Agustina de Champourcín. Texto y fotos (todas tomadas en Madrid)

Ay, esa pasión que se nos resistía, esas oscuridades en la que nos habían sumergido las circunstancias. ¡Maldito virus! Pero todo llega y al final, la ciencia, el perseverar humano ha podido con el bicho y las restricciones y la alegría ha vuelto a ocupar los rincones ciudadanos que nos había vedado la pandemia. Y las calles de toda España se han llenado esa semana de luna llena de tallas de cristos desnutridos, ¡pobrecitos!, vírgenes dolorosas, señoras apasionadas, caballeros uniformados, cofrades militantes, curiosos callejeros y penitentes que purgaban sus penas cargando con la cruz de su conciencia. Y también de parejitas de enamorados, de mujeres poderosas marcando territorio bajo sus ternos negros y sus trebejos oratorios, de hombres arrobados a la sombra de las amadas, de niños despertando a la vida, de papás y mamás orgullosos de ellos. La alegría rebrota, se anuncia con orgullo el querer, el florecer de los cuerpos, el deseo desatado, la búsqueda del placer carnal. Revolotean los pajaritos, se anuncia la felicidad en cada esquina, esos besos primorosos aislados del mundo. ¡Los primeros, los mejores!  La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido. Llevo la vida, conmigo, el que quiera que me siga, dice. ¡Aquí estoy yo! El amor.



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