Gabriel de Araceli

Millón y medio de ejemplares vendía cada domingo el diario de referencia de España. La Associated Press y Reuter abrieron despachos en Madrid para informar al mundo de la situación política que aquí se vivía. Los directores de los periódicos influían más en la opinión pública que los secretarios generales de los partidos políticos. Al del PC, un zorro rojo que usaba peluca, el súper-policía Roberto Conesa, alumno juvenil de la Gestapo y doctorado en la CIA y ayudado de su fiel escudero Billy el Niño, le confesó, tras su detención —un rato en la DGS, en la Puerta del Sol—, que le preocupaban más los desórdenes que causaran los Guerrilleros de Cristo Rey que las protestas de los peceros por su arresto. Isidoro insistía en que «¡Hay que ser sosialihta anteh que marxihta!». Una revista ilustrada se marcó un éxito jamás soñado en la prensa mostrando en portada los pechos de Marisol, millones y millones de ejemplares vendidos que excitaban la libido (qué es eso) de los españolitos sin cultura sexual. Y el Butano y los transistores eran los reyes de la noche, bien retransmitiendo en directo el golpe de estado de Tejero, bien arremetiendo contra Pablo, Pablito, Pablete, el presidente del furbo español, español, español, antiguo falangista de pro. Sí, el periodismo era el rey del mambo de la Transición democrática.

Rafael Alonso Solís en Valsaín, Sierra del Guadarrama, donde se refugia del asedio de las raposas. Photo by Terry Mangino.

 Así que no es raro que un joven Rafael Alonso —no, no tiene nada que ver con el recordado actor—, licenciado en Medicina y Cirugía por la Complu, doctorado por la Universidad de La Laguna y con postgrados en el Massachusetts Institute of Technology —donde conoció a Hildy Johnson, redactor jefe de Sucesos del The Examiner— se inclinara por la aventura de escribir antes que por la fisiología neuronal. Rafael hizo su entrada triunfal como plumilla con un reportaje informando de los efectos de la colza sobre las barriadas, unas cuartillas que se las quitó de las manos Interviú, y que publicó a doble página justo después de las fotos atrevidas que llenaban de gozo el corazón de los lectores masculinos. Aquello fue el comienzo de una gran carrera periodística que continuó con exclusivas en Triunfo, en Hermano Lobo, en D16, en Mundo Obrero, en Claves de la Razón Práctica, en El Jueves, incluso le llamaron de Miguel Yuste 40 para encargarle las páginas de investigación sobre la situación sanitaria de aquel bichito malvado que tenía nombre, pero aún no tenía apellidos.

Afortunadamente, Rafa Alonso recobró la lucidez, bien porque maduró, bien porque se cruzó en su camino una señora, Dulce, chicharrera experta en la razón de Descartes que le dijo: ¡Tú, pa mí! Y Rafa encaminó su devenir por los senderos de la ciencia, volvió a la universidad y a Cajal y enfocó su existencia en la enseñanza a las generaciones sucesivas interesadas en los secretos de la Fisiología. Y aunque nunca abandonó el vicio de publicar crónicas negras en periódicos y escribir novelas llenas de crímenes sangrientos, crónicas presocráticas, pensamientos kantianos y ensayos por peteneras fue su faro la transmisión de conocimientos a los jóvenes, y el estudio de la fisiología su preocupación primaria, por más que alguna linda raposa le devolviera al lado oscuro del crimen literario.

Así que no es de extrañar que a Rafael Alonso, catedrático de Fisiología y profesor emérito de la Universidad de La Laguna, la Asamblea General de la Sociedad Española de Ciencias Fisiológicas (SECF), en su sesión del mes de octubre, le haya concedido el Premio Nacional de Fisiología Antonio Gallego 2021.

Todos nos alegramos por este premio fisiológico y médico tan merecido a don Rafael Alonso Solís, aunque sabemos que guarda en la cintura una chaira para coadyuvar las acometidas que las zorras literarias y el periodismo inoculan en su ser de novelista.

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