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 El Atletismo. El deporte rey, aunque el título se haya extendido al Furbo, aunque su práctica heroica se haya camuflado en un deporte de masas dominguero del que la industria deportiva quiera sacar provecho, aunque ahora los imbéciles lo llamen running a lo que siempre se ha llamado correr. Unas zapatillas y unos calzoncillos y ¡hala!, a trotar, a saltar, a brincar por los encinares de la Casa de Campo, por las pistas de atletismo.

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El hombre siempre ha sentido la necesidad de demostrarse a sí mismo y a los demás que era el más rápido, el más fuerte, el más resistente, el más ágil, el que más lejos lanzaba el disco, el que volaba más alto sobre una trinchera, el que alcanzaba a los jabalíes por velocidad y por fuerza. El guerrero demostraba sus habilidades físicas en el Campo de Marte y el atleta en la arena de Olimpo. La guerra la peleaban los hombres bajo el amparo de los dioses. Filípides anunció a Atenas la nueva de la victoria sobre los persas en Maratón. Guerreros y atletas se confundían en su afán de victoria. Y todos eran héroes populares recompensados con el honor magnífico de una humilde corona de laurel. El atletismo era ejercicio de hombres, de soldados, de dioses, todos ellos mezclados en la leyenda, todos se igualaban cuando se alcanzaba la gloria tras una carrera, o tras una batalla, o tras una bacanal. El Atletismo no es más que una muestra del desarrollo o deterioro gradual de las habilidades motoras básicas que el ser humano tiene necesidad de experimentar a lo largo de su vida. La marcha, la carrera, el salto. Es simple, sin artificios, unas zapatillas y la puta calle p’a correr. Ese camino que el organismo emprende desde su nacimiento a cuatro patas hasta su cénit ingrávido, para descender, después, al origen de su imposibilidad motora, la vejez.

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En Hispania la filosofía, la moral y la épica a veces se confunden porque se encuentran a medio camino entre la razón y la sinrazón, entre el animalismo y la armonía, entre la brutalidad y el conocimiento. Contó este país en pleno medievo de los 70 con singulares pensadores que alentaron sobre el éxito que para su pueblo supondría la educación, también la Educación Física. José María Cagigal fue un filósofo admirado en toda Europa que desde el desierto estéril de la pérfida Hispania bramó por alumbrar una educación que anduviera por un camino florido donde no había sino guijarros y campos baldíos. Falleció trágicamente en un accidente aéreo en Barajas, en 1983. Su antorcha la recogieron discípulos o compañeros como Carlos Álvarez del Villar, el que fuera “profe” de la selección de fútbol en tiempos de Miguel Muñoz. También vinieron de tierras cubanas “profes” como Augusto Pila Teleña, que contribuyeron con sus conocimientos para que en esta árida Hispania brotara algún día una luz sobre el yermo barbecho del deporte. Gracias a las enseñanzas de aquellos profesores se construyó una base para que la educación global, la Educación Física y el ejercicio, se instalaran en la sociedad española y contribuyeran a su progreso.

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El atletismo, el deporte y España les deben mucho a todos aquellos filósofos y profesores olvidados y desconocidos que lucharon porque el pensamiento se impusiera a la barbarie. Tanto como a todos esos profesores y maestros anónimos que ejercen a diario su magisterio con el único fin de desasnarnos, de ilustrarnos, de hacernos mejores. Un pasito más allá, un segundo menos, un Kg aún, una idea más, una sociedad mejor, un hombre pleno.


Memento Mori. El vértigo de la victoria, el deslumbramiento del éxito produce náuseas, es difícil vivir en un mundo de mortales cuando se ha rozado el paraíso, es difícil regresar al inframundo, al Hades, cuando se habita en los Campos Elíseos. Marta Domínguez fue utilizada por el poder (a ella no le importó, fue senadora por el PP) como ejemplo de persona luchadora, íntegra, de atleta entregada al sacrificio de la perfección, al sacerdocio del deporte purificador. Quizás midió mal sus capacidades y resbaló a punto de entrar en la meta de los triunfadores, se quedó a tres pasos de la gloria. Pasó de heroína a villana, de representar el éxito a equipararse al engaño, al fraude, su carrera política se arruinó, su carrera deportiva no tiene crédito. El pasado 19 de noviembre el Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS) la suspendió por tres años de la práctica deportiva (sin efectos posibles ya que estaba retirada de la competición) y la despojó de sus títulos deportivos por el uso de sustancias dopantes. Su caída a los infiernos de los falsos atletas, de los mentirosos, de los estafadores ha sido imparable, como Armstrong. En la foto aparece en la San Silvestre Vallecana, 31 de diciembre de 2009. Caronte aguarda vigilante en su barca sobre la laguna Estigia.

Memento Mori

El vértigo  de la victoria altera los sentidos, el placer  de la fama produce náuseas. Es doloroso remar en la ciénaga de los espúreos mortales cuando se ha habitado en el Olimpo, es difícil regresar vencido a las tinieblas del inframundo, al negro Hades, cuando se ha saboreado la gloria en los Campos Elíseos.

Marta Domínguez fue utilizada por el poder (a ella no le importó, fue senadora por el PP) como ejemplo de tenacidad, de mujer luchadora que no se arredraba jamás, de persona íntegra, de atleta dolorida entregada al sacrificio de la perfección, al recto sacerdocio del deporte purificador. Quizás midió mal sus capacidades y resbaló a punto de entrar en la meta de los triunfadores, se quedó a tres pasos del honor. Pasó de heroína a villana, de representar el éxito a equipararse al engaño, al fraude, su carrera política se arruinó, su carrera deportiva no tiene crédito. El pasado 19 de noviembre el Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS) la suspendió por tres años de la práctica deportiva (sin efectos posibles ya que estaba retirada de la competición) y la despojó de sus títulos deportivos por el uso de sustancias dopantes. Su caída a los infiernos de los falsos atletas, de los mentirosos, de los estafadores ha sido imparable, como Armstrong.

En la foto aparece en la San Silvestre Vallecana, 31 de diciembre de 2009. Caronte aguarda vigilante en su barca sobre la laguna Estigia.

Ángel Aguado López

Los dioses del tartán


La inmortalidad de los atletas permanece eterna en estas viejas fotografías a pesar del tiempo transcurrido, registrados para siempre su gloria y su sufrimiento, sus victorias o sus derrotas. Héroes que aún lo son en la memoria de un viejo papel fotográfico con gelatina de plata, rayado y descolorido.


 

©Todas las Fotografías de Ángel Aguado López

Ángel Aguado López es Monitor Nacional de Atletismo por la RFEA; experto en Entrenamiento Deportivo y especialista en Educación Física por la UNED.