—Me resultó imposible acabar “La casa verde”. Y eso que le oí a Emilio cantar alabanzas sobre la segunda novela de Varguitas. La decimo primera edición de Seix Barral, reimpresión del 55º al 65º millar, en 1971. Fueron sus comentarios elogiosos lo que me animaron a atreverme con ese laberinto de sucesos entremezclados y removidos en la hormigonera giratoria de las letras, los personajes, los lugares, los tiempos y las tramas, esos diálogos incoherentes… Pero desistí. A Varguitas se le subió a la cabeza el atracón de Flaubert, de Victor Hugo y de Faulkner que se dio en París cuando llegó con Julia, a comienzos de los 60, para forjarse el oficio de genio. Y menos mal que se abstuvo de Proust. Hubo un momento en que tanto experimentalismo, tanta ruptura con la tradición relatora y tanta vanguardia erudita que rezumaba el cuento de don Mario me nublaron el entendimiento. Estaba perdido en ese universo andino, con la sensación de ser un perfecto tarugo, un bruto y torpe lector incapaz de descifrar ni de comprender las razones por las que la novelita, más bien un novelón de más de 400 páginas, fue tan inmensamente aclamada en su momento por la crítica. He reabierto el libro esta mañana y me ha sorprendido la dedicatoria que hace el autor en la primera página: A Patricia
Mario Vargas Llosa en la Biblioteca Nacional de Madrid, en octubre de 2012.
—De la tía Julia a la prima Patricia, que a su vez era sobrina de Julia y
—Sí, Terry, un lío de familia, de oca a oca, un culebrón que parece surgido de la enfebrecida mente de un escribidor ebrio de telenovelas. Pero que es real. La vida de un hombre atormentado por el amor de dos mujeres de la misma casa, entre el vértigo del incesto, el repudio y el éxtasis del placer. Aquella pelea con Gabo a causa de Julia, pasaron de amigos íntimos a enemigos por ciertas confidencias que la tía reveló y Márquez aireó. El puñetazo. El ojo izquierdo morado. Celos de gigantes. Dos personalidades tan diferentes y opuestas, alineados entre el socialismo utópico y el ultraliberalismo reaccionario, entre Fidel y la Thatcher, personajes del inframundo, tal vez no existieron y son sólo fruto de la inspiración literaria de ambos escritores.
García Márquez, Jorge Edwards, Varguitas, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, Barcelona, 1974.
—Las mujeres sí son de carne y hueso, se han cruzado con frecuencia en la vida de
—Y en una vuelta del camino se cruza otra mujer y Varguitas renuncia a la prima eterna. “El amor en los tiempos de invierno”, hubiera titulado Gabriel esa sonata en la que el galán escribidor se abalanza de repente sobre la reina del papel cuché como si fuera esa noche la última vez. Cómo si viera próximo el final de su enfebrecida virilidad y empleara hasta el límite sus últimos recursos para satisfacer un ego alborotado y bullicioso. Una locura aireada por la prensa rosa. Carnaza para desocupados hambrientos de chismes. Y el abandono, la ruptura, el caos, el desorden para alcanzar el orden. Llega otro amor y te desvalija el alma. Después, el tiempo lo reduce todo a sensaciones, el desgaste de la convivencia deposita en el lecho del espíritu el lodo de las realidades y afloran las dudas, tal vez las conveniencias. Y es entonces cuando la razón se impone al tormento de la carne, cuando la zozobra del éxtasis se aparta y apaciguado el deseo el primitivo rumbo parece más seguro y recto y vuelve el velero al puerto a toda vela achicando las vías de agua que encharcaban su bodega. A Patricia. Una dedicatoria que nunca imaginaría Varguitas que fuera tan perdurable ni en esa novela tan críptica y espinosa que aún hoy resulta difícil leer. Ella, el elogio de la prima, después fue de la madrastra, es lo único que da un poco de entidad y sentido a todo lo que a continuación se escribe. Lo mejor es el principio, la primera frase, viene a decir Varguitas, el resto es evitable.
—Algo tendrá la prima que ha recuperado al nobel y
—Sí, Terry, Amor Vincit Omnia.
Amor Omnia Vincit. 1600-1601. Michelangelo Merisi, alias Caravaggio.
Gabriel de Araceli (Para mi prima María Jesús, que es amiga de los textos largos).
Una novela, además de contener personajes, tramas, lugares, conflictos, nudos, detonante dinamitero y desenlace explosivo requiere provocar en el lector una reflexión profunda sobre la situación social, histórica y política del tiempo en ella narrados. Así se refleja en “La vuelta al mundo en la Numancia”, o en “Trafalgar”, por ejemplo, ambas de don Benito. O en “La isla del tesoro”, de Stevenson; o en “Los mares del Sur”, de Manuel Vázquez Montalbán, por citar sólo cuatro novelas en los que las aventuras o desventuras de los protagonistas se ven ilustradas con apuntes de las costumbres, vicios, virtudes y psicología de los habitantes que pueblan la sociedad en el momento narrado. Retazos que envuelven en un manto de identidad temporal y de verdad notarial la lectura novelesca y ponen derrotero preciso en la navegación por sus páginas hasta llegar, como cruceristas venturosos, a buen puerto, aunque no sea Venecia.
