Ángel Aguado López

Homenaje que Gabriel de Araceli hace a su padre novelesco don Benito Pérez Galdós

            GRACIAS, SEÑOR DON BENITO, por haberme engendrado, por haberme dado la vida literaria en la primera novela de sus Episodios: Trafalgar*. Y después por mantenerme como narrador en las diez novelas de la primera parte de las cinco que fueron los Episodios Nacionales. Dicen** que me conoció usted en el verano de 1871, en Santander, cuando reinaba don Amadeo. Sesenta y seis años después de la batalla. Que me apellidaba Galán, que yo ya había cumplido los 81 años, que yo era un viejecito muy simpático, de corta estatura, con levita y chistera anticuadas, aunque usted fuere un hombre joven, 28 años, y enamorador de primitas, doncellas, casadas, actrices, modelos de artistas pintores, magísteres e incluso condesas, que todas gozaban de la hombría con las que usted las regalaba, que las aderezaba e iluminaba con sus ardientes perfumes y caballeroso ser, que de ellas extraía armoniosos trinos que le recitaban al oído en los tálamos recatados de su Madrid callejero. Y es cierto que fui grumete en el navío Santísima Trinidad, de 63 m de eslora, 4905 toneladas, cuatro puentes y armado con 140 piezas de artillería en el que servíamos 1160 hombres, que participé con honor, braveza y enjundia sin par a la edad de 14 años en aquella triste batalla, el 21 de octubre de 1805, donde se perdió lo más granado del saber patriótico y de la inteligencia nacional, que luché bajo las órdenes del teniente general don Federico Carlos Gravina, un ilustrado y honroso científico, gloria sublime para la patria. Y del no menos excelente, luminoso y humanista don Cosme Damián Churruca. Que, aunque derrotados por el honorable inglés Horacio Nelson, y en eso tuvo mucha culpa el gabacho, disminuido, amanerado, afeminado e inútil vicealmirante napoleónico Villeneuve, siempre nos acompañó la honra de haber defendido con gallardía a la patria y al pabellón real. Aunque Carlos IV fuera un rey antojadizo e incapaz, propenso al extravío, a la caza de la perdiz, a la coyunta libertaria, a la jodienda del pueblo y a la vagancia, como todos los borbones que han reinado este país, que aquel rey no fue sino un dislate más en la historia general de la nación y de la monarquía. Y peor fue lo que vino tras él: ¡el rey felón!

                    Y después me vistió usted de joven enamoradizo por El Escorial, por Aranjuez, por la conspirativa corte del Palacio de Oriente, por el 2 de mayo, que me dio mucho lustre y protagonismo sin que yo lo mereciere. Otros narradores omniscientes —¡corajuda palabreja!— utilizó usted en sus episodios, que a mí me siguieron Salvador Monsalud, Fernando Calpena y José María Fajardo, que con ellos construyó una historia novelesca de la nación sin faltar al rigor, ni a la verdad ni al decoro, una capilla sixtina, un Lepanto de palabras, la más alta historia que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Pero yo tuve la gloria de ser el primero y usted me hizo inmortal. Así que, don Benito, no puedo sino demostrarle mi más profunda admiración y mi más elogioso agradecimiento por su obra y por su verbo. Es usted, padre mío, sin ningún género de dudas, el más valioso escritor de la lengua castellana. Eternamente deudor, su hijo Gabriel.

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*Es muy recomendable para el lector curioso y advertido la edición anotada que de la novela Trafalgar hace el erudito crítico literario y experto galdosiano don Pascual Izquierdo de la Ribera Sotillana, en la colección Tus Libros, editada por Ediciones Generales Anaya, en 1983, auspiciada y dirigida por el académico in absentia don Emilio Pascual de Tejares. Aunque no es fácil encontrar tan preciada obra y los que la poseen saben que tienen un tesoro de valía similar a las que se encuentran en el pecio del navío Santísima Trinidad, hundido, pero con gloria, a dos millas náuticas, frente al tómbolo de Trafalgar, el 24 de octubre de 1805.


Epistolario que mantuvieron en torno a 1907 y con posterioridad doña Teodosia Gandarias y su bien amado Benitín

