Agustina de Champourcín
La frutera de Villarcayo tiene un culo poderoso que atrae la mirada del forastero. «A dos cincuenta las manzanas de Caderechas, igual que las reinetas, a uno ochenta las mandarinas, a dos veinte las naranjas y a dos diez los plátanos. Llévese las de Caderechas que son de productor». Y reta con la mirada al forastero que anda perdido por su escote. La frutera de Villarcayo tiene ojos grandes sombreados de rímel y juega con su melena negra y sus dientes blancos. Se da un aire a estanquera de Fellini, pero es más guapa de boca y más fina de pecho, que mueve como un hechizo. «Póngame dos kilos de cada» dice el forastero.

Valle de Manzanedo
Villarcayo es un pueblo de calles saturadas de automóviles y viviendas feas de barriada suburbial. La clase obrera zampa en el Casino, un bar proletario. Anarquía de los coches ocupando cualquier lugar de la plaza. La tarde del viernes el pijerío impostado ocupa las mesas de la plaza mayor. Doña Mari Carmen y Estefanía, su hija, idénticas ambas de rubio, de gafas, de blusa, de collar, de carmín se toman una cocacola en el Manduca. No hay servicio de terraza, advierte un cartel. «Hija, por dios, deja ya el móvil y escúchame. Te escucho, mamá», dice Estefanía sin dejar de mirar la pantalla. El forastero no consigue mesa vacía y deja un momento los diez kilos de fruta en el suelo. Le duelen los riñones. Doña Mari Carmen lo examina condescendiente.
Las Merindades corona el norte de Burgos vecino de Vizcaya. En los años de plomo los vascos buenos se extendieron por la comarca huyendo de los malos y ahora deambulan por Medina de Pomar, la hora del chiquito, como si estuvieran por San Mamés comiendo pinchos de merluza o bacalao y vainas con jamón. «Cómo pues, ¿que no tenéis chacolí?, pues unos potes de ribera» dice el vasco bueno mirándole el culo a la camarera, una chica muy mona que es de Medellín, Colombia. Medina de Pomar tiene una calle y una plaza mayor donde los medinenses exhiben, arriba y abajo, abajo y arriba, su alcurnia social y su bolsa repleta de euros. En la Plaza Mayor hay un montón de niños que juegan al fútbol con camisetas del Athletic. Unas torres excesivas recuerdan el poderío histórico de los Velascos, condestables de Castilla y enemigos de los Salazar, la otra dinastía, el otro blasón regional. En torno a las torres se organizó el núcleo urbanístico de la villa, amurallada y alzada sobre la defensa natural del río Trueba. Es como un vade retro contra la olvidadiza memoria de los tiempos. El que tuvo retuvo, quiere decir.

Calle Mayor de Medina de Pomar
Visita prevenida merece el monasterio de clarisas, extramuros de Medina. Lo mejor, el pudridero. Umbría, recogimiento y temor invaden al viajero cuando contempla el cristo yacente de Gregorio Fernández, de 1623, cadavérica imagen sangrante tumbada sobre una mesa de autopsias, el cuerpo exánime del martirizado provoca miedo y desazón en el ánimo del espectador. Reinado de Felipe IV, en plena Contrarreforma, las guerras de religión, la de los Cien Años llevaba ya ochenta. La Iglesia imponía la iconografía del terror, de la muerte como doctrina preventiva contra el luteranismo. Unos angelotes desnuditos añaden más turbación a la morgue monacal. Su desnudez ambigua provoca inquietud y recelo. Salimos acongojados. Fuera del claustro se respira mejor, la razón ventila los capilares de la conciencia y les sacude de la esclavitud de la fe.
Las Merindades y la soledad. Wilfred Wagner es un alemán que vino de Stuttgart y se quedó en Ailanes de Zamanzas, donde habitan cinco vecinos en invierno. Wilfred se acompaña de un mastín en sus paseos en busca de setas. El mastín es un perrazo enorme que suelta unas cagadas como la boina grande de un vasco grande. Hay ovejas y cabras diseminadas por los prados que miran, curiosas, al viajero. Una de las comunidades más antiguas de la historia del hombre es la formada por un pastor, un mastín y un lobo, los tres girando alrededor de un rebaño. Wilfred sonríe y asiente y acaricia a su mastín gigante. Nunca ha visto un lobo en el valle de Zamanzas, aunque haberlos los hay.