Sucede así en “La medida del meridiano”, escrita por Alberto Fortes, marinero por los siete mares, capitán en pesqueros de altura dedicado en su cuarto de bitácora a seguir el rumbo de corsarios y piratas de leyenda, aunque sean gallegos. Y amante de la trigonometría y de las constelaciones de la Vía Láctea por las que navegan los sueños de sus personajes.
Nos encontramos en el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, de la Ilustración, de la discusión entre las ideas de Newton y las de Descartes. Principia Mathematica y Principia Philosophiae. Escritas ambas en latín. ¡Con un par! O, entre la razón científica y la sinrazón de la fe religiosa. La Tierra, ¿es un melón o una sandía? ¿Es un elipsoide oblato u oblongo? Una discusión entre la teoría geocéntrica propuesta por Tolomeo, y la teoría heliocéntrica de Copérnico. Segunda parte del reinado de Felipe V, tras el efímero ascenso al trono, en 1724, de su hijo Luis I, que sólo estaría 229 días coronado (mejor no curiosear en los entresijos de ese reinado para no sentir vergüenza patriótica por los personajes reales tan novelescos, tan lamentables que en él medraron). Ha habido, a comienzos de ese siglo, una larga Guerra de Sucesión entre las potencias europeas por disputarse el trono de España. Y acuerdos de paz que incluyeron la cesión de Gibraltar, en 1713, por el Tratado de Utrecht al que era ya United Kingdom desde 1707. O la vergonzante y perpetua Guerra del Asiento del negro (se relata en la novela un episodio más de ese exabrupto, entre 1739 y 1748), en la que se dirimía qué número de esclavos negros podían apresarse en África y venderse después por las Américas los dos reinos.
Jorge Juan, 1713-1773
Proximidad no exenta de rivalidad entre las monarquías de España y Francia. Una familia. O dos. Felipe V, de personalidad enfermiza, tal vez esquizofrénico, nacido en Versalles, nieto del rey francés Louis XIV y bisnieto del rey español Felipe IV, que firma con su primo, el rey francés Louis XV, alianzas frente al inglés. Pero que presumen, cada una por su lado, de conocimientos no compartidos, de celos entre académicos tan letrados y doctos que afirman “no haber empleado nunca las manos para ganarse la vida”.
Y dos jóvenes protagonistas llenando en la novela toda la notoriedad narrativa. Comme il faut!: Jorge Juan, “Euclides”, y Antonio de Ulloa.
Marinos, geómetras, matemático uno y naturalista el otro, hombres de ciencia y acción en la flor de la vida, 22 y 19 años respectivamente. Ambos serán enviados junto con académicos franceses conspicuos en misión conjunta para determinar la longitud exacta del meridiano más occidental que pasa por la América del Sur española, por las tierras de Quito, prácticamente en el ecuador terrestre. Y por las montañas andinas descomunales de selvas, volcanes y ríos caudalosos infectados de caimanes como jamás vieran en sus tierras natales, Novelda y Sevilla, aquellos adelantados marineros ilustrados. Ambos parten de Cádiz el 26 de mayo de 1735 a bordo del navío “Conquistador”, de 64 cañones, y en la fragata “Incendio”, de 50 cañones. Llegarán a Cartagena de Indias el 7 de julio de 1735.
Navío Conquistador, contaba 64 cañones por babor y estribor.
Les esperan once años de navegación y exploración por los Andes ecuatorianos trazando triangulaciones, senos, cosenos, tangentes y mapas por Cartagena de Indias, Panamá, Guayaquil, Quito, Chimborazo, Lima, El Callao, Cayambe, Pichincha, Riobamba, Cuenca, Guaranda, Machala… El planteamiento de la novela, que decía don Camilo.
Y testimoniando el desprecio que los españoles tienen por los indios. O las tensiones “nacionalistas” que por la gobernación de los territorios ya se inician entre la población criolla y la procedente de la metrópolis. Se reconoce en la narración la aceptable administración y burocracia que reina en aquellos países de ultramar a pesar de la distancia y extensión del terreno gobernado. Y serán víctimas los dos marinos de acusaciones falsas y de la ineptitud de la justicia poco diligente y enfrascada en sentencias partidistas y prevaricadoras. O se detalla la poca apreciación que los caciques indios tenían sobre los expedicionarios españoles, a los que veían como locos o magos por lo extravagante de sus comportamientos. Y ambos marinos constatan el maltrato que sufren los indios, cuestionándose la bondad o maldad de la Conquista. O se cuenta cómo crecían las haciendas españolas menguando las chácaras de los indios, arrebatándoselas. O se da fe de la corrupción y contrabando de los aduaneros locales en connivencia con las autoridades para lucrarse, ambas corporaciones, con las alcabalas y tributos que allá se recaudaban y no llegaban a la corona. España era así, la europea y la americana, un país lleno de gentes que malvivían cometiendo pequeños delitos con la colaboración de pequeños funcionarios. O luchando contra las plagas de mosquitos, contra las fiebres, contra los fríos gélidos o las lluvias amazónicas. Y cuenta el diario de a bordo la riqueza ostentosa de los jesuitas, entonces como ahora: «Se han hecho demasiado ricos aquí. Hay que ir pensando en recortarles las rentas o querrán ser independientes», afirma Dionisio Martínez de la Vega, presidente del reino de Tierra Firme. Es el nudo de la novela, que decía Camilo José Cela.
