz Alonso— nunca se encontraron. Uno de tantos miles de cadáveres anónimos de españoles asesinados y olvidados bajo las cunetas.

LA POLÍTICA EXTERIOR DEL FRANQUISMO, de Julio Gil Pecharromán, historiador y profesor en la Universidad Complutense. Un detallado estudio de las relaciones exteriores que el franquismo desarrolló para sobrevivir, cuyo colofón fue la visita, apenas veinticuatro horas, que Eisenhower realizó a Madrid el 21 de diciembre de 1959. Y de notario quedó la foto del ministro Castiella y el general Vernon Walters —jefe de la CIA—, testificando cómo Franquito secretaba adrenalina en el deseado beso, sin morros, que Ike le negó.