Las gentes huyen de sí mismas por el metro, van sordas, mudas, ciegas, descienden a las fauces de la tierra enloquecidas sin mirarse, corren por el quinto tramo de escaleras mecánicas para que un vagón las engulla más aún en sus vidas vacías. Y de pronto, se encuentran con la música de Batata Galiza, con ese optimismo magistral que desprende su tambor y se sobresaltan, porque la vida puede ser maravillosa escuchando el ritmo mágico de sus manos, o de su sonrisa.
Batata Galiza lleva catorce años tocando, cuando no está de gira internacional, en la estación de Tribunal, en los pasillos, entre escaleras mecánicas de la línea 10 del metro madrileño. Que haya tocado con Benny Moré o con Evaldo Robson no son más que anécdotas para él, porque lo que de verdad le gusta es tocar para el público, para los que viajan en metro.
Escúchenlo, olvídense de las prisas y aporten su voluntad.
® Fotos y texto de Gabriel de Araceli
El violinista, el Stradivarius y el metro de Washington
Gracias a su virtuosismo prodigioso la noche anterior el violinista Joshua Bell había llenado hasta la bandera el teatro Boston Symphony Hall, donde la gente pagó una media de 100 dólares por escucharle. Pero aquella mañana gélida del 12 de enero de 2007 decidió tocar gratis en el metro de Washington y para todo el mundo. Durante 45 minutos interpretó obras de Johann Sebastian Bach con un violín Antonius Stradivarius de 1713 valorado en 3,5 millones de dólares. En los 45 minutos que permaneció en la estación del metro pasaron ante él 1.070 personas. Tan sólo tres se detuvieron para escucharle, una era un niño. 27 le dieron un donativo. En total, recaudó 32 dólares. Fue un experimento patrocinado por The Washington Post. Sí, o no, la gente no escucha.
Qué maravillosa fotografía y qué maravilla la apreciación de cómo «artistas callejeros por voluntad» ( no porque no tengan méritos suficientes para tocar en locales dignos) nos deleitan en zonas suburbanas, frías-calientes, deshumanizadas, donde los agobios, problemas y prisas de la gente no dan pié a tener conciencia del genio; él, casi puro altruismo, nos da su arte, su entusiasmo… pero, ¡ay! cuántas veces sin recibir nuestra atención y agradecimiento.
El experimento en metro en Washington, toda una manifestación de la sociedad atolondrada, sin sensibilidad cultural y musical que no es capaz de reconocer la excelencia cuando se presenta disfrazada de anonimato y en un escenario fuera de contexto.
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