Rafael Alonso Solís  

Se atribuye a Franklin Delano Roosevelt la brillante explicación acerca de por qué carece de importancia la condición humana conocida como son of a bitch, siempre que se trate de uno de los nuestros. Mejor dicho, de que sea el nuestro, que nos hace el trabajo sucio y obedece con la disciplina del sicario. Hace trece años, un trío de impostores nos robó a todos el mes de Abril en base a ese sencillo análisis moral, desencadenando una guerra cruel, tan injusta e innecesaria como todas, y garantizando la inestabilidad en una región crucial del planeta con el fin de asegurarse el mercado de las armas y el control del petróleo. Las aguas del Tigris se tiñeron de sangre una vez más y los paisajes que contemplara Sherezade se oscurecieron por el polvo de su historia derrumbada junto a las columnas de sus museos. _DSC0205_web2No era la primera vez que Bagdad era saqueada, sus bibliotecas quemadas, las páginas de sus libros arrancadas sin respeto, una parte de sus habitantes pasados a cuchillo, sus tesoros expoliados para gloria de los invasores, y las tablas de arcilla, que contenían el secreto de los números y el misterio que se oculta en las palabras, rotas en mil pedazos imposibles de recomponer. Trece años después, la tozudez de los hechos emerge a la luz y alguno de los actores asume el reconocimiento de que la Humanidad entera fue engañada y mentida, en una de las mayores muestras de cinismo y desvergüenza que la historia ha podido contemplar en primer plano y en directo. El mundo es peor desde entonces, los conflictos han desbordado el vaso en una parte de Asia, y las diferencias religiosas se han fundido con las disputas territoriales y la lucha por el dominio de los alfanjes modernos. En España gobernaba el Partido Popular, una organización reconstruida con los retales del franquismo –el sociológico y el de sacristía–, adaptada a las circunstancias y remozados sus vestidos. El presidente del Gobierno era Aznar, quien miró a la cámara y mostró la imagen más sucia y repetida en un político profesional, quien mintió en la televisión y en el Parlamento sin que le temblara un pelo del bigote, quien vendió a su país con la falacia de salir del rincón de la historia, quien contribuyó a perpetrar un crimen de Estado contra toda la Humanidad, un crimen que ya ha acumulado más de un millón de muertos y ha sentado las bases para continuar la masacre. Cuando mintió al Parlamento, con cinismo y chulería de matón crecido, a su lado se sentaba Mariano Rajoy, a la sazón vicepresidente del Gobierno, quien presume de una dilatada experiencia al haber pasado por casi la mitad de los ministerios sin mover un dedo ni leer una página completa. Por eso no es únicamente Aznar quien tiene que dar explicaciones y recibir el juicio de la historia. Porque eso también atañe a Rajoy y a su partido, y ni uno ni otro deben gobernar este país.


Fotografías de Ángel Aguado López


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