Agustina de Champourcín

Pequeñajos, malencarados y poco hábiles para el amor, para el placer venereo, para el bien: Napoleón, Stalin, Paca la culona, Hitler, Mao Tse Tung, Alí Jamenei, el ogro de Exteriores ruso, macabro Putin… Quizás por eso necesitan demostrarse a sí mismos que son líderes en algo y asesinan semejantes y llenan de cadáveres, destrucción, miseria y muerte sus actos amparándose en la gracia de dios, pour la liberté, en razones de Estado o en la superioridad de sus países. O quizás sea por una cuestión de autoestima, de vanidad, de frustración sexual, de ego deficiente. Un genocida sanguinario, un macho alfa, se ha cargado cientos de miles de muertos a su chepa sin el más mínimo reproche, sin ningún escrúpulo, sin la menor duda sobre la bondad de su gesta, sin contrición alguna. Una guerra cruenta ha conmocionado a un planeta al que ya casi nada le conmueve. El monstruo que vino del frío ha extendido la hecatombe por el orbe y se muestra altivo y orgulloso de su macabro crimen de lesa humanidad. Cada día el espectador contempla los informativos con angustia creciente: cuerpos desgarrados, guerra, subida del precio de los alimentos, de la gasolina, inflación galopante, destrucción de la sanidad pública, vocerío fascista, bronca parlamentaria… Acostumbrado al horror que vierten los telediarios el ciudadano de occidente ve desmoronarse su estado de bienestar y barrunta frente al televisor si será esa batalla la última noticia de la existencia humana, si estará próximo un final neutrónico patrocinado por locos dirigentes ensoberbecidos por la sangre que vierten. Sólo se arrima a la esperanza de que los tiros no se acerquen por su barrio.

La inocencia aún existe. Lejos del horror siberiano, por las calles de Madrid, unas mujeres jóvenes vestidas de blanco, casi niñas, aún creen en el amor y disfrutan exhibiendo su alegría danzando a brincos trepidantes con Vivaldi y el flamenco. Divina juventud, bailan con la sonrisa en los labios, ajenas al terror homicida del Kremlin, lejos de la desgracia que se cierne al otro lado del hemisferio. Y contagian su ingenuidad al espectador. Se ponen el mundo por montera, con alegría infantil para mitigar el año horrible y llevan por unos segundos la sonrisa a los gestos agotados del sufrido ciudadano. Una esperanza.


Fotos de Terry Mangino tomadas a lo largo de 2022 en Madrid


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