Ángel Aguado López
Cuando la revolución se precipita no tiene límites ni control e incluso a los revolucionarios espanta porque no previeron sus resultados…
Acabado el gran conflicto bélico con la derrota del nazismo y de Japón, la hegemonía mundial se la disputan las potencias occidentales enfrentadas a los demonios comunistas, el ogro Stalin y el maligno Mao Tse Tung, se declara la Guerra Fría. Coincide el momento histórico con los levantamientos anticolonialistas de la Indochina francesa y el conflicto de Corea. Añádase el temor a la hecatombe nuclear, o la histeria anticomunista que provocó la caza de brujas del beodo senador MacCarthy y se obtendrá un panorama crítico que provocará traumáticas transformaciones en las relaciones internacionales durante al menos tres décadas, de 1945 a 1975.
Así que, al general Eisenhower, el vencedor de la 2ª GM, desde su atalaya presidencial (1953-1961) no le cuesta mucho trabajo convertirse en vigilante de la ética capitalista —si es que el capitalismo tiene alguna ética— en su lucha por defender los intereses del colonialismo empresarial yanqui, presente en las costas del vecino mar Caribe desde finales del siglo XIX.
United Fruits Company
Una de esas empresas, no especialmente escrupulosa obteniendo beneficios es la United Fruits Company, la Frutera, la UFCO, el Pulpo, la Yunai, implantada en toda Centroamérica, dedicada al cultivo y exportación a USA del banano, una fruta exótica y casi desconocida allá a comienzos de la década de los 40. Y tan brutal con los indígenas jornaleros como generosa en sobornos con los dirigentes corruptos de esos países. Bajo la paranoia de apalear al diablo comunista y con la pretensión de obtener la máxima riqueza posible —durante la presidencia de Eisenhower, Estados Unidos gozará de un extraordinario desarrollo económico sin precedentes en su historia— se ejercerá la política exterior americana derribando gobiernos díscolos o colocando mandatarios a su gusto, o contando con la ayuda de sátrapas locales a los que premiará con el refugio de su protección.

La United Fruits Company era propiedad de Samuel Zemurray, Sam the Banana Man, un emigrante ruso llegado a USA con apenas tres años, en 1880, un self made man que con la ayuda, en 1948, de otro emigrante, el publicista Eduard L Bernays, un judío austriaco, sobrino de Freud, que llegó a USA con poco más de cinco años, en 1896, un mago en el desarrollo de las publics relations, idearon un plan de desestabilización y acusaciones falsas de socialismo y aproximación a la URSS (lo ahora conocido como fake news) sobre el gobierno del guatemalteco Juan José Arévalo con objeto de lograr la intervención del gobierno USA en la política caribeña. La UFCO fue el motor del mal que desgajó países, corrompió gobiernos, alteró políticas sociales, provocó golpes de estado, retrasó el desarrollo económico de naciones, impidió el acceso a una vida digna a millones de trabajadores —muchos de ellos indios nativos desheredados—, derribó presidentes, provocó matanzas y se infló a ganar millones de dólares libres de impuestos a costa de los más débiles con la excusa de que, aquella zona merenguera del Caribe, apenas a doscientos km del Canal de Panamá, era el objetivo de penetración de la URSS en Centroamérica. La administración Eisenhower, con la inocente ayuda de la prestigiosa prensa —The Washinton Post, The New York Times o el semanario Time apostaron ingenuamente por unas noticias que no existían. Una trasposición temporal de lo que hicieron los periódicos de William Randolph Hearst provocando una guerra contra España, la guerra de Cuba de 1898— y bajo la batuta de la CIA —la Madrastra— del escalofriante Allan Dulles esgrimió la amenaza de la presencia soviética en la zona para desacreditar al presidente electo Juan José Arévalo, derrocar, en 1954, el gobierno legítimo del presidente de Guatemala Jacobo Árbenz y colocar allí a un militar sin prestigio ni liderazgo, un alocado extremista que tan sólo aguantó tres años en el poder antes de ser asesinado: el coronel Carlos Castillo Armas. Sin embargo, jamás existió el peligro soviético, los rusos ni estaban ni se les esperaba.
Los ingredientes
Guatemala, un país desconocido para la opinión pública norteamericana; el genocida dominicano Trujillo; marionetas gobernando aquí y allá; mises sabedoras del poder que su sexo despierta en los instintos básicos de los mandatarios; “Caca” —Carlos Castillo Armas—, el mequetrefe presidente impuesto por USA en 1954 y asesinado en 1957 por Johnny Abbes García, un sádico que leía poemas de Amado Nervo mientras aplicaba las torturas chinas que había aprendido con la policía mexicana, becado por Trujillo, la Araña, a sus víctimas; sicarios borrachos de sangre; asesinos nómadas; mercenarios de un ejército fantasma, el “ejército liberacionista”; espías triples; un gringo xenófobo, el embajador Peurifoy, marcando revólver en la sobaquera; aviones USAF bombardeando a la población civil; militares corruptos; Jacobo Árbenz, el presidente víctima de sus ideales reformistas; burdeles, garitos, casinos, o el obispo Rossel y Arellano, un fanático integrista que consigue el ascenso a general del Cristo Negro de Esquipulas* son los ingredientes que maneja Mario Vargas Llosa para guisar la novela: “Tiempos recios”.

