Gabriel de Araceli

A sangre fría asesinó Pascuala Calonge a su marido, Valentín Lacarta, rico labrador, el 4 de enero de 1845, en Tardajos de Duero, un pueblecito de Soria. Contó con la ayuda de su criado y amante, José Díez Moreno. El 18 de abril de 1846 ambos, declarados culpables en sentencia firme por la Audiencia Provincial de Burgos, fueron ajusticiados a garrote vil en Soria capital. La criada Juana Yubero, que encubrió a los asesinos, fue condenada a seis años de galeras, prisión. La ejecución fue pública y contemplada por una multitud variopinta que asistió al espectáculo como si de una fiesta se tratara.

Los detalles de este crimen macabro y todas sus circunstancias han sido recogidos por Rosario Consuelo Gonzalo García, émula de Truman Capote y profesora de Lengua Española en la Universidad de Valladolid y doctora en Filología Hispánica por Salamanca, que ha removido archivos y bibliotecas con pasión de entomóloga hasta revelar todas las claves que coincidieron en tan horrible suceso. La asesina confesa, Pascuala Calonge, una mujer de gran belleza según relatan las crónicas de la época, le rebanó con un cuchillo de grandes dimensiones el pescuezo a su marido, con el que había concebido cinco hijos en los apenas nueve años que estuvieron casados. Ella se casó con veinte años y él con veintiséis, en segundas nupcias. Dos hijos supervivientes de corta edad (recuérdese que la mortalidad infantil era muy alta en aquellos tiempos) quedaron huérfanos tras la ejecución de la madre. El móvil del crimen fue el fracaso matrimonial y el obstáculo que el marido suponía para la relación pasional de los amantes. Pascuala aún no había cumplido los treinta años cuando fue ajusticiada. En su ejecución fue asistida en el patíbulo por los Hermanos de la Piedad, la orden religiosa encargada de aliviar los últimos momentos de los reos y procurar consuelo a sus almas, así como de darles cristiana sepultura en camposanto.

Rosario Consuelo González García, la autora de la investigación.

 

Fue aquel un período confuso en la historia de España. La reina niña, Isabel II, contaba catorce años de edad. Había subido al trono apenas un año antes y fue casada con dieciséis, apenas seis meses después de la ejecución de los asesinos de Tardajos, el 10 de octubre de 1846, con su primo Francisco de Asís de Borbón. A pesar de los rumores que consideran homosexual al rey consorte, el matrimonio real tuvo doce hijos. Uno de ellos fue Alfonso XII, aunque se atribuye la paternidad del futuro rey a un amante de la reina, el aristócrata y militar Enrique Puigmoltó y Mayans. En 1845 se aprueba una nueva Constitución, con pocos cambios sobre la de 1837. Y, poco después del ajusticiamiento de los condenados, se inicia la segunda Guerra Carlista, unas refriegas de montoneros asilvestrados, tres guerras, que se sucederán durante cuarenta y tres años y que marcarán la historia de España del siglo XIX de inestabilidades, quebrantos, ruinas, pronunciamientos cantonales, alzamientos militares y gobernantes corruptos. 

 Y es en ese contexto histórico y en el marco rural de una Castilla atrasada y cuasimedieval donde Pascuala Calonge comete su crimen. Los parricidios sobre las mujeres eran entonces, como ahora, mucho más frecuentes que sobre los hombres. La autora del estudio recoge en su peregrinaje por archivos diocesanos, civiles, judiciales y eclesiásticos, detalles exhaustivos de otros sucesos similares ocurridos a lo largo de siglos anteriores. El ajusticiamiento público pretendía un efecto ejemplarizante sobre la población, un aviso de cuál sería el castigo que sufriría aquel que infringiera la ley y cometiera crímenes mortales sobre sus semejantes. Terapia preventiva que nunca ha tenido efectos persuasivos sobre los homicidas y que, en la actualidad, ha quedado relegada en la filosofía jurídica constitucional. Ya se alzaban en aquella época alegatos contra la pena de muerte y más aún contra el ajusticiamiento público de los condenados, algo considerado inhumano y degradante contra la dignidad del individuo por Concepción Arenal, que así lo expresó en numerosos ensayos. O estudiado por Julio Caro Baroja en su extensa obra, que analiza la represión que sufrieron brujas y judíos ocultos para practicar su religión y ritos y no caer en las garras de la Inquisición. O en la parodia que treinta y cinco años antes de los sucesos, 1810, relata Leandro Fernández de Moratín en su novelita “Quema de brujas en Logroño”. Recoge también Rosario Consuelo, la autora, dos romances de cordel de la época en los que se cuenta con afán lucrativo el terrible suceso, algo parecido a los romances picarescos de ciego que se popularizarían desde “El lazarillo de Tormes” en el siglo XVI. 

Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán, Obra de Pedro Berruguete, 1491-1499. Museo del Prado.

Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán, 1491-1499. Museo del Prado. La hoguera. «Es un asunto muy delicado el de la pena capital, porque además del condenado juega el gusto de cada cual…» decía Javier Krahe .

Y es inevitable al sumergirse en la lectura del crimen de Pascuala recordar las películas contrarias a la pena capital que el cine español produjo durante el franquismo. Aquel manifiesto contra el brutal ajusticiamiento por garrote vil, “El verdugo”, de Berlanga y Azcona, que tanto indignó al general bajito cuando lo vio en su salita de cine privado del palacio de El Pardo. O la prohibida “Queridísimos verdugos”, de Basilio Martín Patino, que vio la luz en 1977.

En España, la pena capital fue abolida en 1995. El último ajusticiamiento por el procedimiento medieval del garrote vil en nuestro país sucedió en la prisión provincial de Barcelona, el 2 de marzo de 1974, sobre el reo Salvador Puig Antich tras ser declarado culpable, por un tribunal militar franquista, de la muerte del joven subinspector de policía Francisco Anguas Barragán. La muerte se lo llevó por delante tras dieciocho minutos de agonía. Tenía veinticinco años. Ese mismo día también fue ajusticiado en Tarragona Georg Michael Welze, alias Heinz Chez, un mendigo oligofrénico culpable de la muerte de un guardia civil. Aunque las últimas ejecuciones capitales en nuestro país se produjeron el 27 de septiembre de 1975, apenas dos meses antes de la muerte del dictador Franco. A pesar de la petición de clemencia del papa Pablo VI y de la protesta internacional promovida por el primer ministro sueco Olof Palme, cinco acusados de asesinatos y de pertener a ETA y al FRAP fueron fusilados en el acuartelamiento de Hoyo de Manzanares, en Barcelona y en Burgos. Los ejecutados contaban edades entre los 21 y los 33 años. Olof Palme fue asesinado en 1986, sin que el magnicidio fuera jamás esclarecido y sin culpables para la justicia sueca.

Curiosamente fue Francia el último estado democrático europeo que practicó una pena capital. Fue el 10 de septiembre de 1977, sobre el reo Hamida Djandoubi, que secuestró, torturó y mató a una mujer. Monsieur le President, Valéry Giscard d’Estaing, desestimó el indulto y la guillotina rebanó implacable la cabeza del asesino, mucho mejor que el cuchillo de matarife de Pascuala.

El garrote vil. Ramón Casas, 1894. Museo Reina Sofía

                         El garrote vil. Ramón Casas, 1895. Museo Reina Sofía.

Pascuala Calonge, la reina de Tardajos, tuvo poco tiempo para disfrutar de su trono. Algo parecido a “La Envenenadora de Valencia”, Pilar Prades Expósito, una mujer semianalfabeta tristemente célebre por asesinar, entre 1954 y 1956 a dos mujeres de las que elucubraba apoderarse de su bienestar y sustituir la miseria en la que había nacido por un poco del confort de sus víctimas. El verdugo de Pilar, ajusticiada con treinta y uno años, fue Antonio López Sierra, que también lo fue de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, El Jarabo. López Sierra fue uno de los tristes protagonistas de la película de Martín Patino citada anteriormente.

El nombre del verdugo de Pascuala y todo lo que aconteció el día de su ajusticiamiento está relatado por Rosario Consuelo en su investigación de los hechos, tan completa como amena de leer.

CRIMEN Y CASTIGO DE LA REINA DE TARDAJOS, ha sido editada por OPORTET Editores.


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