Fotografías de Terry Mangino

      Los recovecos y rincones del Rastro madrileño son un escenario abierto al espectáculo de la vida los domingos por la mañana. Solo hay que asomarse al patio de la Ribera de Curtidores para contagiarse de la alegría de los actores anónimos que ocupan la escena callejera e interpretan su papel, protagonistas de sí mismos. Aunque el sol se haga el remolón y apriete el frío o la lluvia.  Si te gusta la función, aplaudes o dejas unas monedas. Si no, sigues caminando en busca de nuevas actuaciones. El observador atento ve pasar ante sus ojos todas las secuencias que conforman la existencia de sus semejantes: alegrías, anhelos, deseos, ansiedades, duelos, dramas. Son las historias que cada individuo lleva en su interior reflejadas en sus rostros. Solo es cuestión de mirar detrás de las máscaras. La calle, el mejor teatro del mundo.

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