Palabras de Gabriel de Araceli. Fotos de Terry Mangino

Esos libros que, de golpe, aparecen dormidos en una librería de viejo y que te invitan a ojearlos. Sucumbes a su tentación irremediablemente, los compras porque amas la lectura, amas el tempo lento de idas y venidas por sus páginas en el que se fragua tu complicidad con sus letras. Hay en ellos una seducción que te imanta a sus hojas porosas y amarillas. Te la juegas, sí, con las novelas de don Mario, sus protagonistas te embaucan con amuletos que en su día martilleaban las conciencias de las generaciones progres, aquellas reflexiones sobre la revolución pendiente, la dialéctica sociológica del porvenir del hombre nuevo y la sombra alargada del Kremlin y el Tío Sam, a partes iguales, vigilándolo todo. Aquel debate estéril que arrolló a las juventudes durante décadas de guerra fría y militancia teórica en el demiurgo libertario, todos iguales y felices practicando el amor universal entre los parias de la tierra. Que fuera marxismo, leninismo, trotskismo, estalinismo, maoísmo o capitalismo el remedio no estaba claro y es ahora indiferente. Pero entonces, cada héroe untaba su utopía, su compromiso social con las salsas doctrinales que más a su gusto excitaban su cerebro, porque querían salvar al mundo con sus quimeras.

La Cuesta de Moyano, en Madrid, el bulevar de los libros viejos.

Algo así le pasó al protagonista de la novela de Vargas LlosaHistoria de Mayta”, Alejandro Mayta Avendaño, un héroe por un día, medio bandolero, medio guerrillero, iluminado, quijote y alma apesadumbrada por su homosexualidad de la que quería redimirse luchando por la justicia universal, por los pobres, por los miserables cholos, por los indios quechuas, por el campesinado y los desplazados de las barriadas indigentes repletas de basureros de la periferia inmunda de Lima. Un revolucionario diletante, ortodoxo y efímero que espantó al Perú con ayuda de un militar iluminado, el subteniente Vallejos, de cuatro “apristas” (militantes del APRA, partido social revolucionario moderado -?- y prohibido por el dictador Odría) y cuatro “josefinos” (jovencitos estudiantes de un colegio religioso), apenas por unas horas con su tosco levantamiento armado en 1959 en las alturas de Jauja, en los antepechos de los Andes. Una novela escrita en Londres en 1983 tras leer su autor, veinte años antes, un breve en el diario Le Monde, apenas unas líneas, que hablaba de una mini-revolución acaecida en los Andes, y publicada por Seix Barral en 1984. Una novela que en su momento disgustó a la intelligentsia europea por sus críticas al fracaso de los movimientos revolucionarios en la América andina y que, apenas cinco años después, con la caída del régimen soviético, el telón de acero y la reconversión salvaje al capitalismo de los satélites de Moscú, la historia se encargaría de verificar.

Mario Vargas Llosa en la Biblioteca Nacional, Madrid, octubre de 2012.

Que los barbudos de Fidel en su viaje en el Granma (noviembre de 1956) llegaran al éxito revolucionario en La Habana, el 1 de enero de 1959, envalentonó a infinidad de grupúsculos guerrilleros que emularon en sus particulares “Sierras Maestras” el intento de la sublevación. Eran los tiempos de Eisenhower y de Nixon, de la Escuela de las Américas, de la CIA de Allen Welsh Dulles, del sátrapa Leónidas Trujillo, del asesinato de Galíndez, de la fantasmagórica huelga general del PCE, de la guerra de Argelia, de la revolución del Congo, del principio del Vietnam. Y cualquier jovencito intransigente soñaba, aislado en su burbuja ideológica, con alzarse en armas y convertirse en justiciero de la famélica legión de explotados por el hambre y las dictaduras que se extendían por todo el Cono Sur, tal vez auxiliado en su empeño humanista por Moscú, tal vez santificado por el existencialismo y la socialdemocracia europea. Mayta quiso ser el héroe y acabó siendo un delincuente olvidado de sí mismo: «Arrepentirse es cosa de católicos. Un revolucionario hace autocrítica». Era un intransigente que liberaba su conciencia con la expropiación, tras apropiarse de lo ajeno —la plata de la revolución quema las manos. ¿No se dan cuenta que si se quedan con ella dejan de ser revolucionarios y se convierten en ladrones?—, un inspirador de las facciones radicales, antecedente de las brigadas rojas que asolarían el establishment europeo en el último cuarto del siglo XX.

La estructura narrativa de la novela es compleja, requiere el firme compromiso del lector de imbuirse en ella, de no abandonarla en una esquina a la primera refriega, con el primer tropiezo contra cualquier párrafo farragoso. Porque Llosa expone al lector al rigor de sus letras, porque le exige entrega, concentración, compromiso. Recuerda en sus comienzos a otra novela difícil del autor: “La casa verde”. Obra experimental de complicadísima exposición. Historia de Mayta es a veces reportaje periodístico, otras ensayo sociológico, otras historias de los movimientos obreros o crítica jocosa de aquellos profetas ingenuos que sembraron con su confusión los posteriores senderos luminosos de la América Latina. A veces el texto parece una película de la nouvelle vague, con saltos de eje, sin racord de continuidad; recurre al montaje cinematográfico en el que se alternan planos yuxtapuestos de diferentes protagonistas con testigos recuperados por el periodista-detective, espacios con tramas, tiempos con acciones conjugadas en el esclarecimiento de unos sucesos y de unos personajes olvidados del Perú profundo de hace sesenta años, seccionados con la prosa de un maestro vanguardista. Advierte Vargas Llosa que lo suyo es una ficción, un relato en el que todo está permitido: «Soy realista, en mis novelas trato siempre de mentir con conocimiento de causa. Porque cuando se persigue la pureza, en política, se llega a la irrealidad. No son los temas lo que deciden el fracaso o la victoria de un creador, sino la forma en que se encarnan».

«No sabe usted qué raro me resulta hablar de política —responde al narrador omnisciente el ausente Mayta—, recordar hechos políticos. No es que yo dejara la política. Ella me dejó a mí, más bien. Es como un fantasma que volviera, desde el fondo del tiempo, a mostrarme a los muertos y a cosas olvidadas». Es el caos que sufre el personaje, su confusión dialéctica, su itinerario entre Dios, Marx, Lenin y Troski, una identidad perdida en sus fantasmas, en el fondo de un tiempo del que Mayta ha renunciado. Historia de Mayta, un viaje por los interrogantes de una revolución fallida, anticipó de los muladares con que “fujimoris”, “montesinos” y “abimaeles” enfangaron de basura y de muertes, treinta años después, la historia del Perú.

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