Gabriel de Araceli
Más de 10.000 manifestantes sí que hubo en la manifa del 29 de octubre en Madrid, que estaba todo lleno de protestones desde Neptuno hasta Sol y apretaditos que iban, que no era fácil circular de tan juntitos que gritaban, ¡venga a gritar y a pitar cuando pasaron por Cedaceros y allí que estaban los antidisturbios!, más de mil, incluso mil quinientos. Un detalle, oye, el que ha tenido la señora delegada del Gobierno en funciones con los manifestantes, que casi tocaban a un policía por cada seis gritones. Seguros sí que iban a manifestarse, sí, que no se puede decir que la señora delegada del Gobierno en funciones no velara por la seguridad ciudadana, que se ha dejado una pasta en sueldos, primas y dietas de los polis el weekend de todos los santos, por un pellizco le ha salido al contribuyente su seguridad.
Pero bueno, el buen rollito que había ¿qué? Allí todo ese montón de gente pasándoselo bien, todo el tiempo agitando pancartas y consignas y lemas contra el presidente en funciones, qué vaya ruido que armaban, ¡jo! Como si al presidente en funciones le importara algo toda aquella gente, ¡Ya ves! Con lo que tiene que trabajar el señor presidente en funciones, que si reducir el gasto, que si reducir las pensiones, que hacer caso a Bruselas y seguir con los recortes, que si seguir con las reformas, ¡menudo curro!, como para preocuparse por toda esa gente. En fin, que pasito a pasito llegaron y ocuparon Sol aquellos gritones. Bueno, sólo media plaza, que el resto era territorio guirilandia, todo lleno de japos y de inglish y de yanquis y de germanis y de gabachos y de turistas interiores llegados de provincias para ver la capital, allí todos fotografiándose con las estatuas y los Bobs esponjas y… ¡ay, qué alegría más grande! ¡Qué bonito es Madrid y qué calor que hace siendo casi noviembre y todo lleno de ruido y de risas y de gritos y de pancartas y de banderas, que no se cabe en Sol ni en Arenal ni en la Plaza Mayor, todo lleno de terrazas y de restaurantes de comida basura para los guiris! ¡Jo, que no queda ni un metro de acera libre, sucísima toda, oye. Todo el suelo público privatizado por los chiringuitos y los bares! ¡Ay, qué alegría más grande! Y los manifestantes y los guiris se confundían en aquella masa enorme de gentes al libre albedrío de la ciudad, oye, qué bien…
Y entonces, llegó la noticia, se acabó la diversión, llegó el comandante mandó callar, Mariano otra vez. Y se hizo un silencio espeso, era como la maldición de Sísifo, que se pasó la vida subiendo piedras por una montaña y cuando llegaba arriba se le caían y rodaban ladera abajo y tenía que subirlas de nuevo a cuestas. Y los manifestantes rompieron el silencio, no por sabida la noticia dejaron de gritar, más si cabe, se contagiaron de esa alegría que desprende el comandante, que es verle y todos como que revientan de emoción poniéndole verde… de verde oliva. Aunque él no parece mucho de Sierra Maestra, no, que él es más de Sierra Morena. En fin, que después de todo aquel lío se fueron a sus casas los manifestantes sin romper un plato. ¿Qué hacemos aquí?, se preguntaban. Más de lo mismo. Claro, con el tortazo que les habían dado tampoco tenían la cara para muchas risas, ja, ja.
® Fotografías de Ángel Aguado
Pingback: Taoismo mariano | Escaparate ignorado