Antonio de Ulloa, 1716-1795
Y se describe el avance de la ciencia con los nuevos instrumentos ópticos, o sectores astronómicos para medir la oblicuidad de la eclíptica, péndulos, barómetros de mercurio o tablas geodésicas reservadas a los pocos sabios que gobiernan el mundo del conocimiento, de la ciencia. O la rijosidad y lascivia de la que hacen gala todas las órdenes religiosas: jesuitas (siempre los primeros en el arte de embaucar y defraudar), franciscanos o dominicos tenían sus concubinas, a veces varias, algo normal en aquellas latitudes, mientras que, en razón de ser Caballero de la Orden de Malta, Jorge Juan había hecho votos de castidad y no conoció mujer en los once años que duró su aventura equinoccial. ¡Tan joven y tan casto!
De todos esos retales, pecados y virtudes humanos está llena “La medida del meridiano”, un diario de a bordo de la tierra firme para narrar las aventuras y menesteres que durante más de una década soportaron los dos ilustrados marineros en compañía y competencia con sus exquisitos, a veces insufribles celosos y chauvinistas colegas franceses. Jóvenes, guapos, entregados al amor espiritual de la ciencia y obviando el placer de la carnalidad. Jorge Juan, erudito e ingeniero naval, volvería de su aventura equinoccial al reino de todas las Españas a principios de abril de 1746, tras múltiples tropiezos y desventuras. Antonio Ulloa lo haría el 25 de julio de ese año. Felipe V había muerto dos semanas antes, el 9 de julio. Dos años después de su regreso, Jorge Juan fue enviado, en 1748, por el Marqués de la Ensenada como espía al Reino Unido, para enterarse de las técnicas de construcción de barcos que se desarrollaban entonces por esos lares. Su labor de espionaje supuso una mejora considerable en la construcción de buques y el mantenimiento del poderío naval español en las mares oceanas hasta Trafalgar, 1805, donde se rompieron las alianzas marinas hispano-francesas. Pero eso quizás lo novele el autor, Alberto Fortes, próximamente. Es recomendable utilizar un atlas durante la lectura para seguir el recorrido de aquellos excelsos cartógrafos por los Andes ecuatorianos. Quede el desenlace de la novela para el descubrimiento del lector. Jorge Juan, sí, fue algo más que una calle de Madrid.
—Ay, no sé, tú, Terry, pero yo con esto de los chicos del furbo me siento mucho española y muy española. Como si me hubiera dado un ataque, un subidón de identidad patriótica, sí, como mucho más vertebrada. Decía Vázquez Montalbán que lo único que vertebra y da identidad a la España de las autonomías es el furbo, en respuesta a aquella “España Invertebrada” de Ortega. Qué quién era Ortega, pues un señor muy estirado que pensaba, aunque fuese a las tertulias de los cafés con toreros, ya ves tú qué cosas, pensar ahora, si le das una patada bien dada al balón y te ganas la inmortalidad en el pensamiento de los pueblos. Bueno, Terry, que no me quiero poner trascendente, pero que los chicos del furbo le ganen a la pérfida Albión una Eurocopa en el Berlín de los Austrias a mí me ha llenado de españolidad imperial, de orgullo, mucho española y muy española. Ha sido como regresar al siglo XVI de la espada del emperador Carlos. A la batalla de Mühlberg. Lo próximo, Gibraltar. Porque lo de Alcaraz, el tenista, recibiendo la copa de manos de la princesita inglesa…
—También es mérito del entrenador, ese señor con gafas que
—Sí, también, ese señor tan serio, no recuerdo cómo se llama. Luis, creo. A mí los que me ponen son ese chico tan guapo del Athletic, que creo que sus papás llegaron en patera a la península. Y el otro, el niño ese medio moro que vive en Mataró y juega en el Barça. Y otro de la Real de San Sebastian que ha metido el gol del triunfo, como el de Zarra en Maracaná hace miles de años. Anda, que estará bueno el nacionalismo sabinista excluyente y los del circo de JUNT, que les han crecido los enanos y se han pasado al enemigo de la zamarra roja. Y hasta dos jugadores gabachos de origen, que se han venido al otro lado de los Pirineos a menear la pelota. Todos extranjeros, exiliados, que hasta Martínez el facha, digo Santiago, ha cambiado sus mensajes xenófobos y racistas y se está pensado si adopta a los furbolistas y les da alguna consejería de deportes en alguna autonomía invertebrada ahora que se ha quedado con las poltronas vacantes, que alguno de los que antes le representaba le ha dicho que sus ideas ya no le representan y que se pasa al otro bando. Como dijo Groucho Marx: “Estos son mis ideales, si no le gustan tengo otros”.
