Rafael Alonso Solís

En 1977, con prólogo de Francisco Umbral, se publicó el libro Figuras de la Fiesta Nacional, recopilación de la serie de artículos que, con ese título, había publicado en Diario 16 el gran Cuco Cerecedo, y que no pudo ver en ese formato al fallecer en septiembre del mismo año. Sirva esta columna para hacerle un pequeño homenaje, en el año en que podría haber celebrado su 80 cumpleaños, iniciando un apartado en Por Peteneras que se inspira en su brillante hallazgo periodístico y literario.

En uno de los momentos cumbres de su producción intelectual, José María Aznar –a la sazón ex presidente del gobierno de España, algo después de la etapa gloriosa en que hacía bolos con otros líderes del ramo y contribuía al descubrimiento de los lugares donde se ocultaban armas de destrucción masiva– expresó, con su finura característica y un punto de matonismo castizo, uno de los principios inequívocos del neoliberalismo: “las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber, déjame que las beba tranquilo”. Con aquella presunción, típica de la chulería y el lirismo intrínsecos de su formación pilarista, Aznar pretendía mostrarse como un bebedor de fuste, que lo aguantaba todo y no precisaba controles. La realidad es que, en algún momento de mayor humildad, ya había confesado en cierta ocasión que, durante su adolescencia, se tomó unas cañas con los amigos que le turbaron los pensamientos y aparcó ese vicio para siempre. Los aznarianos y aznarianas de pata negra son gente de estudios ralos y adquiridos con prisas, a través de títulos propios en universidades privadas o en la delegación que Harvard tiene en Aravaca, como es el caso de su actual líder. Algunas veces se foguean en los ayuntamientos y diputaciones, donde la cercanía con el personal les permite desarrollar sus habilidades como monologuistas, si bien se trata de una rama venida a menos, a pesar de tener reconocida la autoría de un plan para que los alcaldes sean los propios vecinos, eligiéndose a sí mismos como quintaesencia de la democracia popular, que no ha sido ejecutado hasta el momento. Los más próximos al círculo originario hacen prácticas bajo su regazo y ejercitan sus habilidades llevando las relaciones sociales de las mascotas, y cosas así. Es esta facción una de las más populares entre el gentío que ocupa los barrios altos, en los que se valora mucho su capacidad para montar y desmontar hospitales en tiempos de pandemia, donde alojan a los casos de patología de pasillo, y hasta los construyen sin personal de forma milagrosa, mediante el truco de los panes y los peces, muy conocido desde la antigüedad. La especialización constructora de escasa funcionalidad suele ser un factor común, y a veces se extiende a aeropuertos sin aviones o espacios culturales de poco uso, con lo que se consigue que duren más tiempo. Y si ya el fundador se mostró capaz de hallar armas de destrucción masiva donde otros no las encontraban, algún destacado analista de provincias ha llamado recientemente la atención acerca de la impregnación maoista de ciertos virus, como evidencia de que la biología acaba por tener sesgo, incluso hasta esos niveles minúsculos. Una característica de la mecánica aznariana es su carácter pendular, ya que se pasan la vida viajando al centro de las ideologías, siempre desde el mismo lado, lo que lleva a pensar que, en el fondo, permanecen en el mismo sitio: exactamente en esa región en que usted está pensando, bastante más a la derecha de lo que presumen.

(Photo by Terry Mangino)