           «¡Oh, secreto de la naturaleza, oh milagro del tiempo, oh felicidad, no por tardía menos soberana!… En fin, sea de esto lo que disponga el supremo artífice del Universo, el nivelador de las generaciones» le dice desde Santander B —Benito—, el «hacedor de… millares de caricias» a su «preciosa, vaporosa y valiosa» Teodosia Gandarias, su nuevo amor —ella tenía 44 años y él 64 en ese momento— cuando Teo le comunica que es posible que tengan un hijo. Teodosia Gandarias —ella viuda— y Galdós —siempre soltero— se conocieron en 1907 y fueron amantes hasta el final de sus días. Ella falleció el 31 de diciembre de 1919, en su casa del nº53 de la calle Santa Engracia, en Madrid. Y él el 4 de enero de 1920, en su casa de la calle Hilarión Eslava, nº5, no muy lejos de la de su amante.
Pero «la dulce ilusión» se disipó y B le anima a Teodosia y le ruega que no se preocupe de las habladurías de la portera de la finca y no se aísle y salga a pasear: «¿Qué puede decir la vecindad? Nada. Estaría bueno que una señora como tú no pudiera salir a la calle por el qué dirán. ¡Pero si nada pueden decir! Tu personalidad está demasiado alta para que puedan denigrarla esos vecinos idiotas y bajunos. No hagas caso».
Y culmina el amoroso don Benito con estas frases que enternecerían al corazón más duro, entonces y ahora, de cualquier mujer entregándola al dulce amor y a sus besos de reputado galán:
«Son mis horas religiosas, digámoslo así. Entonces van mis pensamientos a ti con vuelo más rápido. ¡Oh, Teo dulcísima, amantísima y preciosa sobre toda preciosidad!».
Un año después, Teodosia le pide que mueva sus influencias y la coloque de maestra nacional —su profesión —, ya que Galdós había sido diputado y lo volvería a ser en 1910. Don Benito le dice a su amantísima Teo: «Pero, mi cielo querido, ¿en qué estás pensando? ¡Cómo ha podido ocurrírsete que yo te iba a colocar de maestra? Esto no concuerda bien con tu soberana inteligencia… En fin, ya te habrás tranquilizado». Y la distancia acalora el corazón de don Benito, que anhela el contacto con Teodosia «siento trastorno por verte a ti tan trastornada… tú, talentuda y magna mujer… a ti mi inalterable cariño».
Teodosia Gandarias y Galdós compartieron los últimos años de sus vidas y parece que también fueron felices. Años de reconocimiento universal del autor, nominado al Nobel en 1912, a lo que la Iglesia hizo una feroz oposición, rayana en el fanatismo, debido al anticlericalismo del escritor expresado en su obra teatral Electra, estrenada en 1901 con enorme éxito de público y crítica. La Iglesia nunca perdona y castigó al señor Pérez con saña en esta vida sin esperar al juicio final.

             Es difícil que don Benito conociera el fallecimiento de su amada Teodosia debido al crítico estado de salud en el que se encontraba. Cuando Galdós falleció cuatro días después, además del reconocimiento de toda la nación: del rey Alfonso XIII, del presidente del Consejo de Ministros, del ministro de Cultura, autoridades, mundo literario y ciudadanía, contó con la visita de doña Emilia Pardo, la Bazán, que fue la primera que se trasladó a su domicilio de la calle Hilarión Eslava, con la que también compartió, epístolas incendiarias de amoríos, desplantes, infidelidades, excesos y deleites durante la década de los 80 del siglo XIX y con posterioridad. Algo a lo que no fue ajeno con Lorenza Cobián, la madre de su hija María, o con Concepción Morell, entre otras amantes conocidas.

       Sin saberlo, en su gran novela Fortunata y Jacinta escrita entre 1885 y 1887, Galdós adelantó su final novelando el triste entierro que sufrió Fortunata, metáfora y trasunto anticipados de Teodosia, sin nadie que le acompañara al cementerio, fallecida un día antes que Evaristo Feijoo, quizás el alter-ego de sí mismo, que recibió una concurrida presencia de deudores en su funeral.

     Sí, don Benito Pérez Galdós lo tenía todo, era un genio de las letras, simpático, guapo, cariñoso, generoso, desprendido y amoroso, muy amoroso y delicado con las mujeres. Y querido por ellas.

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Vivienda de Galdós, en la calle Hilarión Eslava, nº 5, en el barrio de Argüelles. Faltan seis tildes en la placa conmemorativa. Sin embargo, el cartel del dinosaurio está escrito con corrección, casi.

Para conocer más sobre la vida de Benito Pérez Galdós véase: https://escaparateignorado.com/2018/12/19/los-amores-asimetricos-de-galdos/
Y para conocer sobre su extraordinaria obra véase:
**Vida de Galdós, obra de Pedro Ortiz-Armengol, editada por Crítica en su Biblioteca de Bolsillo. 2000.
Asimismo, se recomiendan los estudios y ediciones críticas de Joaquín Casalduero y Ricardo Gullón; para Tristana, la de Germán Gullón, en Austral; y para Fortunata y Jacinta, la edición de Francisco Caudet, en Cátedra.

Enlaces relacionados

Los amores asimétricos de Galdós

El callejero novelístico del Madrid galdosiano

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Don Benito siempre tuvo las mujeres a sus pies. Como don Ramón María.

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