Wilfred Wagner y su mastín leonés.
Juana salió para Wolfsburg, Alemania, con 18 años y estuvo hasta los 52. Allí conoció y se casó con uno de San Miguel de Cornezuelo, soldador en la Volkswagen. Se volvieron hace treinta y compraron en subasta la casa parroquial. Entonces había cuarenta y seis curas en la comarca a los que atendía una doncella. «La criada trabajaba mucho», explica Juana entre risas. Quedó viuda porque tanta soldadura a su marido le devoró los pulmones. Es una mujer recia y galana. Tiene ya seis bisnietos. Su pronunciación sonora llena de música el presbiterio de la iglesia de San Miguel Apóstol. Uno se quedaría escuchándola toda la mañana. ¡Juana, qué bien pronuncia usted el castellano! Y ella se ríe cómplice.
Luis Markina y Emi viven en Gallejones. Han sido ciclistas viajeros y han recorrido decenas de países. En su pueblo son cinco habitantes que apenas si se ven. En verano llegan a veinte. «Somos dos vecinos y sobra uno», suelta en broma Luis rememorando al señor Cayo, de Delibes, vecino ilustre y también ciclista enamorado. En 2017 Luis y Emi construyeron el “bibliotejo”, una biblioteca en el interior de un autobús que antes llevaba al viajero a El Corte Inglés. Ahora, varado entre manzanos y tejos, el autobús lleva a la lectura de viajes y de novelas variadas al que quiera subirse a él. No hay que pagar billete. El libro te acerca gratis a todos los rincones del mundo.

Luis Markina y Emi en el bibliotejo que surte de libros a seis pueblos. Luis abastece las baterías del autobús pedaleando.
Son tres los protagonistas de Las Merindades: la soledad, el silencio y las estrellas. Soledad como refugio elegido por muchos que huyen del mundanal ruido. Se ha puesto de moda el lugar y a él acuden desertores del asfalto. Una soledad pétrea tallada en la roca como la que habita en el eremitorio de San Pedro de Argés, en el valle del Manzanedo. O como la soledad que se derrama por las ruinas del monasterio de Santa María de Rioseco, en lenta y costosa reconstrucción donde la piedra derrumbada por los claustros invade de melancolía el espíritu del viajero. Soledad en la quietud de las iglesias románicas de Cornezuelos y de Crespos. Ahí los canteros del siglo XII se recrearon en la talla de figuras obscenas en sus canecillos. ¡Hala, todos al fornicio! Una burla contra los severos clérigos y un remedio medieval para curar el despoblamiento perenne del alfoz burgalés e incitar, además, a la lujuria, auto-consuelo pobre y vicioso para las almas sin compañía.

Alegrías en los canecillos de la iglesia de San Miguel de Cornezuelo
El silencio suena como lienzo alto de espadaña, que rompe, apenas un instante, una campana perdida. El silencio atruena los oídos del curioso urbanita y le ensordece, silencio de pasos ausentes en la inmensidad de un claustro abandonado. Silencio en las calles vacías de las aldeas: Incinillas, Arreba, Artieta, Soncillos, Bisjueces, Miñón, Villalaín, La Floresta de Villarias, Villanueva de Rampalay… Silencio roto por un mastín que presiente al lobo, ¡guaooo!, por una esquila que cuelga del cuello una ternera. Silencio en las lápidas que recuerdan la memoria de un caballero: AQUI FALLECIO EN SERVICIO DEL REI EL CAPITAN DON JOSEPH BALENTIN DE AGANZA AÑO DE 1735 (el rey era Felipe V, el melancólico). Silencio en la noche estrellada. Cielo negro salpicado de vías lácteas y fugaces resplandores. Oscuridad del tiempo perpetuo y detenido en la eternidad de un instante. “HOY YO, MAÑANA TU”, reza el frontal de granito de entrada al CEMENTERIO MUNICIPAL, 1913, de Gallejones, cinco habitantes en el invierno.

A veces me florece un tiempo nuevo, un ala matinal sobre la frente, una esperanza candorosa y fértil que me aclara y rehace. Quiero entonces Oñar, junto al peligro, una vida infantil, alta y ligera, fundada, mía, libre y voluntaria, que no herede mi peso. Un tiempo que no yerre su camino presentido por una adolescencia al tiempo soñadora y precavida, anhelosa y certera. ¿Otra vez empezar? Dulce es la tierra. ¿Quién quiso ahorrarse la promesa vana, a la luz ciega ya, entenebrecida del humano escarmiento?... Otra vez empezar, seguir naciendo. Otra vez manantial, no curso henchido. Otra vez eligiendo la rivera y las flores amadas. Pero soy porvenir de mi costumbre, inacabado afán, irrefrenable suceder de las cosas, de los sueños que son raíces y que esperan ramas. ¿Y cómo desasir el alma, el tiempo que salta por mis venas, de su lecho? ¿Cómo apartar los ojos de los ojos que tienen mi figura? …/… Lea el poema entero en Canto Secreto De Cuadernos de Rusia (1941-1942). Dionisio Ridruejo
Fotos de Terry Mangino

