—Y el que se lo ha pasado estupendamente es Felipe y sus niñas que
—Sí, Felipe, perdón don Felipe, presumiendo de niña por Berlín. Y con la otra paseando por Lisboa, que ya no le cabe el orgullo de papá, que va flotando al ver a sus angelitos cómo despiertan ansiedad y admiración allá por donde pasan, españolidad, españolidad, españolidad. ¡Qué jugada! Lo mejor que le ha pasado a la monarquía en un siglo, las dos niñas. Está claro, lo de la sangre nueva, digo, la rancia se ha oxigenado con la plebeya y ahora las chavalas molan casi tanto como los futbolistas, toda la prensa del corazón buscando sus fotos, que ya tiene otro filón donde dirigir sus objetivos. Sin política, sin políticos tan mustios y mendaces. Dos querubines.
—Y sobre todo que
—Sí, Terry, sobre todo y además que hemos ganado un 14 de julio. ¡Aux armes citoyens, formez vos bataillons, marchons, marchons qu’un sang impur abreuve nos sillons! Sí, Terry, tal vez podamos adoptar esos versos como propios ya que el himno español no tiene letra, ¿no? Porque a Mbappé le damos la nacionalidad española ya. ¡La que ha montado Florentino en el Bernabeu! La catedral española más conocida y visitada. Kylian, otro que quiere nacionalizarse mucho español y muy español. Ay, no sé, Terry, di algo. El furbo envenena mis sueños.
Fotos de Terry Mangino
Una joven aficionada y su papá esperan en la calle Génova, de Madrid, la llegada del autobús con los campeones.El autobús con los protagonistas a su paso por la calle Génova.Aspecto de la plaza de Colón al paso del autocar con los campeones.
La losa del tiempo oculta los recuerdos de los hombres. Los hechos que forjaron la existencia desesperada, o heroica, de una generación se llenan de polvo en las librerías esperando la mirada de un lector que los rescate del olvido y les dé nueva vida. “Testimonio de dos guerras”, un libro escrito en 1969 y publicado en España en 2005, llevaba casi dos décadas dormitando en una estantería sin que nadie se interesara por su palpitante tejido celular de palabras surgidas de la terrible historia española y europea de la que el autor fue protagonista. O víctima. ¿Pero quién fue Manuel Tagüeña Lacorte del que apenas nadie si recuerda algo de él? El general Vicente Rojo lo cita en su libro “Historia de la Guerra Civil española” como uno de los mandos intermedios que participó en la Batalla del Ebro. Preston también lo cita dos veces en su obra monumental “La Guerra Civil española”. Y poco más.
Sí, ManuelTagüeña fue un militar a su pesar que se vio envuelto en el torbellino de la historia cuanto todo apuntaba a que sería uno de los genios científicos más brillantes, alumno de Blas Cabrera, que alumbraría nuevos descubrimientos físicos de los que tanto necesitaba la sociedad española. Nace Tagüeña en Madrid en 1913, reside en la calle Huertas, 20, y con veinte años ya es licenciado en Física y Matemáticas y Premio Extraordinario por la Universidad Central. Toda una promesa para la Ciencia que el destino chungo, cruel y canalla se empeña en frustrar. Los tiempos revueltos de la II República, sobre todo los del Bienio Negro, le incitan a participar en algaradas estudiantiles y afiliarse a la FUE, un sindicato universitario dominado por los comunistas, pero en el que también se integraban falangistas en un revuelto ideológico sazonado por la pasión intelectual y el desenfreno pistolero. Su carrera como profesor de Enseñanza Media y sus estudios de doctorado se ven interrumpidos por el alzamiento militar africano de julio de 1936. Su vocación por el estudio queda relegada al mando de unos regimientos que tratarán de impedir el avance sobre Madrid de las tropas insurgentes en la Sierra del Guadarrama. Después, alcanzado el grado de teniente coronel, tomará parte en todas las batallas decisivas de la Guerra Civil: Guadalajara, Teruel, el Ebro, e incluso participará contra el coronel Segismundo Casado en la asonada final que este emprende contra la República en marzo de 1939. Tagüeña tendrá tiempo de refugiarse milagrosamente en Francia en abril de ese año.
Un road movie, así podría denominarse el periplo aventurero al que se ve obligado Tagüeña para salvar el pellejo tras la derrota en la Guerra Civil. Como mando intermedio poco relevante del Partido Comunista español y siguiendo las órdenes del Comité Central deambula por Francia con un pasaporte chileno facilitado por Neruda, entonces embajador de su país en las tierras galas, para viajar a París. También facilitó el poeta un automóvil a Carrillo para que se moviera parle hexagon. Tendrá que trasladarse a New York, acompañado de Irene Falcón, la secretaria de Pasionaria, que pernocta ahí, en New Jersey, en casa de Constancia de la Mora, la hermana roja de Marichu de la Mora, la novia adorada por Ridruejín. Sí, Dionisio. Y de ahí a los Países Bálticos hasta llegar a Moscú donde será destinado como instructor en la academia militar Frunze. Después, y durante los años sangrientos del estalinismo, su porvenir estará ligado a la diáspora surgida durante la tragedia de la 2ª Guerra Mundial. Será su Odisea personal en compañía de su “Penélope”, su mujer Carmen Parga: Polonia, Bielorrusia, Yugoslavia y Checoslovaquia. Con final feliz, después de muchas peleas y sobresaltos con el Comité Central, en México lindo y querido.
