Texto de Gabriel de Araceli. Fotos de Terry Mangino
En el 175 aniversario del nacimiento del escritor
A lo largo de la historia es frecuente constatar la atracción que han ejercido numerosos escritores, artistas u hombres de estado sobre mujeres mucho más jóvenes que ellos: las relaciones entre Rubén Darío y Francisca Sánchez, Machado y Leonor, Borges y María Kodama, Rafael Alberti y María Asunción Mateo, Cela y Marina Castaño, Manuel Azaña y Dolores Rivas Cherif, Luciano Pavarotti y Nicoleta Mantovani, François Miterrand y Anne Pingeot o Vargas Llosa e Isabel Preysler así lo confirman. En menor medida se da el caso contrario: Carmen de Burgos y Ramón Gómez de la Serna, o Dolores Ibárruri y Francisco Antón. La vida amorosa de Galdós es buen ejemplo de ello. Siempre estuvo acompañado de mujeres más jóvenes que, literalmente, perdían la cabeza por él.
El pentágono amoroso de Galdós
Primavera
Benito María de los Dolores Pérez Galdós fue el benjamín de diez hermanos, seis de ellos mujeres. Galdós vivió toda su vida rodeado de mujeres: madre, hermanas, primas, cuñadas, sobrinas, amantes, meretrices, el servicio femenino, etc., que le cuidaron con mimo y delicadeza en las numerosas casas en las que vivió en Madrid y Santander. Era un hombre guapo, afable, grande, tímido. El acento canario y sus modales tiernos le hacían especialmente atractivo para ellas. Sin embargo, permaneció siempre soltero.
Se sabe que sus primeros devaneos amorosos, primaverales, a la edad de dieciséis años, los tuvo con su prima Sisita, María Josefa Washington de Galdós, hija de su tío materno José María Galdós y de la norteamericana-cubana Adriana Tate, que vivieron en unión libre en Cuba y regresaron a Las Palmas en 1850. Ambos, Sisita y Benito, eran de la misma edad, nacieron en 1843. Pero la madre de Benito, la grave y vehemente doña Dolores Galdós, no vio con buenos ojos aquella relación y envió a su chiquitín a estudiar a Madrid, donde llega desorientado en septiembre de 1862. Quizás por eso el estudio no fue la gran vocación de Galdós: “Los cursos de Derecho los he hecho en la Plaza de la Cebada”, diría en sus “Memorias de un desmemoriado”, dictadas en 1916, ya ciego y sin demasiado interés en recordar.
Galdós siempre fue un hombre muy reservado y celoso de su intimidad, que apenas si dejó detalles de su vida privada y de sus relaciones con las mujeres. Para conocer su deambular existencial es necesario recurrir a su extensísima obra literaria, en la que ofrece, a través de sus personajes y novelas, esbozos personales supuestamente basados en sus experiencias amorosas.
Así pasa en “Doña Perfecta”, novela de tesis en la que se produce el fracaso anunciado de los jóvenes enamorados, Pepe Rey y su prima Rosario, por la intervención inquisitorial de Doña Perfecta, tía del protagonista. La novela es un reflejo de su primer amor frustrado en Las Palmas, a la vez que una denuncia de la intransigencia religiosa y las costumbres retrógradas que se enfrentaban a las nuevas ideas de progreso y al derecho de las personas a elegir sus propios destinos. También está presente en ella el recuerdo de la “Mamá Dolores”, la madre intransigente que tan a raya mantenía al joven Galdós.
«¡No he conocido hombre más faldero! Aquí un lío, allí otro. Si no trajo al mundo diez o doce hijos naturales, no trajo ninguno». Son declaraciones de su secretario, Victoriano Moreno, al periodista F. Lucientes, que parecen exageradas y de difícil comprobación. Pero sí es cierto que entre 1888 y 1891 Galdós mantuvo relaciones a la vez con tres mujeres a las que ya conocía con anterioridad: Emilia Pardo Bazán, Lorenza Cobián y Concepción Morell.
