Resumen de lo publicado: Ángel Cabrera Latorre fue un eminente zoólogo y paleontólogo que vivió en un convulso momento de la historia, durante la primera mitad del siglo XX. Y en dos mundos, España y Argentina, en los que brilló por su ciencia y por su humanidad. La doctora Julieta Grecó viene de La Plata a conocer el Madrid que vivió Cabrera en su juventud.
Ángel Aguado López
Sacrificium. La ternura, la inocencia, el carnero amarrado en un ovillo sobre el que planea la guadaña, tan dulce él y tan mortal ella, dispuesto para aplacar las furias caprichosas de los dioses. Silencio. Vellones aguardando la cuchillada del matarife, las erinias rencorosas que claman venganza por los pecados de los hombres. La fragilidad del corderito, naturaleza muerta aún viva, indefenso, sangre fácil. Agnus Dei, 1634, Zurbarán. Julieta observa este cuadro conmovida en un suspiro, esperanzada en que tal vez el cordero no sea degollado y bale de nuevo por las verdes praderas. Julieta se emociona ante esa belleza que antecede a la muerte. Zurbarán pintó al menos cinco de estos bodegones tan vivos antes del sacrificio. Seguramente también Ángel Cabrera se emocionaría ante el cuadro en sus visitas de joven al Prado. Son representaciones tan realistas que el espectador presiente la tragedia angustiado, deseando tal vez que la cuchilla yerre el tajo y no tiña de sangre el vellón inmaculado. Pero es inevitable que muera. La muerte y la doncella. Adán y Eva. Durero pintó las dos tablas tras regresar de Italia. «Albert Dürer Almanus / Faciebat post virginis / Partum 1507 A.D.» [Durero lo hizo en el año 1507 después del parto de la virgen] firma Durero en un papelito bajo la mano de Eva. Restauradas desprenden una luminosidad espléndida, porque solo los amantes saben iluminarse con el resplandor del amor. La belleza gigante de Adán, su cuerpo desnudo, su pecho hercúleo, campo de plata y rosa para el amor desbocado, su virilidad escondida que anticipa el pecado, su boca abierta que busca el beso, cabellera al viento, vellocino de oro que ignora también el sacrificio, la renuncia a la sabiduría eterna a cambio del amor efímero de Eva, virginal e infernal, sus ojos deseosos de los ojos de Adán.
Durero, minucioso en las manos arrebatadas del hombre, presas como caricias en el cuerpo amado, sortijas en el pubis. Y Julieta se exalta con tanta belleza, con tanta carnalidad, porque Adán reclama el beso y ella se siente Eva generosa, quiere entregarse al amor de esas formas gentiles, sus labios anhelantes de otros labios. En el beso se encierra la perpetuidad del amor, la ambrosía destilada de los poros del amado. Y la serpiente enroscada en la umbría acecha para inocular su veneno aciago. ¿Qué es sino el pecado la juventud sublime? Un muro de japos se arremolina bajo los cuadros, disciplinados siguen al guía sin rechistar, apenas unos segundos interrumpiendo el amor desnudo de Adán y Eva. Y emprenden el paso en busca de otros cuadros a los que dispensar la misma indiferencia del turista presuroso. Queda libre Adán y sin ser visto dirige a Julieta una mueca, o es un reclamo, ven, acércate y dame con tu soplo la vida para vivirla junto a ti. Y Eva, hembra celosa, recrimina con sus ojos negros al galán y a la mortal entrometida que asalta sus cielos. Y Julieta se enfrenta a Eva y le requiere a Adán sus gracias amorosas porque se ha emponzoñado de su néctar y quiere más y más.
«Ven Julieta, ven Julieta, ven a mí» oye Julieta de los labios de Adán y allá va Julieta, sumisa al reclamo. «Julieta, Julieta, Julieta…»
–Julieta, ¿te encuentras bien?
Y Julieta despierta del ensueño insuflado por Durero y recupera la realidad y responde a Simón que sí se encuentra bien y le sonríe. Y mira de reojo a Adán y a Eva que están allí arriba, desnudos en sus tablas, y sale de su asombro, de su rubor adolescente, de su deseo oculto. Y vuelve a la realidad, al museo, a los óleos galantes, a la vida entre los turistas presurosos y a la sonrisa de Simón, que la contempla preocupado.
–Los Tizianos que Velázquez trajo de Italia para Felipe IV, para el placer de su majestad. Danae recibiendo la lluvia de oro. A punto estuvo de ser quemado este cuadro por la Inquisición. Si se salvó fue porque era propiedad del rey y tan alto no apuntaba el Santo Oficio, porque ganas no faltaban en aquellos tiempos de oscurantismo y censura de acabar con cualquier obra que mostrara un cuerpo desnudo –dice Simón con cierta cautela examinando de reojo el rostro traspuesto de Julieta, ¿se encontrará bien?, prosigue–. Danae se entrega al placer y recibe la semilla de Júpiter en forma de lluvia de oro, el erotismo del cuadro es excepcional, Danae incluso se abre las piernas para que el fruto de Júpiter ahonde bien en su interior. El perrito añade un punto más de lujuria a un cuadro ya de por sí muy tórrido.
Y observa de nuevo Simón a Julieta, la mirada perdida en el rostro gozoso de Danae, Julieta en brazos de Adán recibiendo su lluvia de oro, Eva celosa de otra Eva, Eva mujer Julieta, herida por el amor de una tabla pintada en 1507, tan actual y tan humana.
–Y ahí tenemos a Venus y Adonis, pintado en 1554. Venus le suplica a Adonis que no vaya a la guerra, que no la abandone, porque sabe que su amante morirá en la batalla y no quiere quedar huérfana de sus brazos, de su boca encendida. Tiziano Vecellio muestra a Venus de espaldas, porque las nalgas eran entonces la parte del cuerpo femenino que más deseo inspiraba. Aunque hablar de deseo es hablar solo de los poderosos, los únicos que podían permitirse un lujo así.
Simón observa a Julieta y detiene un momento su charla. La muchedumbre de japos ha bloqueado la vista de Venus por unos segundos. Pero emprenden la retirada hacia otro Tiziano al que apenas si le mostrarán una atención cansada.
–Y estos son dos versiones de las cinco que Tiziano pintó sobre un mismo tema: Venus recreándose con el amor y la música. Esta es de 1565, y como verás el erotismo está expuesto sin cortapisas. Aunque el erotismo era un pecado, o un refinamiento reservado solo para unos pocos que podían pagar sus elevados precios, duques, cardenales o reyes, que lo disfrutaban en privado, acompañados de sus amantes secretas en secretos palacios…
Y Julieta escucha a Simón a medias, su razón extraviada entre Eva y Adán, entre Adonis y Venus recreándose con el amor y la música, entre Danae recibiendo a Júpiter, abierta de piernas para que sus semillas de oro la adentren más y más.
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Analicemos:
Cicerone la deleita con la contemplación de un tierno e inefable corderito, (claro, está interesada por la zoología). A ella se le dispara el corazoncito y la emoción estética brota por sus poros. Entonces es el momento de llevarla a Adán y Eva, Venus y Adonis, Danae y Júpiter…Pero acaso él ignora que su imaginación es tan grande que vuela como en éxtasis ante cuerpos desnudos y aventuras de goce y amor, queriendo traspasar los cuadros…
Por favor, por favor, Simón, ¡atento!.
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Me encanta el dibujo de las focas
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