Más allá del itinerario viajero, aventurero y familiar de Tagüeña “Testimonio de dos guerras” es un análisis meticuloso de la situación mundial que se vivía bajo el terror del comunismo de Moscú y los crímenes contra la humanidad que el Kremlin cometía a diario sin el menor escrúpulo. Brutalidad genocida, purgas sobre toda la población y represión eran el sello manchado en sangre de Stalin. Empezando por los Brigadistas Internacionales voluntarios en la guerra de España, muchos, supervivientes tras dos guerras atroces, que fueron asesinados por el zar georgiano de todas las Rusias acusados de desviacionismo ideológico en 1949. Stalin, un monstruo capaz de enviar a millones de compatriotas a la muerte sin la menor compasión con tal de permanecer en el poder. Aquel exterminador que firmó con Hitler, el 23 de agosto de 1939, el pacto de alianza nazi-soviética Ribbentrop-Molotov para repartirse Polonia, hecho difícilmente comprendido entre los partidos comunistas satélites de Moscú, pero rápidamente “explicado” a la militancia por la intelingentzia de los politbureaux de la Komintern fieles a Moscú.
Cartel homenaje a las Brigadas Internacionales pintado en Northumberland Street, barrio catolico de Belfast, Irlanda del Norte.
Al llegar a Rusia y ver las terribles condiciones en las que vive el pueblo ruso Tagüeña coincide sin saberlo, y sin conocerlo jamás, con Dionisio Ridruejo (divisionario azul voluntario en ese tiempo con la Wehrmacht) en el escrutinio sobre la miseria y abandono que abunda en el paraíso soviético. Además, tiene que afrontar los recelos, sospechas, envidias y rencores entre todos los españoles que estaban en Rusia. Carrillo, Pasionaria, Francisco Antón, Líster, Fernando Claudín, Caridad Mercader, etc., etc., los dirigentes a los que conoce por su cargo. Y sobreponerse con inteligencia de físico a críticas y comentarios sobre el comunismo, a luchas intestinas entre ellos, a venganzas y a amenazas: Carrillo contra Jesús Monzón y León Trilla; todos contra Francisco Antón, el novio de Dolores; contra la fallida invasión para liberar a España de Franco entrando los guerrilleros comunistas por el Valle de Arán ordenada por Santiago en octubre de 1944; Modesto contra Líster, en medio del terror del Kremlin.
Y Tagüeña se sobresalta con las privaciones absolutas que padece la población civil a lo largo de sus viajes por el Asia oriental. «El pueblo soviético vivía sometido a las condiciones más miserables y privado de todos sus derechos». Y describe la inexistente seguridad ciudadana, incluso en Moscú: «Todo eran atracos robos y asesinatos terminada la guerra. Grupos de niños y jóvenes abandonados durante la contienda merodeaban por las ciudades y campos de Rusia convertidos en delincuentes y bandas criminales. Era más fácil vivir al margen de la ley que sometido a la dictadura soviética. El mercado negro de objetos robados en Alemania era algo habitual en la población para poder subsistir ante la falta de los recursos más elementales».
Y, ordenado por la jefatura es enviado a observar, que no espiar, ¿quién pudiera pensar una cosa semejante?, a la Yugoslavia del mariscal Tito. El líder unificador que arrejuntará bajo la bandera de la no alineación a serbios, croatas, macedonios, albaneses, eslovenos, montenegrinos, etc., enfrentados por décadas de odio y dispuestos a matarse mutuamente en cuanto tuvieran una oportunidad. El mariscal Tito, un verso suelto, casi un soneto, en el santoral comunista, que va a su rollo, sin respetar al Kremlin, condenado por traición al comunismo, y rápidamente aclamado como camarada tras la muerte de Stalin. Tagüeña anticipa en su relato la unión artificial que vive Yugoslavia bajo el mandato de Tito. Una simulación falsa de concordia que desaparecerá brutalmente en la guerra de los Balcanes 45 años después.
Y analiza Tagüeña el intento de adoctrinamiento ideológico entre la masa popular que emprende el Kremlin para que sea aceptado el comunismo como una extensión nueva del antiguo zarismo imperial. El ejército soviético adopta uniformes similares a los utilizados en tiempos de los zares. Y son Odessa, Jarkov, Donetz, la península de Crimea los mismos escenarios bélicos controlados por Moscú que ahora se repiten, dos generaciones después, bajo el terror de Putin. Vladimiro, el descendiente natural de Stalin en la perpetuación del horror.
Quizás sea su mente analítica de físico la que desmenuza con severidad y crítica serena el régimen comunista soviético durante la Guerra Fría. Un mundo dividido del que abomina Tagüeña, un idealista comprometido con el ser humano, una situación prebélica que estallará en la guerra de Corea. Su disidencia y visión del comunismo, del que siente aversión tras permanecer en el Partido durante más de veinte años, le inducen a pronosticar la guerra de Vietnam y la crisis de Oriente Próximo con dos lustros de adelanto.