Verano
Emilia Pardo Bazán era una mujer volcánica, capaz de contradecir en París, en 1889, al mismísimo Víctor Hugo durante unas conferencias que este pronunció en junio de ese año. Muestra de ese carácter pasional que derrochaba la Bazán fue un breve idilio, simultáneo con el de Galdós, que mantuvo con José Lázaro Galdiano en la primavera de 1888, al que conoce en Barcelona. Lo cual no fue óbice para que don Benito y doña Emilia emprendieran, en octubre de 1889, un viaje secreto que comenzó en París, lugar que visitaba con frecuencia la Bazán. Y que continuó por varias ciudades europeas: Berlín, Munich, Nuremberg, Frankfurt, Zurich. El comienzo del viaje fue la visita a la exposición de 1889, fecha de construcción de la Tour Eiffel. Hay que señalar que también Unamuno, 21 años más joven que don Benito, estuvo en París por esas fechas, del 20 al 30 de julio, mientras que la estancia de Galdós fue de finales de septiembre al 25 de octubre. No coincidieron. Es muy probable que Unamuno conociera ya a Galdós en Madrid, ateneístas ambos, pero que no tuvieran trato. «En uno de los altares de mi corazón se levanta don Benito» escribió en 1907 el escritor bilbaíno. Y tras su fallecimiento le rindió un sentido homenaje.
En esa época, que corresponde con el esplendor vital veraniego de ambos, la Bazán y don Benito tenían su nido de amor en “Palma Street”, la calle de la Palma, cerca de “Maravillas Church”, la iglesia de Maravillas, justo en la plaza del 2 de mayo, barrio ahora llamado también Malasaña. Se conocían desde 1885. Ella era nueve años más joven que Galdós. “Mi grandullón”, le llamaba, al que escribe epístolas apasionadas reclamándole su atención, ya dispersa en Lorenza Cobián. «Somos insustituibles el uno para el otro. Sí, mi gloria, sí, lo somos». O, «No pierdas enteramente el cariño a la que te lo profesa santo y eterno». Y aún porfiará, en 1890, por recuperar la intimidad perdida: «ya sea en el asilo [? Debe referirse doña Emilia a cuando sean viejos], ya sea en Palma Strasses (sic)». Doña Emilia fue de las primeras en rendirle homenaje a Galdós, asistiendo a su velatorio tras su fallecimiento, ocurrido treinta años después, el 4 de enero de 1920.
Pero Galdós había conocido con anterioridad en el estudio del pintor Emilio Sala a Lorenza Cobián, ocho años más joven, una mujer de gran belleza y poca cultura, modelo pictórico de varios artistas. Fruto de su relación con Lorenza serían dos hijos, el primero fallecido a poco de nacer. Y la que será el único reconocido por Galdós, su hija María, nacida el 12 de enero de 1891 en Santander, donde el escritor permanecía largas temporadas en su residencia de San Quintín. Galdós mantuvo económicamente a Lorenza Cobián hasta su fallecimiento, acaecido en Madrid el 26 de julio de 1906 de forma terrible: ahorcándose en un calabozo de la policía donde fue encerrada tras haber intentado suicidarse arrojándose a las vías del tren en la Estación del Norte.
En su gran novela “Fortunata y Jacinta” la protagonista, Fortunata, también tiene dos hijos producto de su relación con Juanito Santa Cruz. El primero fallecería a poco de nacer, mientras que el segundo la sobrevive y es finalmente adoptado por la estéril Jacinta, como una metáfora de la avaricia de la burguesía que se adueña del fruto del proletariado sin ningún escrúpulo y sin pagar nada a cambio. Galdós escribió “Fortunata y Jacinta” entre 1886 y 1887, cuando ya conocía a Lorenza Cobián, por lo que pudiera ser que la pérdida en la vida real de un hijo, posiblemente suyo y de Lorenza, le inspirase el hijo perdido de Fortunata.
El pintor Emilio Sala fue amigo y estrecho colaborador de Galdós. Tiene obra expuesta en el Museo del Prado. Sobresale un cuadro de la actriz María Guerrero, intérprete habitual de los dramas de Galdós. Sala ilustró una edición de lujo de la primera serie de los Episodios Nacionales en 1903. Un fracaso económico para el autor, ya que apenas si se vendieron ejemplares debido a su elevado coste.
Otoño
La cuarta mujer que se añade al pentágono de los amores asimétricos de don Benito fue Concepción Morell, actriz mediocre, 19 años más joven que el escritor, de personalidad inestable, a la que el dramaturgo concede algunos papeles secundarios de sus obras teatrales La conoció en el otoño de su vida, a comienzos de los 90 del siglo XIX. Con ella mantendrá diez años de relación, hasta su muerte, el 22 de abril de 1906, apenas dos meses antes que la de Lorenza.
