Viene de: El amor en los tiempos del Virus
Gabriel de Araceli
EN ESTOS TIEMPOS DEL VIRUS me encanta cocinar. Mi hijo Andrés era muy chiquitín, le diagnosticaron apendicitis y tuvimos que salir pitando al hospital. Fue cosa de tres o cuatro días. Pero aquello me alteró mucho. Suspendí un parcial de Libertades Públicas. Bien suspendido porque me enrollé con cosas que mi profe no me preguntaba. Mi profe es una gran profesora. Había impartido clases en Harvard, allí, con un par. ¡En Harvard! ¡En Machachuches! Y no en un máster dominguero en Aravaca. Se llama Rosa María G y es profe en la Complu. Bueno, aprendí mucho de ella. Al final me calificó con notable, pero no me regaló nada, ¡eh!, que me lo tuve que currar estudiando. Tampoco tuve que pagar 25.000€ como en Aravaca para que me dieran un título universitario.
La convalecencia de Andrés fue muy bien. Como estábamos confinados veíamos todos los días el programa de la tele de Arguiñano. Arguiñano es muy divertido y muy simpático. Cuenta chistes muy malos, muy malos, siempre de vascos del mismo Bilbao, tan malos que te ríes. Un día se llevó al programa a un invitado que era marino. Pero marino de esos que dan la vuelta al mundo en solitario en un barquito de diez metros de eslora, a vela. ¡La vuelta al mundo tú solito! Ahí, ¡en una bañera!, que se dice pronto. Hay que echarle un par, como mi profe, para darse la vuelta al mundo navegando en solitario. El caso es que Arguiñano y el marino, que estaba de pinche, prepararon una sopa de ajos tiernos con no sé qué. Arguiñano es muy charlatán, habla por los codos y hace bromas y cuenta chistes de vascos brutotes y el pobre marino, quizás acostumbrado a la soledad y al silencio de su barquito no decía ni pío, calladito, calladito escuchando al cocinero. Ya se sabe que la sabiduría está en el silencio, también. El caso es que Arguiñano troceó con mimo los ajos tiernos, los pochó con aceite de oliva —¡virgen extra!—, les añadió unos torreznos y dos cosas más y el caldo salió estupendo. Se lo comieron con gula. Pero, ¡ay, amigo! Habían sobrado las raicillas de los ajitos tiernos y Arguiñano, como lo más natural del mundo, las tiró al cubo de la basura. Eran unas raicillas insignificantes y llenas de la tierra del huerto. Cuando el marino vio aquello las recuperó, las sacó del cubo, las envolvió en un papel y dijo: «Con esto me preparo yo en mi bañera una sopa para cenar». Sí, no está el mundo para desperdiciar nada. Ahora se cumplen cinco siglos de la primera vuelta al mundo que terminó Juan Sebastián Elcano con 18 marinos más en un barquito un poco más grande que una bañera. Elcano era de Guetaria, como Arguiñano, como el marino ese que recuperaba las raicillas de los ajetes.
Yo siempre vuelvo al redil de la lectura. Mi amigo Pascual, que es un filólogo muy letrado y grandísimo poeta, me lo dice: «Hay que leer a los clásicos, no tenemos tiempo para aventuras». Ni los poetas oscurantistas, ni los herrumbrosos, ni los novísimos, ni los babélicos. Don Benito, sus Episodios Nacionales, llevo leídos cinco en estos tiempos del virus. Bueno, alguno me dirá que soy un garbancero, pero cuanto más leo por ahí, más vuelvo por aquí, más amo a los clásicos. Si clásicos son MVM o don Gonzalo Torrente o Ferlosio. A mi amigo Alfredo no le gusta Ferlosio, bueno, no le gusta “El Jarama”. A mí me gusta Ferlosio y “El Jarama”. En la cuarentena los amigos te pasan libros digitales para que te entretengas. Mi amigo Emilio me ha pasado el “Electra”, de don Benito, claro. Mi amigo Simón y Cajal me ha pasado “Peñas Arriba”, de su paisano Pereda. Mi amigo Manolo P B me pasa un enlace para ver las portadas de los periódicos. Mi amigo Miguel G me pasa fotos de sus tiempos de reportero. Mis amigos Manolo y Miguel son grandes fotógrafos y periodistas y se llevan las manos a las barbas viendo el estado en que ha quedado el periodismo. Una pena. Las new fakes —qué coño es eso— y las tecnologías digitales han tirado al periodismo a la cloaca. Ganancia de incendiarios. En mi casa los vecinos ponen la música a todo volumen para olvidarse del confinamiento. Menos mal. ¡Ya la quitan! Hace poco veía desde la ventana cómo un borracho conocido, en un parque próximo, le agradecía a un anciano que hablara con él, como no hay ruido todo se oye: «¡Amigo!, gracias por charlar conmigo, qué mala es la soledad, aquí, solo, tirado en el banco, Umberto, sí, me llamo Umberto». El viejecito es el único vecino que habla con el borracho. Quizás por eso sale a la calle, como es viejecito los municipales no le interrogan. No tiene perro. El viejecito y el borracho se tienen entre ellos. Al final comparten un trago de vino peleón. Es bueno que los vecinos compartan un trago de vino pelón y hagan ruido. Y escuchar a lo lejos las sirenas de los policías a las ocho de la tarde y a la gente aplaudir en los balcones. Ves a los vecinos aplaudir con los bebés en brazos una ovación cerrada. Después todos se meten en casa y vuelve el silencio. Mi vecinita Carlota, debe tener dos añitos, es la reina de la casa. A sus papás los tiene locos. Los oigo a través de la pared, se desviven por Carlota. A mí también me da mucha alegría escuchar su vocecita infantil, parece un angelito. Creo que me voy a dar al pacharán para olvidarme del confinamiento, como el borracho del parque. Estoy en desventaja porque yo no tengo a mi lado al viejecito.
Merche ha preparado rabo de toro para zampar. Eso son palabras mayores, ni MVM preparaba esos manjares que se almorzaba Carvalho. Yo he almorzado como el marino, una sopita de ajetes. Andrés se recuperó del todo y seguimos viendo a Arguiñano. Me ha sobrado un escabeche de una conserva de mejillones que he comido durante la cuarentena. Estoy dudando entre un arroz con bacalao o añadirlo a unas aceitunas. Que alguien me diga qué hago con el escabeche sobrante. No quiero tirarlo a la basura.
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