La tensión narrativa literaria del libro avanza hasta alcanzar momentos de intriga estresante, casi desesperada, en su intento de abandonar Checoslovaquia. Los protagonistas, él y su familia, se encuentran en una situación límite acechados por la burocracia de los oficinistas del partido, jugándose su libertad por cualquier decisión arbitraria de los rehenes de Carrillo.
Manuel Tagüeña, luchador incansable y estudioso aplicado, acabaría la carrera de Medicina en Brno, Checoslovaquia, con 41 años. Regresó por un breve periodo de tiempo a España en 1960 para visitar a su madre gravemente enferma. Falleció en México en 1971.
El libro, 737 páginas, cuenta con un prólogo académico y esclarecedor de Gabriel Cardona, XXI páginas más. Incluye una extensa relación de notas biográficas sobre los personajes que aparecen en sus páginas, una cronología de hechos, un índice onomástico, más una relación de los gobiernos de la II República durante la Guerra Civil.
Apareció en España publicado por Planeta en 2005. Tal vez sea usted el cuarto lector que lo lea. Pero lo disfrutará.
Apenas si se conocía un cuadro de ella expuesto en el Museo Reina Sofía entre las pinturas de los artistas de vanguardia residentes en Madrid que sufrieron el sangriento estallido de la Guerra Civil: “Adán y Eva”. Un óleo en el que muestra su admiración por la pintura de Albert Durero componiendo de una forma muy personal, vestidos ambos, a las figuras de los primeros padres que el pintor renacentista alemán pintara desnudos, y del que imita su personal rúbrica. Por eso, contemplar su obra que ahora se muestra en el Museo Thyssen es una agradable sorpresa al descubrir la sensibilidad de una pintora rescatada del olvido.
Rosario de Velasco nació en Madrid en 1904. Marcada en su juventud por los tiempos convulsos que le tocó vivir se relacionó con el mundo intelectual, político y artístico de los años treinta. Fue discípula de Fernando Álvarez de Sotomayor, que fue director del Museo del Prado y tuvo que exiliarse a Francia al estallar el conflicto bélico. Reside en los cuarenta en Llavaneras, Barcelona, donde tal vez conociera a Dionisio Ridruejo y donde se dedicó de lleno a su arte, participa en varias exposiciones y concursos de pintura donde obtiene varios galardones, aunque sufre las limitaciones que la política y la sociedad de aquellos años imponía a las mujeres. Tiempos difíciles para el arte femenino. Aun así, tiene obra comprada por el estado francés expuesta en el Centre Pompidou, de París.
Adán y Eva
Recopilar sus obras dispersas y desconocidas fue el empeño de su nieta Toya Viudes, que valiéndose de las redes sociales lanzó una llamada de búsqueda para recabar el paradero errático de sus cuadros diseminados. Con éxito sorprendente. La exposición reune por primera vez telas propiedad de particulares que nunca supieron la trayectoria de la artista, ignorada para el gran público. Hay alguna obra con sabor quattrocentista que parece inspirarse en Boticelli, junto con cuadros de contenido costumbrista o propios del expresionismo que recuerdan a Gutiérrez Solana. O con elementos cubistas o prerrafaelistas propios de un realismo mágico llevado al lienzo. También se muestran dibujos e ilustraciones que realizó para obras literarias y novelas infantiles. Tuvo amistad con escritoras como María Teresa León, o con Pilar Primo de Rivera.
Rosario de Velasco falleció en Barcelona en 1991. Francisco Umbral le dedicó en 2003 un artículo en el que reflexionaba sobre la artista y su cuadro “Adán y Eva”: «…nos recuerda a Zurbarán por la fiebre humana y templada de la carne, por la majestad de los semblantes aldeanos del hombre y la mujer».
El panorama de su obra pictórica y de ilustración se podrá ver hasta el 15 de septiembre, una artista casi desconocida cuya obra suscita en los espectadores y la crítica admiración.
Ilustración para un libro infantil.Autorretrato de Rosario de Velasco. Un aspecto de la exposición.Un aspecto de la exposición.
Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes…
—Te parecerá una tontería, que tengo una fantasía desbordante, o que me paso tantas horas leyendo que a veces confundo la realidad con mis lecturas, con mis deseos, pero te aseguraría que, no he bebido ni fumado nada, que conste, que me ha parecido ver entre tanta gente que anda por la feria, entre tanto público, tanto mundo tan diverso y tan plural, un señor ya muy mayor pero muy garboso, que era, que era, sí, el príncipe de las letras castellanas.
Cola para una firma de autor.
—Sí, seguramente esté firmando sus poemas en alguna caseta —respondió socarrón Terry— Y si te acercas con uno de sus poemarios te lo firmará.