Fue una relación complicada: padre-esposo-hija-amante, que el escritor reflejó en su novela Tristana. Ambos se citaban entre la calle Princesa y la actual Alberto Aguilera. “Mi africanito”, le llamaba por su origen canario. La Morell era una mujer apasionada e imprevisible, que llegó a convertirse al judaísmo en 1897 y se cambió el nombre por el de Ruth. Las epístolas que la Morell le enviaba a Galdós son similares en su contenido amoroso a las que recibía de la Bazán. Muchas de ellas las utilizó, con ligeras modificaciones, en la escritura de Tristana. Tristona, así denominaba Galdós a la Morell. De esa relación se conservan 160 cartas. Como muestra, estos ejemplos:
«No sé hacer más que amar, pero el amor no es oficio… no puedo hacer en la vida más que una cosa, amarte». O, «Él era para mí todo en el mundo, le he entregado mi alma y vida» le confiesa la Morell a Sitges y Griffol, amigo de Galdós en 1901, fecha en la que la relación entre ambos ya se había agotado.
Buñuel, apasionado lector de don Benito, varias de cuyas novelas llevó al cine, sustituye al resignado personaje hija-amante galdosiano de Tristana por el de una mujer independiente que devora al padre-esposo, don Lope, en aras de su liberación. Son dos Tristanas muy distintas, protagonistas de dos épocas separadas por ochenta años.
El carácter desprendido de Galdós hizo que mantuviera a esas dos mujeres, Lorenza y Concepción, hasta el final de sus días. Y era frecuente que le asaltase por las calles próximas a su domicilio en la calle Hilarión Eslava, nº 5, una legión de pedigüeños suplicándole limosnas. Cosa que el atendía con generosidad, como recoge Ramón Pérez de Ayala, que conoció a Galdós a partir de 1903. Esa personalidad poco práctica para los negocios le llevó en 1913 a una situación económica crítica, agravada por los pleitos que mantenía sobre los derechos de sus obras. Los últimos años de su vida residió Galdós en casa de su sobrino José Hurtado de Mendoza, en el domicilio citado antes, en el barrio de Argüelles. Hurtado de Mendoza, don Pepino para Galdós, adoraba a su tío y le ayudaba como secretario y escriba.
Invierno
Y en 1907, a la edad de 64 años conoció a Teodosia Gandarias, 20 años más joven que el escritor, la relación más asimétrica en edad de las que tuvo Galdós. Ese nuevo amor con una mujer, maestra de profesión, sin pretensiones intelectuales y tan distinta de él, le resultará a don Benito un apoyo emocional en el invierno de su vida. Galdós escribió a Teodosia 239 cartas entre 1907 y 1915, la mayoría de este jaez tan delicado:
«Alma mía, todo mi ser es tuyo. Corazón y cerebro te pertenecen. Te quiero con pasión sosegada y segura, con inconmovible asiento» le escribe a Teodosia desde Santander el 16 de agosto de 1908. Incluso se especula en ellas con un posible embarazo, algo notable y que demuestra la virilidad y entrega amatoria de don Benito, un señor de edad provecta, 65 años, para la época: «¿Con que tendremos canario de alcoba? Así sea. Pero contengamos nuestro fervoroso anhelo hasta que el tiempo confirme la esperanza».
Aunque la alegría se desvanece pronto: «La tuya última me cuenta como se ha disipado la dulce ilusión. ¡Vaya por Dios! No sé si te diga que es bueno o es malo. No debe afligirte el desvanecimiento de la ilusión». Fechada el 25 de julio de 1907 en Santander, donde don Benito pasaba los veranos.
Los dos amantes fallecieron con poca diferencia de tiempo. Teodosia el 31 de diciembre de 1919 y Galdós cuatro días después.
Aventurarse a dar una explicación antropológica sobre los amores asimétricos que ocuparon la vida del escritor es algo que desborda el motivo de este artículo. Sería su encanto, su indudable genialidad literaria o su amabilidad personal. El caso es que Galdós resultaba irresistible para las señoras de su época. Quizás el secreto para enamorar a las mujeres esté en sus novelas, y sea tarea del lector aplicado el descubrirlo.
Enlaces relacionados
El callejero novelístico del Madrid galdosiano
Apéndice bibliográfico
Para cualquier lector interesado en Galdós es muy recomendable la biografía Vida de Galdós, obra de Pedro Ortiz-Armengol, editada por Crítica en su Biblioteca de Bolsillo. 2000.
Para ampliar el conocimiento de su obra se recomiendan los estudios y ediciones críticas de Joaquín Casalduero y Ricardo Gullón; para Tristana, la de Germán Gullón, en Austral; o Fortunata y Jacinta, de Francisco Caudet en Cátedra.
También es posible aún encontrar en Anaya, en la colección Tus Libros ediciones de Trafalgar o Misericordia, obras ambas anotadas por Pascual Izquierdo.
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