Gabriel de Araceli. Fotos de Terry Mangino
«Johnny Walker, black lavel. A veces, Buchanan’s. Eso era lo que Neruda bebía. Yo no podía permitírmelo, no tenía plata. Me conformaba con red label —confiesa Jorge Edwards en la conferencia celebrada en la Fundación Juan March, en Madrid, el pasado 16 de noviembre—. Allí en Rangun, en Birmania, casi le mata a Neruda [Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, así se llamaba realmente] una amante despechada que descubrió que tenía esposa. ¡Con un cuchillo de cocina! Intentó asesinar a Neruda con un puñal enorme de rebanar yugulares a los puercos. Que fue a través de un mosquitero y en mitad de la noche que se deslizó la salomé en busca de la cabeza del bautista. Claro, Pablo huyó aterrorizado de aquella tigresa que horas antes lo había colmado de lascivia y de impudicia. Oh, Maligna, así empieza su poema “Tango del mundo” que le dedicó a la asesina. Y por eso fue que Neruda solicitó el traslado a Sri Lanca y acabó divorciándose de Maruca, su mujer holandesa, años más tarde. Pero dudo mucho que Neruda fuera un buen bailarín de tangos. ¡Era gordo!, flebítico, lento, un poco elefantino, muy divertido y tragón. Quería siempre que los amigos le contaran detalles de sus novias, cualquier detalle turbio de alcoba. ¡Qué curioso, qué malandrín»!

Jorge Edwards el pasado 16 de noviembre de 2018
»Recuerdo que cuando vi a Neruda por primera vez, sería sobre 1950, a mis dieciocho años, me presenté como el escritor más joven y más flaco de Chile. Iba vestido con una casaca de flores primaverales, no le tenía miedo al ridículo. Y Neruda me enseñó una fotografía en la que aparecía vestido con una capa negra.
—Yo a su edad iba vestido de murciélago —me dijo Pablo. En su casa de Isla Negra instaló un catalejo marino para observar el mar. Bueno, observaba a las bañistas de la playa, pero le podía el embrujo agitado del terrible océano Pacífico. El mar era su pasión, como las mujeres.
»Y después, cuando un tribunal francés prohibió la importación del cobre chileno, Neruda se fue a parlamentar con Pompidou, que para eso era el embajador en París [1971]. Y a Monsieur le Président de la Republique, que había sido profesor de español, le regaló un Quijote, puro realismo mágico. Y le dijo que si la France no importaba cobre le haría un flaco favor al pueblo chileno, que ya estaba amenazado de muerte por la Escuela de las Américas y el imperialismo yanqui. Y Georges Pompidou dijo que él no podía hacer nada, que había sido un tribunal francés, la soberanía del poder judicial, el que había dictado la sentencia. Y que Monsieur le Président no podía anular una decisión de la Justicia. Pero después la Republique Française compró el cobre chileno y fue un pequeño respiro para el gobierno del presidente Salvador Allende, que ya estaba sentenciado por los milicos y la CIA.
»No, no creo que Pinochet matara a Neruda. Por aquella época [septiembre de 1973], cuando el sanguinario golpe de estado Neruda tenía ya el cáncer prostático muy avanzado. Lo mató el cáncer. ¿Quién iba a matar a un hombre que ya estaba muriéndose? ¡Ay! Aquellos tiempos, aquellos amigos escritores. Todos eran como esponjas, se lo bebían todo: Vinicius de Moraes, Gil de Biedma, Carlos Barral. Donoso era el único que bebía agua y leche Una sociedad tan letrada como alcohólica.
Jorge Edwards tiene 87 años y habla plácidamente, intercalando silencios que hacen más expectante su discurso. Un viejo truco de cuentista. Lo que es Edwards, un cuentista, un narrador de tradición oral que va desgranando las perlas de sus recuerdos como píldoras de canela que aventara una guacamaya de plumas exóticas por las orejas de los oyentes. Diplomático, crítico literario, periodista, escritor, pasó por diversas cancillerías, por muchos países y diferentes épocas. No fue muy bien considerado por la Cuba del Comandante, que le tachó, al igual que la inteligentzia izquierdista europea de los 70, de disidente.
»Ese sistema político —el cubano— no era bueno para Chile, aquello era estalinismo tropical. Chile se estaba metiendo en un experimento peligroso, socialismo de daiquiris.
De su experiencia en La Habana parió “Persona non grata”, obra que le valió el distanciamiento de algunos integrantes del “boom” de la literatura hispanoamericano.
»El boom fueron gentes de escritura abundante y diferente y no siempre bien avenidos. Alejo Carpentier se peleó con Neruda, celos entre escritores. Neruda dijo de Carpentier que era el escritor más neutro que había leído. Así que Carpentier firmó una carta contra él y después no se saludaban en las recepciones diplomáticas. La literatura sirve para conversar y tomar buen vino mientras escuchas buena música, a Foret, a Debussy, a Ravel. Todos los del boom eran melómanos. Julio Cortázar decía que: “Edwards es un amigo al que no quiero ver”. Tampoco se siente muy próximo a Mario Vargas Llosa. «El mundo está lleno de escritores que quieren ser Vargas Llosa. Debería haber un uniforme Vargas Llosa» dice como si temiera meterse en un lío. Y de Gabo (García Márquez) cuenta que era un poco vanidoso, a veces un poco pesado, pero buen narrador oral.
»Lo que venía a decir en mi “Persona non grata” es que el rey andaba desnudo, pero todos le regalaban los oídos, refiriéndome a Castro, como el cuento del Conde Lucanor.
Los recuerdos de su vida, los personajes con los que se topó se abren torrencialmente en el relato oral de Jorge Edwards. Por sus memorias fecundas aparece un retablo de figuras antológicas de la literatura universal del siglo XX.
»Dar la lata es lo más peligroso en literatura. Por eso yo no escribo novelas largas. Soy un maestro de la casi-novela. Escribo para recuperar el tiempo, como Marcel Proust. Conocí a Albert Camus en Santiago, yo era entonces muy chico. Y al que quiero mucho es a Alfredo Bryce Echenique. Es el mayor bebedor de vodka con limón que hay en el mundo. Es distraído, es cómico, un bebedor gozoso. Si yo fuera católico rezaría por Bryce.
Educado en un colegio jesuita de curas vascos, Jorge Edwards es un amante de prosistas tan dispares como Unamuno o Azorín o Cervantes. «Cervantes es el primer autor de literatura fantástica. Adelantó al siglo XVII el realismo mágico. No hay más que leer el capítulo del Quijote de La Cueva de Montesinos. Está lleno de encantamientos y aventuras imposibles, de fantasías geniales, de locuras fabulosas.
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