—¡Qué bobo eres! Ya sé que es imposible, que todo es soñar, que con los libros imagino lugares donde nunca he estado, que puedo recorrer el mundo sentada en mi biblioteca y charlar con cualquier personaje. Con Gabriel de Araceli, por ejemplo, enamorado durante diez Episodios de su Inés. O con Pepinho Carvallo mientras resolvía el asesinato en el Comité Central. O con el coronel Aureliano Buendía muchos años después de conocer el hielo. O arremeter a todo galope de Rocinante y embestir contra el primer gigante que se pusiera delante… todo es soñar.
Terry la miró con ojos compasivos. Siguieron paseando por la Feria del Libro. Había tanta gente que andar entre la multitud era difícil y ambos revoloteaban por las casetas repletas de volúmenes de todo tipo. El sol pegaba de lleno. En una esquina del Retiro, don Benito, postrado en el sillón que le esculpió Victorio Macho, parecía observar aquella muchedumbre con curiosidad, como si anotara en un cuadernillo apuntes para una nueva Fortunata. Un público juvenil aguardaba largas colas para conseguir el premio del autógrafo como si el autor novel se tratara de un ídolo del rock. Un poco más acá, dos adultos con ojos extáticos se derretían con la dedicatoria de un consagrado.
—Hay tanta oferta que no sé qué llevarme. Tal vez un libro de poesía. Este, sí. Azul.
El librero se lo entregó con amabilidad. Siempre hay un momento para leer a Darío, le dijo.
—Yo me conformo con observar a la gente a través de mi cámara. La cara de las personas es el mejor libro que puedas leer. Si las miras bien enseguida descubres si tienen alma de novela o de ensayo, si son tragedia o comedia, tal vez sean un soneto que les manda hacer Violante, o una crónica de sucesos aún sin resolver; si tienen final feliz o escarban por párrafos tenebrosos de existencias marchitas. La vida de las personas es como las narraciones, algunas están llenas de prosas superfluas y adjetivos innecesarios que sólo añaden confusión al lector, a su existencia. Otras, sin embargo, con pocas páginas han manuscrito una novela colosal.
Emilio Pascual, Ezequías Blanco y Pascual Izquierdo: los tres reyes magos de las letras.
—Yo aún soy romántica. Qué bonita aquella historia en la que Francisca Sánchez encontró al amor de su vida. Fíjate, en la Casa de Campo, una pobre mujer analfabeta. Y él apareció de repente, como saliendo de la nada. Y hasta el final de sus días le recordó, muchos años después de aquel encuentro accidental.
—Eso sólo pasa en las películas, o en las novelas rosa, ya no se llevan. Domina la actualidad informativa, el terror de la evidencia diaria, las guerras, los conflictos genocidas, el pueblo elegido contra el mundo. Putin contra Occidente. El amor es un bien escaso, una fantasía en vías de extinción.
Siguieron recorriendo las casetas, el asfalto escupía el calor sobre los visitantes. Terry retrataba a un famoso en una caseta atestada de libros, casi tantos como el público que aguardaba la firma. Carmelita se refugió en la sombra de un magnolio. Un señor mayor con un traje de otra época se le acercó.
—Perdone señorita, he visto el libro que lleva y me han asaltado los recuerdos, otros tiempos de mi vida en los que fui muy feliz cuando la conocí a ella, a Francisca. Su boca de fresa, sus besos de seda y cayena aún llenan mi corazón marchitado. Su andar ligero a mi lado avivaban mis carnes sedientas de pasión, todo era con ella azul y fuego, vértigo y precipicio. Después… después tuve que regresar a mi país y ya nunca la volví a ver. Sí, ya sé que siempre me guardó en su corazón, aún muchos años después, siempre me tuvo consigo a pesar de la distancia. ¿Quiere que se lo dedique?
—Pero usted es… sí, no puede ser, estoy soñando.
Dudaba si era el efecto del calor, el caso es que aquel caballero era igual que el retrato que aparecía en el interior de la solapa del libro. Y jamás tomaba ningún estimulante que le alterara la percepción de la realidad. ¿Sería o no sería él? Dudaba si fuera algún demente o enfermo que pretendiera algún acercamiento morboso a una chica sola. Pero algo, tal vez la sonrisa galante del caballero, le inclinó a entregarle el libro. Y él, con delicadeza, fueron apenas unos segundos, le escribió unas líneas con un lapicero de grafito y se mezcló entre la multitud de visitantes de la feria. Terry la encontró con cara de sorpresa, en tránsito, como si hubiera visto a un ángel bueno, tal vez a un querubín que escribiera poemas de amor o una canción desesperada.
—¿Estás bien? —le preguntó—, estás pálida, ¿qué te pasa?
—No sé, es el calor que me provoca fantasías. Me ha parecido que me hablaba un poeta. No sé, ha sido sólo un momento, pero… bueno, debería hacer como tú, leer más novelas negras y periódicos, las noticias de Internacional, guerras y catástrofes que asolan el mundo, la política, así no tendría sueños rosas.
Perdió la mirada entre la arboleda del Palacio de Cristal, donde unos novios se besaban. Y fue al abrir el libro que se encontró con unos renglones de letra redondilla bajo la foto de aquel hombre:
“Esta esencia sutil de azahar de versos que lleva el viento es para una gentil princesita tan bonita, Carmelita, tan bonita como tú. Rubén».
