Agustina de Champourcín

SABER O NO SABER. Inclinarse por el conocimiento del mundo febril o recluirse en la felicidad de la ignorancia. Explorar los vericuetos procelosos de lo desconocido o vivir en la seguridad de un palacio de oro y marfil. Es la duda existencial que atormenta al descontento protagonista de “La historia de Rásselas príncipe de Abisinia”, novela de Samuel Johnson publicada en 1759. Un libro filosófico de viajes imbuido de humanismo racionalista cuyos héroes, los príncipes Rásselas y Nekayah, emprenden por el valle del Nilo y sus hipopótamos, sus cocodrilos y sus crecidas, por El Cairo, por el valle de las pirámides, por los restos del imperio otomano, Assuan, Nubia, por el desierto arábigo con sus ermitaños apesadumbrados, con sus jeques codiciosos poseedores de serrallos fabulosos, con sus astrónomos estrellados y a la vez juiciosos. Todo ello con el afán de descubrir el sentimiento humano. Un camino de perfección, una guía espiritual para desentrañar los enigmas que arrebatan el pensamiento del príncipe en su afán de penetrar en el alma ignota del hombre. Siempre bajo el consejo de Imlac, el preceptor que, como un Williams de Baskerville, servirá de guía al heredero del trono en su recorrido iniciático: Rásselas, un Adso de Melk del Siglo de las Luces que quiere conocer.

El autor, el inglés Samuel Johnson (1709-1784. No, no tiene parentesco alguno con el expremier british del flequillo electrizado), fue contemporáneo de Rousseau y de Voltaire. Rásselas se publicó en la misma fecha que “Candide”, la guía espiritual del “ginebrino”. Posterior a John Milton (el hacedor de “El Paraíso perdido”) al que rinde homenaje como poeta, Johnson vive plenamente el despertar del pensamiento y la Ilustración en el siglo XVIII. La razón se impone sobre la fe y las ciencias empíricas y el cultivo de la inteligencia renacen ahuyentando la superstición. Un momento histórico en el que la humanidad da un paso de gigante. Johnson fue un poeta, ensayista, astrónomo, filólogo y lexicógrafo cuya obra tendrá un peso notable en los autores ingleses posteriores. Su Rásselas es un compendio de acertados juicios sobre los hábitos que mueven a la sociedad. El libro entero es un brillante y cuidado ejercicio de prosa y un caudal enorme de proposiciones intelectuales que abren a la inteligencia a los más recios yunques de la sinrazón. Y es sorprendente la exactitud de datos geográficos del Nilo profundo desconocidos para Johnson, y las precisiones espaciales que describe en sus descripciones, así como el relato acertado de esos lugares lejanos del África inexplorada, de las magnitudes del planeta, de las costumbres de países y paisajes, de las gentes que los habitan que el autor nunca había visitado y que sólo conocía por la lectura de tratados de otros viajeros. Rásselas coincide con la génesis de la Enciclopedia patrocinada por Diderot y D’Alembert, la obra que iluminaría las conciencias europeas.

Detalle de El Jardín de las delicias. 1500-1505. Ieronimus Bosch, El Bosco. Museo del Prado.

Y es un acicate para inflamar de dudas los comportamientos sociales del momento y promover la crítica y el estudio contra las costumbres y supercherías alojadas en las brumas de los cerebros. “El pensamiento se extravía fácilmente desde los dedos”. O “nada se intentará nunca si todas las objeciones posibles tienen que resolverse de antemano”. O “el presente es siempre una situación incómoda a causa de la ansiedad que producen el miedo y la esperanza de lo que pueda deparar el futuro”. O “el problema del hombre es la imaginación sobre la razón, cree que la felicidad existe en aquello que todavía no conoce”. Son frases que el maestro Imlac somete al escrutinio de Rásselas. Y que producen en el joven príncipe el deseo imperioso de conocer mundo, de entrometerse en el frenesí del jardín de las delicias y empaparse del riesgo de la vida a pesar del incierto desenlace que le pueda deparar su curiosidad.

Imlac cuenta con la ayuda de Pekuah, una asistente, o privada, de la princesa Nekayah, que ofrecerá a su dueña una visión femenina ante problemas que atañen a la mujer. Como el trato que el islamismo les da, de absoluta actualidad en el caso de Irán ahora: Así, dice refiriéndose al jeque que la secuestró para cobrar por ella un posterior rescate: “Lo que él daba y ellas recibían como amor [las mujeres de su harén] era únicamente despreocupado reparto de tiempo inútil, o sea, el amor que un hombre puede deparar a lo que desprecia, el amor que no conlleva ni esperanza ni temor, ni alegría ni tristeza”. De esas pláticas a la sombra de las pirámides se reflexiona también sobre la conveniencia de instituciones sociales como el matrimonio o, por el contrario, el celibato. O sobre la naturaleza y prácticas espurias de los gobernadores sobre los gobernados. O se hacen mofas de los discursos incomprensibles plagados de culturalismos sin sentido que desde los púlpitos de la Filosofía se lanzan al desprevenido oyente. Todo ello para someter a examen la vida humana en su lucha por conseguir el bienestar.

«El ángel caído», obra de Ricardo Bellver, 1878, inspirada en «El paraíso perdido», poema de John Milton.

Los protagonistas adoptarán tras la extensa experiencia mundana diversas posturas. Sólo desvelamos el que siguió Pekuah, la dama de honor de la princesa, que quizás influida por la perfección carmelita del camino, acabe ingresando en el convento copto de san Antonio situado en el desierto de Suez. El resto es tarea que debe revelar el lector.

La traducción, el prólogo y notas complementarias son obra de Pollux Hernúñez, traductor también de “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift (Colección Tus Libros. Anaya); o de “La isla del Tesoro”, de Robert L. Stevenson (Ediciones Reino de Cordelia). Y es así mismo reseñable el trabajo de edición realizado por “Ediciones del Viento” para lograr una obra fácil de leer incluso para los que practican sólo la única lectura compulsiva de aparatos fono-inteligentes (?) en los vagones del metro. Sí, a veces se ven lectores de libros en la línea 1 del metro de Madrid, entre Sol y Atocha.

“La ignorancia es pura indigencia, un vacío en el que el alma se encuentra inmóvil y aletargada por falta de alicientes”. “El esfuerzo de discurrir es demasiado enérgico para que dure mucho”. “Me parece que mientras os ocupáis en elegir cómo vivir estáis dejando de vivir”, frase que Rásselas pronuncia al final de su perspicaz viaje. Que algunos recuerdan traducidas a la actualidad con otra atribuida a John Lennon: “El futuro y los planes que haces para disfrutarlo son sólo el tiempo en que vives mientras piensas en ello”.

Así que no queda otro remedio que el “Carpe Diem, la participación en el orden natural y el rechazo a toda ambición”. Vive al día, chaval, disfruta de la brisa de la mañana, del beso de tu amado y de los colores de la puesta del sol antes de que un Putin, un político fascista o un cripto-estafador de monedas te joda la existencia.


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