Tiempos recios
Porque “Tiempos recios” son muchas cosas a la vez: novela histórica, reportaje periodístico, crónica de una época, melodrama tragicómico con vocación cinematográfica y ensayo sociológico. Tiempos recios requirió al autor un enorme esfuerzo de documentación, de inmersión en archivos y hemerotecas, de visitas a protagonistas y a expertos en el Caribe. Oficio de periodista que el autor ejerce desde siempre. Prima en la estructura la narración secuencial, pequeños capítulos donde los protagonistas, los espacios, los tiempos, los diálogos, las tramas y la información que el lector recibe se alternan cinematográficamente como si de una película se tratara. Un trabajo de planificación precisa del argumento, minucioso labrado de las piezas, de los personaje y encaje de bolillos el que ha realizado Vargas Llosa para desplegar este relato extenso de vida, peregrinación e historia trágica de un tiempo tormentoso, no necesariamente aclarado ni mejorado ahora.
Un relato protagonizado por una mujer, una barragana que se enfrenta a la legítima esposa del títere, el coronel “Caca”, rivalizando con ella por el poder entre las sábanas e intrigando en una corte de mercenarios ebrios de ron y de lascivia: «Con miss Guatemala, con Marta he vuelto a tener deseos, a ser un hombre en la cama», confiesa Castillo Armas, Cara de Hacha. Las novelas de Vargas Llosa están llenas de protagonismo femenino: Marta Barrero (en la realidad se llama Gloria Bolaños y vive actualmente en Florida). O Urania Cabral, la protagonista, heroína y víctima de “La Fiesta del Chivo” (2000). O como Lily-Arlette, la intermitente provocadora de “Travesuras de la niña mala” (2006), aquella mujer que aparece y desaparece en la vida de Ricardo, el hombre muñeco desestabilizado por los caprichos de la dama. O la tía Julia con su escribidor (1977); o Flora Tristán, la abuela de Paul Gauguin, luchadora por los derechos de la mujer que trató de niña a Simón Bolívar, en “El paraíso en la otra esquina” (2003); o las visitadoras de Pantaleón (1973).

Tetralogía
El Caribe y la intervención americana en los años 40-60 es un tema recurrente en la narrativa hispanoamericana. Basta recordar la extensa novela que sobre el vasco Jesús Galíndez escribió, hace más de treinta años, Manuel Vázquez Montalbán. El historiador y escritor Tony Raful ha publicado varias obras de investigación sobre el terrible sicario Johnny Abbes García, el ejecutor implacable de Leónidas Trujillo. Y sin duda, la gran novela sobre el terrible mandato del sátrapa dominicano es “La Fiesta del Chivo”. Tiempos Recios completa una tetralogía sobre un tiempo y una zona del planeta que vio arruinada su paz por la codicia del capitalismo yanqui.



Rescoldos
La crisis de los misiles, la expansión del socialismo cubano y sus lazos con la URSS fueron consecuencias directas de aquella intervención norteamericana en el Caribe. Quizás para prevenir una acción yanqui, aquellos barbudos se radicalizaron para evitar que la CIA actuara en La Habana como lo había hecho en Guatemala. El desarrollo social y económico de todos aquellos países se vio comprometido durante décadas. Y aquella política de Eisenhower fue el origen de la terrible pobreza actual que fuerza a la emigración a millones de parias hacia el gran norte, hacia el origen de sus desdichas. Nunca se resolvió el entramado económico del asesinato de Kennedy ni sus inductores intelectuales, sucedido apenas dos años después de la crisis de Bahía de Cochinos y del asesinato de Trujillo.
Y desmitificar la actuación del Che Guevara en sus logros revolucionarios —presente en Guatemala en el momento del asesinato de Castillo Armas. Vendía enciclopedias puerta a puerta para sobrevivir—, tal vez desvelar sus responsabilidades en los fusilamientos de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, que Mario Vargas Llosa nos sugiere al final de la novela. “Una gran torpeza de USA preparar el golpe de estado contra Árbenz”, declara uno de los protagonistas. Un Vargas Llosa que parece identificarse con la política social de los presidentes Arévalo y Árbenz, para sorpresa del lector que ubique al novelista intelectualmente en el liberalismo conservador.
La UFCO es en la actualidad Chiquita Brands International, Chiquita Banana, y sigue manteniendo una presencia empresarial importante en el Caribe sin que las condiciones económicas de esos países hayan mejorado mucho ni se vea perspectiva de solución a medio plazo.
La retirada sincopada de Afganistán es el último rescoldo de la presencia perpetua del policía de Occidente:
«Cuando se echa a correr una bolita desde lo alto de la montaña, se puede desencadenar una avalancha».
Todo fue, no más, por un puñado de plátanos.

*Recuérdese la medalla que otorgó aquel ministro del Interior, supernumerario de la Obra, ahora imputado por espionaje, a una imagen religiosa; o la emosión con que aquella ministra de Trabajo nos recomendaba resar a la virgen del Rosío para que nos diera curro, y comprobaremos lo poco que evoluciona el mundo, o lo mucho, según se mire quien lo dirige: el mal.
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