Fotos de Terry Mangino
Alex Grijelmo y Pedro Álvarez de Miranda (de la RAE, nada más y nada menos) durante el coloquio sobre «El deporte en la lengua». Chaval, hay que educar también el físico, no todo va a ser intelecto.Luis García Montero, te quiero, te quiero.La música es buena para el espíritu de las letras.Arsuaga, un homosapiens sapientísimo le explica la vida a un neandertal.El negro de Vargas Llosa viaja por los Andes.Héroes infantiles.Una sonrisa vale más que mil palabras.Rosa Montero trata como a reinas a todos los lectoresMonedero sobrevive al desastre.El éxito de ventas y la simpatía a veces están regañadas.Me paso el día bailando y los amigos mientras tanto no paran de leer.¡Ay que ver lo que lee la gente!
UN PERIÓDICO CIERRA y el ciudadano queda huérfano de información, del conocimiento de lo que el ejercicio del poder le oculta. Un periódico, la prensa, son los garantes de que los derechos y libertades públicos no sean asaltados por los que detentan la potestad del orden. Con la exposición escrita y contrastada de la actualidad y su divulgación entre los lectores los periódicos mantienen en jaque a los que pretenden trasgredir la convivencia o aprovecharse de los privilegios que les han sido transferidos por votación popular. Ya apenas si quedan periódicos impresos, parecen un recuerdo borroso de un pasado remoto, de otra época en la que eran consumidos con ansias de libertad. Ahora, una gran parte de la información queda en manos de pantallas digitales que emiten fragor ávidamente consumido por el ciudadano ignorante de la veracidad o falsedad de lo que lee. Un periódico es una garantía de libertad, un freno a los abusos de la autoridad y un soporte de la moderación. La Transición hacia la Democracia, en los años 70 tras la muerte del dictador, se vio reforzada, o ponderada, por la información que todos los días se hacía desde las páginas impresas de los diarios. La Democracia española le debe mucho a los periódicos. Las libertades públicas se ven amenazadas si no hay tribunas desde las que se muestre la cara de los responsables de su gobierno. Las noticias han dejado de ser noticia. El consumo invade la desinformación. No hay periódicos, sólo ruido.
El diario PUEBLO nació en 1940, durante la dura y hambrienta posguerra española salida de la tragedia nacional. Fue en los años 70 cuando alcanzó una gran difusión. El súbdito, entonces la palabra ciudadano no se usaba, desvelaba, o adivinaba en el juego dialéctico de sus páginas, las informaciones que los periodistas transmitían en lucha permanente contra la censura de la libertad de prensa de la Ley Fraga. En su sede de la calle Huertas, en Madrid, trabajaron grandes nombres del periodismo de aquel momento que fueron después plumas capitales para el desarrollo de la información y libertades que culminarían con una nueva Constitución, en 1978. Sería interminable citar a los periodistas que escribieron en las páginas de PUEBLO y contribuyeron a marcar los límites del poder y a inculcar entre los lectores una conciencia democrática. A veces la leyenda y aventuras que persigue a los periodistas que conformaron su redacción durante décadas pervive por encima de la relevancia que tuvieron informando a la sociedad.
PUEBLO pertenecía a la cadena de Medios de Comunicación Social del Estado. La aparición a mediados de los 70 de otros periódicos con un espíritu periodístico más innovador e incisivo en su relación con el Poder, como Diario16 o EL PAÍS, provocaron una fuga de lectores hacía las nuevas cabeceras. Era un público nuevo, un ciudadano más joven que devoraba otros titulares, otros contenidos, otras reivindicaciones que asentaran los nuevos tiempos que la sociedad reclamaba. El 28 de octubre de 1982 gana las elecciones por absoluta mayoría el PSOE. Las pérdidas económicas acumuladas por el periódico a lo largo de sus últimos años eran multimillonarias y el nuevo poder emanado de aquel plebiscito consideró una pesada carga el reflote del rotativo que ya había perdido su vigor y su liderazgo entre los lectores de periódicos. Javier Solana, ministro de Cultura en 1984, indicó a José Antonio Gurriarán, su último director, el cierre de PUEBLO. Queda en la memoria del lector el triste recuerdo de las linotipias abandonadas en la acera de la calle Huertas durante meses camino del chatarrero. Aquellas máquinas de información que habían imprimido la noticia diaria yacían ignoradas en la calle a la que habían alumbrado con sus noticias escritas. Era un presagio de que las libertades públicas se cercenaban. Se publicaron 13894 números a lo largo de sus cuarenta y cuatro años de existencia.
El jueves 17 de mayo de 1984 el diario vespertino PUEBLO salía a la calle por última vez.
Portada del nº 1 de PUEBLOEl asesinato de Kennedy conmovió al mundo, 22 de noviembre de 1963.El hombre llega a la Luna, 20 de julio de 1969.Franco ha muerto, 20 de noviembre de 1975.Golpe de estado fallido, 23 de febrero de 1981Victoria absoluta socialista, 28 de octubre de 1982.Última portada de PUEBLO, 17 de mayo de 1984.